A los 75 años
de la Revolución española (I)
De la proclamación de la República a la victoria de la derecha
Carlos Ramírez
argentina.indymedia.org
8 de Febrero de 2006
Gloriosa, incruenta, pacífica, armoniosa, fue la revolución del 14 de abril
de 1931. Dos días antes el pueblo había votado la coalición
republicano-socialista en las elecciones municipales; esto fue suficiente
para terminar con Alfonso. La república española llegó tan fácilmente... Su
advenimiento, sin embargo, fue casi el único hecho incruento conectado con
la revolución antes o desde 1931."
Félix Morrow, Revolución y contrarrevolución en España
La proclamación de la Segunda República, fue un acontecimiento que supuso un
salto cualitativo en un proceso que venía desarrollándose desde hacia largo
tiempo; el grado de putrefacción del régimen había llegado a tal punto, que
un nuevo golpe fue suficiente para que la monarquía cayese.
El eslabón débil dela cadena capitalista
La historia de España, hasta ese momento, había estado caracterizada por
siglos de continua, lenta e inexorable decadencia, marcados por periódicas y
aisladas sublevaciones campesinas y un asfixiante control de todas las
esferas de poder por parte de la monarquía y los terratenientes, que habían
llevado al país a ocupar el vagón de cola del desarrollo capitalista en
Europa.
La burguesía española, a diferencia de la francesa o inglesa, entró tarde en
la escena de la historia; débil e incapaz de poner su sello dirigente en el
desarrollo de la sociedad, desde el principio unió sus intereses con los
viejos poderes establecidos.
El período de florecimiento burgués en el Estado español se localiza de 1898
a 1914. En zonas como Catalunya, Madrid, Euskadi y Asturias, se produjo un
desarrollo industrial importante, pero lejos de enfrentarse al dominio de la
monarquía y la nobleza terrateniente, heredado del pasado feudal, la
burguesía fortaleció sus lazos de unión con ellos.
La compra de grandes extensiones de tierra, de títulos de nobleza y los
matrimonios con la aristocracia fue la práctica común de los burgueses;
nuevos lazos de unión se forjaron a través de las hipotecas de las tierras,
etc.
Este desarrollo industrial provocó el fortalecimiento de un proletariado
joven y combativo que pronto empezó a jugar un papel importante. El
principio de siglo fue muy conflictivo. A la problemática situación social
de la clase obrera y el campesinado hay que sumar, los efectos de las
aventuras coloniales en Marruecos.
En Catalunya se produjo la primera acción de envergadura del proletariado:
la huelga general de 1909, llamada la Semana Trágica de Barcelona, que fue
derrotada y reprimida salvajemente.
La neutralidad en la primera guerra mundial facilitó el acceso de los
productos españoles a los mercados extranjeros que generó un nuevo impulso
al desarrollo industrial.
En este período, los beneficios empresariales conocieron un alza
espectacular, mientras las mejoras en el salario y las condiciones de vida
de los obreros avanzaban a paso de tortuga; la tensión social aumentó, y
finalmente estalló en la huelga general revolucionaria del verano de 1917
que, a pesar de ser derrotada, puso de manifiesto el potencial
revolucionario de la clase trabajadora.
Al remitir el efecto de la revolución rusa, la burguesía, para domar al
movimiento obrero, financia la dictadura de Primo de Rivera en 1923.
El auge económico de los años veinte y la colaboración de los dirigentes del
PSOE y la UGT, ayudan a que la dictadura se mantenga hasta su caída en enero
de 1930, como consecuencia de la crisis económica de 1929.
La monarquía, decisivamente com-prometida con la dictadura, estaba herida de
muerte; a pesar de ello, la burguesía siguió aferrada a ella (el 28 de
septiembre de 1930, Alcalá Zamora, republicano burgués y futuro presidente
de la República, acabó un mitin con alabanzas a la corona). El aumento de
las contradicciones sociales y la constatación de que las masas estaban con
la República, convenció a la burguesía de la inevitabilidad de la caída de
Alfonso XIII, aceptando la República como el mal menor.
Comienza la
revolución española
La monarquía cayó, más por la putrefacción del régimen, que por la acción de
las masas. Este hecho provocó que décadas (incluso siglos), de opresión y
miseria salieran a la superficie. Las masas rompieron el dique de la
costumbre, la rutina, el fatalismo cotidiano, entrando en escena para
convertirse en protagonistas del futuro, adueñándose de su propio destino.
Estas son las características fundamentales de un período revolucionario.
Con la proclamación de la República, las masas esperaban derechos
democráticos reales, no como un fin en sí mismos, sino como instrumentos
para mejorar sus condiciones de vida y de trabajo. La República debía dar
solución a los problemas básicos, que venían arrastrándose históricamente,
para cumplir las expectativas de las masas.
En primer lugar se encontraba la cuestión agraria, en un país en el que el
70% de la población se encontraba en el medio rural, la mayoría en unas
condiciones penosas, con hambrunas periódicas entre cosecha y cosecha. La
situación del campo tenía mucho que ver con el feudalismo. Dos tercios de la
tierra estaban en manos de grandes y medianos propietarios (en la mitad sur
el 75% de la población tenía el 4,7% de la tierra mientras el 2% poseía el
70%). Los que las explotaban (el 38% de la tierra cultivable permanecía
ociosa), lo hacían con mano de obra jornalera, con jornales de miseria de
dos o tres pesetas diarias. En el mejor de los casos un jornalero estaba en
paro de 90 a 150 días al año.
Un tercio de la tierra estaba en manos de pequeños propietarios que sin
recursos propios, se veían obligados a recurrir a los bancos. Estos
campesinos estaban sometidos a una doble explotación, la del usurero que
financiaba la cosecha y la del comerciante que la compraba. Muchos
“propietarios” se veían obligados a trabajar como jornaleros para poder
alimentar a sus familias.
La situación exigía una auténtica reforma agraria que repartiera la tierra
entre los campesinos y, a través de créditos baratos e importantes ayudas
estatales, darles la posibilidad de acceder a aparejos modernos,
fertilizantes, etc.
El segundo aspecto era la necesidad de un desarrollo industrial que sacara
al país del atraso histórico. El capitalismo mundial a principios de los
años treinta estaba sumido en una profunda crisis. La lucha entre las
diferentes potencias por un mercado en continuo retroceso caracterizaba la
política internacional.
En este contexto la débil y atrasada industria española sólo podía
desarrollarse sobre la base del monopolio estatal del comercio exterior y
garantizando inversiones dirigidas a la satisfacción de las necesidades de
la sociedad.
Otro de los grandes retos para la República era el poder que detentaba la
Iglesia. La Iglesia, con sus bancos de crédito agrícola, eran los auténticos
usureros del campo, y sus bancos urbanos eran los socios de los
industriales, compitiendo con gran ventaja con la industria al contar con
mano de obra gratuita (huérfanos, etc.). En 1931, los jesuitas, por ejemplo,
controlaban un tercio de la riqueza nacional. La Iglesia controlaba la
educación y, al ser la religión oficial, recibía decenas de millones por
parte del Estado. Impidió durante siglos cualquier tipo de avance o reforma
progresista; existía un auténtico ejército de sotanas (de 80.000 a 90.000
religiosos pertenecientes a distintas órdenes y 25.000 curas párrocos),
distribuido por todo el país, profundamente hostiles a la República.
Era una cuestión vital acabar con su poder. Había que acabar con las
subvenciones estatales directas e indirectas. Separar la Iglesia del Estado.
Que este último se hiciera cargo de la educación, y confiscar sus tierras
para repartirlas entre los campesinos.
Por otro lado, el Ejército, íntimamente relacionado e implicado en todos los
crímenes de la monarquía, estaba formado por una casta muy numerosa de
oficiales, que, reclutados de las clases altas, disfrutaban de multitud de
privilegios y suponía una sangría constante para las arcas del Estado.
Democratizar el Ejército y depurarlo de elementos reaccionarios era decisivo
para evitar el regreso de la reacción. La única forma era destituir a toda
la casta de oficiales y sustituirlos por otros reclutados entre la tropa y
elegidos por los soldados, asegurando un control por parte de los sindicatos
obreros de las academias militares para garantizar una formación democrática
a los futuros oficiales.
Finalmente, estaba el problema de las colonias y la cuestión nacional. Las
colonias españolas en Marruecos habían sido gobernadas con métodos salvajes,
explotando y asesinando a los campesinos y tribus marroquíes, en beneficio
de un puñado de capitalistas.
Las diferentes campañas militares tuvieron un coste social muy importante,
decenas de miles de obreros y campesinos españoles perdieron la vida (sólo
en el desastre de Annual en 1921 murieron 10.000 soldados). El control de
las colonias se ejercía a través de la legión extranjera y mercenarios
nativos, que en un golpe de la reacción serían los primeros en ser
utilizados. La República debía dar la libertad a Marruecos, ya que la propia
libertad de las masas españolas estaría en peligro mientras las colonias no
estuvieran liberadas.
Por otro lado, en Catalunya y en el País Vasco existía un sentimiento
nacional que la monarquía había reprimido constantemente; para las masas de
estas nacionalidades era necesario dar una solución a sus malas condiciones
de vida y sus aspiraciones democrático-nacionales. La única forma de hacer
esto último era reconociendo el derecho de autodeterminación.
El papel reaccionario
de la burguesía
Muchas de estas medidas eran las tareas históricas que la burguesía tenía
que haber llevado a cabo tiempo atrás. Sin embargo, su debilidad y los
múltiples lazos que le unían a los terratenientes, a los mandos militares y
a la jerarquía eclesiástica, habían determinado su carácter
contrarrevolucionario desde el principio.
Por lo tanto, la burguesía española no sólo no apoyaría la puesta en marcha
de una sola de sus tareas históricas, sino que sería, junto con los
terratenientes y la Iglesia, su más encarnizado enemigo. Los capitalistas
sacrificaron la monarquía, ante el peligro de provocar una explosión social,
que amenazara su posición dominante en la sociedad.
Sin embargo, la solución a los problemas de las masas chocaba directamente
con los intereses de la oligarquía financiera y terrateniente. Los partidos
republicanos eran la sombra de la burguesía. Esta estaba claramente alineada
con la reacción esperando su momento. El papel de los Azaña, Zamora, etc.,
era impedir que las organizaciones obreras se salieran del marco de la
democracia burguesa.
Sólo la clase obrera, al frente de los sectores desfavorecidos, sería capaz
de llevar a cabo las medidas necesarias para acabar con la miseria y la
explotación. En el momento de la proclamación de la República, la disyuntiva
estaba entre la transformación socialista de la sociedad o el fascismo. Para
llevar a cabo esta tarea, la clase obrera necesitaba de un partido que
dirigiera a las masas a la toma del poder.
Organizaciones
de la clase obrera
En las cuatro décadas anteriores, el proletariado había construido
organizaciones de diferentes tendencias. La organización con más
implantación en todo el Estado y con más influencia era el PSOE (y su
sindicato la UGT). En ese momento el Partido Socialista participaba de la
política reformista se la Segunda Internacional. Argumentaban que al estar
pendientes las tareas de la revolución burguesa, había que apoyar al sector
progresista de la burguesía (como hemos visto, inexistente) para
realizarlas, y en un futuro indeterminado, iniciar la lucha por el
socialismo.
Otra organización de gran influencia en el proletariado industrial era la
CNT, de orientación anarquista. Tenían en sus filas al sector más combativo
del proletariado y se había forjado en las condiciones más difíciles de
represión. Muchos obreros habían acudido a las filas anarquistas repudiando
la política colaboracionista y moderada del PSOE y la UGT.
Pero el anarquismo, enfrentado a grandes acontecimientos históricos, es un
instrumento poco eficaz. Al rechazar la participación en la actividad
política, cuando lo que estaba en juego era la necesidad de la toma del
poder por parte de la clase obrera, la revolución correría serio peligro
bajo la dirección de los anarquistas. En abril de 1931, la CNT se dejó
arrastrar por la ola de simpatía y esperanza y apoyó acríticamente la
coalición republicano-socialista, para girar al extremo opuesto cuando el
primer gobierno de la república defraudó a las masas.
El PCE, en el nacimiento de la Repú-blica, era un pequeño grupo y no jugó
ningún papel en su proclamación. En 1931 participaba de la política
ultraizquierdista de la Internacional Comunista dominada por el aparato
burocrático del estalinismo, conocida como “tercer período”, y caracterizada
por considerar fascistas a todas las otras fuerzas políticas, y por una
negativa permanente a llegar a ningún tipo de unidad de acción con los
socialistas.
Esta orientación le llevó a aislarse de las masas y de los propios
acontecimientos, dando numerosos zigzags: así, de no dar ninguna importancia
a los procesos en el Estado español al principio, pasó en pocos meses a
pedir todo el poder para unos inexistentes soviets. A pesar de todo, debido
a su identificación con la revolución rusa de 1917, el PCE atrajo a un
número importante se jóvenes y obreros.
Del PCE oficial surge la Federación comunista Catalano-Balear, que después
se convertiría en el Bloque Obrero y Campesino. Era una organización que en
la práctica hacía la misma política que el PCE oficial, pero defendía una
posición independentista respecto a la cuestión nacional catalana.
También del PCE oficial nace la Oposición Comunista de Izquierda, más tarde
Izquierda Comunista, sección española de la Oposición de Izquierda
Internacional, dirigida por León Trotsky. Este pequeño grupo (alrededor de
800 militantes en 1931) era el que mejor caracterizaba los acontecimientos
que se estaban desarrollando. Tenía algunas lagunas, sobre todo en el
terreno de cómo establecer alianzas (en concreto con el Bloque Obrero y
Campesino), sin poner en peligro los principios. A pesar de ello era el
grupo mejor situado ideológicamente para convertirse en la organización
decisiva del proletariado.
Al principio de la revolución española, la clase obrera todavía tenía la
tarea de construir un partido auténticamente revolucionario con influencia
de masas, para llevarla a la victoria. Su ausencia marcará todo el proceso
de la revolución en el Estado español.
El gobierno de coalición republicano-socialista
Las masas, en esta primera etapa de la revolución, tenían grandes ilusiones
en la república burguesa y las actividades de los principales partidos
obreros las alentaba aún más.
En las elecciones de 1931, el PSOE, siguiendo fielmente su estrategia de
apoyo a los sectores “progresistas de la burguesía”, se presentó en
coalición con los republicanos. Los socialistas a pesar de ser los que
realmente aportaban base social, deliberadamente fueron minoría en las
listas electorales. La victoria de los republicano-socialistas fue muy
importante, a pesar de las presiones de los caciques para que los campesinos
votaran por los partidos reaccionarios.
El nuevo gobierno de coalición republicano-socialista, enfrentado a los
problemas claves de la sociedad española, pronto demostró estar preso de los
grandes terratenientes y burgueses. La Constitución aprobada incluía
fraseología sobre derechos sociales, como una cortina de humo, que
permitiera introducir artículos que dieran un marco legal para preservar los
intereses de la clase dominante.
Se crearon organismos como el Tribunal de Garantías Constitucionales, la
presidencia de la República, etc., con importantes competencias y difíciles
de controlar. El voto se permitía a partir de los 23 años, dejando fuera a
la mayor parte de la juventud; el artículo 42, la cláusula de seguridad de
los propietarios, preveía la suspensión de los derechos constitucionales.
Se aprobó la ley para la defensa de la República, que planteaba que difundir
noticias que perturbaran el orden público y la buena reputación, denigrar
las instituciones públicas, posesión ilícita de armas, rehusar
irracionalmente a trabajar y promover huelgas eran actos de agresión contra
la República.
La política agraria se concretó en extensos planes de reforma agraria. Esta
se basaba en la compra por parte del Estado de tierras que después eran
arrendadas a los agricultores. Pero en el marco del capitalismo, las compras
eran muy escasas, de hecho, desde el gobierno, se hablaba de un proceso que
duraría un siglo.
La mayoría del campesinado seguía sin tierra y los que la conseguían
continuaban bajo la asfixia de la usura de los bancos.
La política industrial se caracterizó por la confianza en que el desarrollo
capitalista haría avanzar la industria y el comercio. La realidad fue más
dramática que los sueños reformistas. La crisis se profundizaba y los
empresarios atacaban, cada vez más, las condiciones de vida de los obreros.
La política hacia la Iglesia se limitó a la separación formal de la Iglesia
y el Estado. Esto acabó con las subvenciones directas, pero el mantenimiento
de su control sobre la educación garantizó el mismo nivel de ingresos
estatales. La “expulsión” de la Iglesia de los colegios era un “plan de
larga duración”, y aunque se acordó disolver en 1932 la orden de los
Jesuitas, se les concedió todas las oportunidades para transferir la mayor
parte de sus bienes a particulares y a otras órdenes.
En cuanto al Ejército, el cuerpo de oficiales fue reducido con un sistema de
retiro voluntario muy favorable, pero básicamente seguía siendo el mismo que
en la monarquía.
El gobierno republicano-socialista gobernó las colonias en Marruecos de la
misma forma que la monarquía y argumentaba que cuando se diesen las
condiciones y la República estuviera consolidada, se extendería la
democracia a las colonias.
Sobre el tema de las nacionalidades, se concedió a Catalunya una autonomía
muy restringida y para Euskadi no tomó ninguna medida para dar solución a la
cuestión.
Esta incapacidad de la república burguesa de realizar ni una sola de las
reformas decisivas necesarias, chocó desde el principio con las necesidades
y aspiraciones de las masas; éstas se encontraron con la auténtica cara de
la política del gobierno.
Las masas del campo por su situación no podían esperar la puesta en práctica
de la reforma agraria gubernamental y empezaron las ocupaciones de fincas.
En Castilblanco (Sevilla), los campesinos que ocuparon las tierras fueron
desalojados por la guardia civil y sus dirigentes encarcelados.
El hecho mas dramático ocurrió en Casas Viejas (Cádiz), donde los campesinos
después de esperar dos años que el Instituto de Reforma Agraria dividiera
una finca, ocuparon la tierra y comenzaron a cultivarla. La Guardia Civil,
obedeciendo órdenes de Quiroga, ministro del Interior, mató a veinte
campesinos e hirió a varios más.
La república burguesa
enfrentada a la clase obrera
Para la clase obrera la situación no era mejor; las huelgas eran declaradas
ilegales, mientras los patronos reducían los salarios y aumentaban los
ritmos de trabajo. Las cárceles de la República se llenaban de presos
políticos y la desconfianza y la frustración hacia el Gobierno crecían.
En este contexto la reacción, agazapada ante los primeros empujes de las
masas, empezó a levantar cabeza. El 10 de agosto de 1932, el general
Sanjurjo, intentó un golpe de Estado para restaurar la monarquía, pero
declarada la huelga general fue derrotado por los obreros sevillanos.
Los monárquicos y católicos consta-tando la imposibilidad de imponerse por
la fuerza, optaron por intentar vencer a los socialistas y republicanos
recurriendo a la demagogia. Los diputados reaccionarios denunciaron, con
lágrimas de cocodrilo, la represión contra los campesinos, el gran número de
presos políticos y la persecución a la que se sometía a la prensa obrera;
presentaron en las Cortes un proyecto para amnistiar a todos los presos
políticos. Los socialistas tenían grandes dificultades para defenderse y los
anarquistas, por su parte, en lugar de denunciar la demagogia de los
reaccionarios, aplaudían sin la menor crítica las iniciativas de los
monárquicos.
Este contexto de confusión entre la clase obrera y de desencanto entre los
campesinos, fue aprovechado por Alcalá Zamora (presidente de la República),
para destituir al Gobierno y disolver las Cortes.
En noviembre de 1933 se celebraron elecciones: las masas del campo estaban
desencantadas con los republicanos y los socialistas; las mujeres, que
votaban por primera vez, estaban muy influenciadas por la Iglesia; la CNT
abogó por el boicot con cierto éxito y los comunistas se presentaron en
listas separadas; este cúmulo de factores posibilitó la victoria de los
reaccionarios por un amplio margen.
Un nuevo período se abría en el proceso de la revolución; la reacción
envalentonada se preparaba para vengarse de la clase obrera aplastando sus
organizaciones bajo la bota del fascismo; los trabajadores se preparaban
para defenderse, restañar las heridas y volver a la ofensiva, con nuevas
energías.
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