A 65 años de una de
las batallas más impresionantes de la historia
¡Ay
Carmela!, 114 días de combate
y más de 100 mil muertos
Fernando Del
Corro
Argenpress.info
El heroísmo del
pueblo español quedó demostrado en su lucha contra el fascismo, durante la
Guerra Civil Española (1936-1939). Fernando Del Corro recuerda la Batalla del
Ebro. Gloria a los caídos que resistieron al nazifascismo, al clericalismo
sátrapa y a los militares golpistas del franquismo.
'El Ejército del Ebro,
rumba, la rumba, la rumba, ba,
el Ejército del Ebro,
rumba, la rumba, la rumba, ba,
una noche el río pasó, ¡Ay Carmela!, ¡Ay Carmela!,
una noche el río pasó, ¡Ay Carmela!, ¡Ay Carmela!,
y a las tropas invasoras,
rumba, la rumba, la rumba, ba,
y a las tropas invasoras,
rumba, la rumba, la rumba, ba,
buena paliza les dio, ¡Ay Carmela!, ¡Ay Carmela!,
buena paliza les dio, Ay Carmela!, ¡Ay Carmela!'.
Lamentablemente, la vieja canción de los guerrilleros españoles, nacida en 1808,
en la lucha contra Napoleón I, y reflotada 130 años después por los soldados
republicanos en la Guerra Civil (1936-1939), con una letra adecuada a los nuevos
tiempos, pecó, como tantos otros sueños humanos, de un exagerado optimismo. La
Batalla del Ebro, con sus 114 días ininterrumpidos, y no de trincheras,
precisamente, tal vez la más larga de la historia humana, registró un saldo,
entre ambos bandos, de 100.000 muertos, dejando exhaustas las fuerzas del
ejército popular que tuvo en ella su última ofensiva.
Ese épico episodio del que solamente en Internet hay más de 3.000 relatos fue el
postrer intento de la Republica por frenar los avances de la coalición de
derecha, liderada por Francisco Franco, conformada a partir de la sublevación
iniciada dos años antes, el 17 de julio de 1936, en Melilla por el jefe de la
guarnición local, a la que se sumaron, al día siguiente, el futuro
'Generalísimo', desde las islas Canarias y otros altos oficiales, como Jorge
Sanjurjo, que estaba exiliado en Portugal, quien se mató en el viaje en avión
desde Lisboa cuando iba a asumir como jefe máximo de los golpistas.
La Batalla del Ebro tuvo su prólogo cuando el 23 de junio, un mes antes, las
tropas franquistas lograron entrar en Castellón de la Plana, en la región
valenciana. Con ello obtuvieron un éxito decisivo: cortar el territorio
republicano en dos; por un lado Cataluña y por el otro los territorios
gobernados desde Madrid. De ahí en más el ejército del frente de las derechas
parecía tener expedito el camino para la toma de Valencia, la tercera gran
ciudad que aún estaba en manos de las autoridades legales del Frente Popular.
Entonces se planeó una contraofensiva destinada a cambiar el curso de los
acontecimientos. Así 'el Ejército del Ebro una noche el río pasó', dice la
canción.
Fue a las 00.15 del 25 de julio de 1938. Un total de 80.000 hombres, con no
mucha logística, a las órdenes del general Juan Modesto, apoyados por 100
aviones caza de origen soviético, a bordo de todo tipo de embarcaciones,
cruzaron el Ebro, en tres zonas diferentes, en un frente de 65 kilómetros dando
inició a una de las batallas más recordadas, por muchas razones, de la historia
humana. Al norte lo hicieron los 9.500 hombres de la '42 División' que lograron
avanzar hasta el primero de agosto cuando reaccionaron los facciosos. Una
reacción que les permitió obligar a 3.500 republicanos a que cruzaran el Ebro en
dirección inversa el 6 de agosto.
En el sur los franquistas se resistieron con éxito desde un comienzo y los
republicanos debieron replegarse. El gran éxito durante la fase inicial de la
ofensiva de las tropas gubernamentales republicanas se produjo en la zona
central del frente. En sólo dos días lograron una penetración de 50 kilómetros
en el territorio enemigo, se adueñaron de siete poblaciones y estuvieron a punto
de hacerlo con otras tres. En una de éstas, Gandesa, los franquistas lanzaron su
contraataque centrado en los bombardeos de la aviación alemana enviada por
Adolfo Hitler. De ahí en más hubo una agónica retirada, de mayor dramatismo aún
ya que al romperse las esclusas del río se produjo un anegamiento en varios
sectores del frente.
En distintos lugares hubo feroces combates, cada uno de varios días de duración.
El 10 de agosto se inició uno de ellos en Pinell de Brai donde los republicanos,
a las órdenes del general Enrique Lister (quien luego estuvo en importantes
batallas de la Segunda Guerra Mundial como Stalingrado), pelearon durante cinco
días sin parar con los franquistas, hasta que ambos pararon por cansancio pero
con los sublevados ocupando la mejor posición.
El 19 de agosto una nueva contraofensiva franquista fue detenida pero, con más
restos, los sublevados volvieron a la carga el 20 y esta vez lograron su
objetivo. De ahí en más, y a lo largo de septiembre y octubre la lucha se
concentró en los alrededores de Gandesa, Villalba de los Arcos y Corbera d'Ebre.
Los republicanos resistían a pié firme pero la artillería franquista y la
aviación nazi alemana lanzaban sobre ellos miles de toneladas de bombas.
Fue el 15 de noviembre, casi cuatro meses después del exitoso cruce, el que dio
lugar a la optimista '¡Ay, Carmela!', cuando los últimos restos del XV Ejército
Republicano debieron cruzar definitivamente el Ebro, pero en el sentido
contrario al del 25 de julio. Los 80.000 soldados republicanos apoyados por 100
aviones no habían podido con una fuerza que los más que decuplicaba en todos los
terrenos. La aviación fascista utilizó en la Batalla de Ebro nada menos que
1.300 aparatos.
De ahí en más se trató de una retirada continua hacia Barcelona y Madrid, hasta
la derrota final. Pero el heroísmo del Ejército del Ebro quedó grabado para
siempre en los anales. Nadie esperaba a esa altura que la República pudiera
intentar semejante esfuerzo teniendo frente a sí al ejército sublevado, a las
tropas italianas enviadas por Benito Mussolini y a la poderosa aviación
hitlerista luego de dos años de una guerra terrible. La Batalla del Ebro como
fue el canto del cisne a una ilusión de millones de hombres de todo el planeta.
Hoy, 65 años después, muchos de sus heroicos sobrevivientes, en algunos casos
nonagenarios, se juntaron en Corbera d'Ebre, pueblo en ruinas desde entonces, en
el sur catalán para conmemorar aquella gesta.
Allí llegaron viejos luchadores italianos de la 'Brigada Garibaldi',
estadounidenses de la 'Brigada Abraham Lincoln', británicos de la 'Connoly
Column', franceses de la 'Marsellesa', de todas las naciones de la 'XV Brigada
Internacional' y muchos más que ahora, como entonces, se sumaron a los
españoles. Allí esperó Lise London, la brigadista de 86 años a hombres y mujeres
como Pierre René Landrieux, George Sossenko, Theo Francos y Lola González.
También les hubiera gustado estar a mis viejos amigos búlgaros Jorge Pasha y
Kosta Grecos; tal vez alguno de ellos escribió en la pared de la derruida
iglesia el nombre de su país, como hoy puede leerse, según una reciente crónica
de Higinio Polo. Y seguramente a brigadistas argentinos como el gran poeta Raúl
González Tuñón, y el gran luchador que fue don Ramón Prieto, coronel del
ejército republicano herido en el Ebro, integrante de la Columna Prestes en
Brasil y mediador-factotum del Pacto Perón-Frondizi para las elecciones de 1958.