Cartagena durante la Segunda República
Española.
Marco Socioeconómico y Bienio Social Azañista
Francisco Franco Fernández
El estudio de Cartagena durante la Segunda
República y la Guerra Civil, resulta fundamental para comprender
la realidad nacional durante los años 30 y, sin embargo, apenas
existen estudios sobre el tema. Destacamos la importancia de
este momento histórico en Cartagena porque esta ciudad participó
de forma muy activa en el desarrollo de las dos experiencias
republicanas conocidas en España, dándose la peculiar
circunstancia de que, por su tradición liberal y su condición de
plaza casi inexpugnable, fue en ambos casos la última ciudad en
existir la República.
La lamentable ausencia de estudios serios
sobre Cartagena en este periodo se debe a la profunda huella que
dejó la Guerra Civil que acabó con la República en una ciudad
donde los bombardeos fueron casi permanentes, y la lucha de
clases y la represión política por ambas partes dejó como
testimonio permanente una sociedad hundida, dividida en
vencedores y vencidos y traumatizada por unos recuerdos que casi
nadie quiere revivir. El trabajo más notable aparecido hasta la
fecha fue publicado por la Universidad de Murcia en 1993 y su
autor fue Juan Martínez Leal, siendo el título
República y Guerra Civil en Cartagena
(1931-39).
Por su parte, la Editora Regional de Murcia publicó en 1986 la
obra de Francisco Javier Pérez Rojas
Cartagena 1874-1936
(Transformación urbana y arquitectura),
donde se recogen aspectos muy interesantes de aquellos años
desde el punto de vista urbano, social y cultural. En estas dos
obras básicas se recoge la reseña de otros trabajos de menos
entidad o más localizados en el tiempo o en su temática de
autores fundamentales en la historiografía murciana
contemporánea, como son José Antonio Ayala, Juan Bautista Vilar,
Pedro María Egea Bruno o Diego Victoria.
Por nuestra parte, este modesto estudio,
por su obligada brevedad, se centrará en un periodo muy concreto
de la experiencia republicana, el comprendido entre la
proclamación de la Segunda República Española el 14 de abril de
1931 y la llegada al poder de la derecha en virtud de las
elecciones generales celebradas el 19 de noviembre de 1933. Es
la etapa de gobierno de la conjunción republicano-socialista
encabezada por Manuel Azaña y llamada por ello y por las
reformas sociales emprendidas bienio social-azañista. No nos
limitaremos a hacer una mera reseña de acontecimientos
históricos, sino que centraremos nuestro estudio en desentrañar
la raíz social y económica de esos años en particular y de toda
la época en general, con el fin de acercar al lector al contexto
general y a una visión propedéutica del periodo que pueda ser
superada en ulteriores trabajos.
La coyuntura socioeconómica y política de
la etapa republicana.
La Cartagena de los años 30 y 40 presenta un
panorama social, económico y político similar al del resto de
España, conmocionada por una coyuntura desfavorable a causa de
la crisis de 1929, la aparición de los fascismos y los
conflictos políticos nacionales e internacionales. Cartagena
participó en acontecimientos cuyos orígenes y desenlace
superaban el marco meramente local.
El censo de 1930 refleja que el municipio
de Cartagena tenía una densidad de 183,3 habitantes por
kilómetro cuadrado en 1930 y 203,5 en 1940, siendo muy superior
a la media provincial (57 hab./km.2) y a los 46,7 de la media
nacional. José Antonio Ayala en su libro
Murcia en la Segunda República
señala un incremento del 10% en la región en los años de la II
República a pesar de la Guerra Civil, lo cual explica por las
restricciones migratorias de la época y el carácter de zona de
retaguardia. El proceso de crecimiento del municipio, constante
desde 150 años atrás, continuó, pasándose de los 102.518
habitantes de 1930 a los 113.468 que reflejaba el censo de 1940.
Es importante, según afirma Juan Martínez
Leal en su obra República y
Guerra Civil en Cartagena el
peso de las diputaciones rurales y de los barrios extramuros,
siendo las cifras aportadas por este autor de 36.024 habitantes
en el casco urbano en 1930 y de 43.104 en 1940; 18.823 en los
barrios periféricos en 1930 y 24.831 diez años después y , en el
total de las diputaciones del campo un total de 48.717 en el
primer periodo y 45.553 en el segundo. Asistimos, por un lado, a
un proceso de urbanización, con incremento del casco urbano
frente a los distritos rurales y, por otro, a una creciente
importancia de los barrios periféricos, en un proceso de
degradación del casco histórico y traslado de la población al
ensanche y la periferia, fenómeno que comienza en los años
veinte, se consolida durante la Guerra Civil por huir de la
proximidad de objetivos bélicos y continúa en nuestros días.
El libro de registro de defunciones del
Juzgado de Cartagena señala que, durante los años de la
República, continuó el proceso de modernización demográfica, el
periodo de transición de un régimen poblacional antiguo a una
estructura moderna, como indica el paso de una tasa de
mortalidad de 28 habitantes por cada mil en 1910 al 17,3 de 1930
y el 15,7 de 1935, que permaneció estancado cinco años después a
causa de la Guerra.
El crecimiento natural de la población, un
10,1 por mil en 1930 y un 11,2 en 1935 se explica por el
mantenimiento de las tasas de natalidad en porcentajes elevados,
siendo respectivamente de 27,4 y 26,9 para las fechas antes
apuntadas, y produciéndose el lógico estancamiento durante la
guerra y la postguerra, siendo el crecimiento vegetativo de un 6
por mil en 1940. El saldo migratorio de la ciudad manifiesta,
según los censos de población de la época, un volumen negativo
para el periodo entre 1911 y 1920 de 5651 emigrantes,
coincidente con la época de crisis de la minería. Sin embargo,
durante el periodo 1921-1930 se invierte la tendencia,
exis-tiendo un volumen positivo de 5.627 personas, y entre 1931
y 1940 continúa el pro-ceso, con un incremento de 10.950
personas. Se explica tanto por el freno de las migra-ciones
exteriores a causa de la crisis de 1929 como por la conversión
de la ciudad durante la Guerra en zona de acogida de refugiados
y acuartelamiento de tropas.
La sociedad cartagenera presentaba una
estructura bien diferente a la del resto de la provincia de
Murcia, de mayoría rural. Existía, como en otras ciudades
mediterráneas, una gran mezcla de elementos industriales,
comerciales, políticos y militares y un nivel cultural bastante
bueno en el contexto de la región, registrándose en 1930 una
tasa de analfabetismo del 40,87, frente al 44,3 de media
nacional y el 56,99 provincial.
Francisco Javier Pérez Rojas, en su libro
Cartagena. 1874-1936.
señala que para conocer la ciudad y la sociedad cartagenera
contemporánea es importante considerar la influencia de lo
militar, la minería y el puerto, que daba a la ciudad un aire
cosmopolita y algo colonial por falta de capital autóctono. En
este ambiente el forastero era rápidamente bien recibido,
participando del característico sentir local de ser una ciudad
extraña dentro de una región agraria y en aquel entonces algo
endogámica.
Ese sentimiento insular ha servido durante
décadas como aglutinante de una ciudad variopinta y multiforme,
que en aquellos años expresaba políticamente su bandera
localista antimurciana a través del muy reprentativo Partido
Cartagenerista, cuyos concejales se ufanaban en el Consistorio
de no tener mas ideología política que ser cartageneros. Todo
ello se mezclaba con un hondo sentir patriótico y castrense del
que participaba toda la sociedad y que se debía a la secular
presencia en todos los actos culturales, sociales y políticos
del estamento militar, lo cual les diferenciaba un poco más de
una sociedad tan alejada del militarismo como es la murciana.
Las clases altas de la ciudad vivían en un
ambiente de lujo que se reflejaba en la construcción desde final
de siglo de mansiones al más puro estilo modernista,
especialmente por parte de nuevos ricos de la minería como los
Pedreño, Aznar, Conesa, Zapata, Aguirre o Cervantes.
Pérez Rojas destaca como una de las
primeras familias emprendedoras a los Conesa , que basaron su
fortuna en el comercio local y la marina mercante, entre otras
actividades. Los Pedreño, por su parte, poseían fundiciones en
Alumbres y Santa Lucía, e incluso dispusieron de un puerto
particular cuando todavía no existía el actual. Un miembro del
clan, Andrés, fue diputado de la Restauración y participó en la
construcción del ferrocarril a La Unión. Otra familia importante
fueron los Spottorno, de origen italiano y miembros de la
burguesía progresista de la ciudad. Uno de sus miembros,
Bartolomé, fue alcalde en varias ocasiones y cónsul de Alemania
y otros países, participando en la vida social de la ciudad como
director de la Casa de Misericordia y presidente del Casino.
Tuvieron un enorme prestigio popular y emparentaron a través de
matrimonio con el famoso filósofo español Ortega y Gasset.
También eran extranjeros Estanislao Rolandi
Barragán, relacionado con la fábrica de cristal de Santa Lucía y
los Rostchild, que participaban en sus explotaciones mineras.
Otros importantes industriales de la época fueron el Marqués de
Villamejor, propietario de la fábrica de desplatación sita en
Santa Lucía, con ferrocarril y muelle; e Hilarión Roux, que
tenía varias fundiciones.
A finales del siglo XIX, surgen con fuerza
una serie de familias relacionadas con la minería, es el caso de
los Aguirre. Uno de sus miembros, Camilo, fue en la Restauración
diputado y concejal y su hijo Luis, alcalde a comienzos del
siglo XX. Pero, sin duda, los más importantes industriales de la
minería fueron los miembros del grupo familiar Zapata-Maestre,
destacando de entre ellos Miguel Zapata (el famoso tío Lobo) y
el político José Maestre. Otros miembros de la burguesía minera
fueron las familias Cervantes, Alessón, Dorda, García, Orchadson
y Wandossell. Fuera del círculo de la minería, cobran fuerza
también profesionales del comercio como las familias Portela,
Calín, Valls, Font, Molina, Doria, Llagostera, Gómez Quiles,
Egidio, Zamora o Sanz Cobo.
Esta fértil e incluso progresista burguesía
que se desarrolló a finales del siglo XIX y comienzos del XX fue
poco a poco haciéndose conservadora, entre otros motivos por la
influencia y creciente relación del estamento militar a nivel
familiar, político y laboral. Uno de los más importantes
ejemplos es el del militar Justo Aznar, que emparentó con la
burguesía local por vía de matrimonio con Ana Pedreño. El diario
El Eco analizaba en 1916 su figura con este comentario: “…por su
matrimonio se desvió la figura del señor Aznar hacia el mundo de
los negocios, la banca, la política y el poderío…”.
Otros ejemplos de militares vinculados a la
política y los intereses fueron Joaquín Togores y Fábregues,
casado con la hija del industrial Tomás Valarino, Salvador
Albacete, Ramón Auñón, etc.
Con el paso del siglo y la llegada de la
República, comenzaron a brillar en la política los intelectuales
y profesionales liberales como Antonio Bonmatí, Ricardo
Guardiola, Ramos Bascuñana y Leopoldo Cándido. Éste último fue
un importante médico, con reconocimiento internacional, político
(fue alcalde de Cartagena) y periodístico (fundando los
periódicos “La Fusión”, “El Centinela” y “Revista Popular de
Higiene”).
Como hemos podido comprobar, en las décadas
previas a la Segunda República, la cantera política mas
importante fue la alta burguesía de los negocios y la industria,
siendo éste el elenco de los alcaldes en la etapa
prerrepublicana: Saturnino Maestre (1873). Jaime Bosch (1877).
Molina Cros (1878). Leopoldo Cándido (1883). Mariano Sanz Zabala
(1899). Ángel Bruna (1901). Manuel Zamora (1919). Alfonso
Torres. (Durante la Dictadura).
Existía también en Cartagena un
proletariado con cierta conciencia de clase, formado sobre todo
por trabajadores de las minas, el arsenal y el puerto y, en
relación con estas clases populares, una amplia población de
pequeños militares y reclutas de amplio arraigo en la ciudad y
que contribuyeron con gran fuerza durante la II República y la
Guerra Civil a desarticular los sucesivos intentos reaccionarios
de ciertos militares de graduación. Parece evidente que la clase
obrera, especialmente los mineros, no gozaba en la comarca de
una posición acomodada, y tenemos indicios suficientes para
pensar que la sociedad cartagenera, bastante equilibrada en el
Antiguo Régimen, vivió los años de esplendor de la minería de
una forma especulativa, redundando escasamente los capitales en
el fomento de actividades productivas de futuro y provocando a
nivel local un proceso de polarización social, inflación de
precios en productos populares y conflicto de clases latente,
que se manifestó, como suele ser normal en una época de crisis y
cambio como fue la de los años 30. El trovero Marín, rebosante
de sabiduría popular, lo manifestó a su manera:
“ Sangre vierte el corazón
viendo con vergüenza y pena
mendigar en Cartagena
los mineros de La Unión.
¿Qué te valió pueblo mío,
hacer tantos millonarios,
y darles tal poderío;
si aquí están tus proletarios
con el armario vacío?”
Los mineros residían en El Llano del Beal y
las cuatro localidades enfrentadas durante años y unidas
mediante decreto por el General Prim: Portman, Roche, Herrerías
y El Garbanzal, poblaciones que formaron desde entonces el
municipio de La Unión y que estaban estrechamente unidas a
Cartagena, físicamente por el trenet (inaugurado en 1874) y el
tranvía a vapor, políticamente por residir sus magnates en la
ciudad y económicamente por la implicación de los capitales
mineros en el desarrollo de la ciudad portuaria.
Estos mineros, según los numerosos estudios
de Juan Bautista Vilar y Egea Bruno sobre el tema, procedían en
su mayoría de otros lugares de la región y de las provincias
limítrofes, como Almería y Jaén. Todos los testimonios parecen
indicar que sus condiciones de vida no fueron nada buenas,
incluso en los años de esplendor, siendo la situación límite en
los años previos a la Segunda República. Las características del
trabajo en la minería fueron estas:
1º Una dureza extrema, al estar las minas
bajo tierra y las explotaciones poco modernizadas por su
atomización, perteneciendo a particulares de la comarca y no a
grandes empresas.
2º Jornadas de trabajo muy largas y
participación de mujeres y niños en pesadas tareas como la de
arrastrar el mineral desde donde se extraía en la mina hasta la
cuba que lo elevaba, ganando como jornal dos pesetas.
3º Viviendas de baja calidad.
4º Desprotección social y alta
peligrosidad.
5º Bajo salario, con jornales medios de
tres pesetas.
6º Elevado precio de los recursos
elementales por la inflación ligada a la existencia de una
burguesía con elevado poder adquisitivo y el control por los
señores de las minas de los principales comercios de La Unión,
dándose el caso de mineros que cobraban su soldada en vales
canjeables por alimentos en establecimientos del propio patrono.
Luis Ruy Wamba, viajero de comienzos de
siglo, relataba en aquellos años las condiciones de trabajo en
las minas. Señalaba en su testimonio las enormes profundidades
de los pozos, que despedían fuego y olor a azufre y petróleo y
las características de los trabajos, que eran muy peligrosos.
Los obreros debían andar en algunas ocasiones varios kilómetros
para llegar a la mina y, una vez allí, sujetos mediante un
cinturón, se dejaban caer asidos a una de las argollas de la
cadena hacia la cuba que les hacía descender a galerías de entre
100 y 400 metros de profundidad.
En las minas la respiración era dificultosa
y las paredes se horadaban a veces con la molesta presencia del
agua y una enorme falta de ventilación.
Se refiere en el relato de Ruy Wamba el
testimonio de un gobernador militar de Cartagena que perseguía
con tenacidad el anarquismo y lo tenía como la peor cosa del
mundo. Un día fue invitado a visitar los trabajos subterráneos
de una mina de la sierra minera, examinó las galerías y vio las
condiciones laborales, exclamando cuando se sintió libre en la
superficie:“Ahora me explico el anarquismo”.
Otros sectores importantes dentro de los
trabajadores eran los del puerto, tales como los cargadores y
los tartaneros; los del Arsenal, las fundiciones de Santa Lucía,
las obras públicas, la construcción, etc. Tal y como se ha
relacionado en líneas anteriores, en época de la República hemos
de incluir entre las filas del proletariado al numeroso
contingente de reclutas que existía en la ciudad y a los
pequeños trabajadores autónomos que surgían en torno a ellos:
aguadores, vendedores de alimentos, taberneros, bodegueros,
buhoneros, etc. Entre las tareas femeninas destacaremos el
servicio doméstico, la lavandería, la limpieza y la minería.
En una sociedad portuaria como es la
cartagenera, existía también un elevado número de personas
ambulantes entre las que se encontraban prostitutas, vagabundos,
proxenetas, marineros de fortuna y desarraigados de todo género
y condición. Estamos tratando, pues, de una sociedad con enormes
desigualdades y diferencias de clase, la cual fue analizada por
el pensador cartagenero Manuel Laguna en el periódico Cartagena
Ilustrada. El análisis de estas líneas presenta una sociedad en
la que quedan identificados trabajadores manuales y del
intelecto en cuanto a su escasa retribución, poco asociacionismo
y, en ocasiones, falta de actitudes reivindicativas y conciencia
de su situación de explotados. De los cartageneros de la época
decía: “Muchos pierden el tiempo en ostentaciones que no están
en consonancia con su vida, en discutir como energúmenos de
toros y deportes, emplean sus actividades en otras sociedades de
diferente carácter, en todo cooperan menos donde tienen la
obligación moral y material de hacerlo para conquistar su
mejoramiento y el de sus semejantes”.
Era habitual en Cartagena la vida en la
calle y en la taberna y esto afectaba sobre todo a las clases
populares, que pasaban muchas horas, según testimonio de la
época “alcoholizándose, profiriendo blasfemias y dando golpes
iracundos sobre las mesas y, como consecuencia de esto, luego
hay malos tratos para la mujer y peor educación para los hijos”.
Las condiciones laborales eran bastante
malas. No existían inspecciones de trabajo y la jornada duraba a
veces doce horas, no se cumplían las reglamentaciones laborales,
se obligaba a los obreros a firmar declaraciones de no haber
hecho horas extraordinarias y aquellos que reclamaban ante los
llamados tribunales industriales entraban en una lista negra de
personas a los que los patronos no daban trabajo. En los años 30
asistimos a un resurgir del asociacionismo obrero que mas
adelante trataremos en profundidad y que intentaba corregir las
situaciones antes descritas a través de partidos y sindicatos de
clase, teniendo como precedente cartagenero y germen de la
solidaridad obrera las organizaciones denominadas Federación
Instructiva de Dependientes y la de Obreros Tipógrafos.
El aumento de la población y el alojamiento
continuo de tropas provocaba desde el siglo XVIII un gran
problema de viviendas porque entre 1930 y 1940 la actividad
constructora de la ciudad había sido insignificante en
comparación con los cincuenta años anteriores, los del gran auge
del Modernismo y la abundancia de capitales procedentes de la
minería. La desaceleración del ritmo de construcción (con un
incremento de solo dos centésimas en los años de la República),
especialmente en el Ensanche, hemos de relacionarla con la
crisis económica internacional, nacional y local; la falta de
confianza mutua entre la burguesía económica de la ciudad y el
nuevo poder político y el estallido de la Guerra, que condicionó
la vida diaria. Durante el conflicto los evacuados y los que
perdieron sus viviendas en los bombardeos, fueron alojados de
forma obligatoria en domicilios particulares y en casinos,
teatros, cines, iglesias y conventos.
En cuanto a las actividades económicas
diremos que se produjo un proceso de ruralización a nivel
provincial, debido inicialmente a la crisis industrial de los
años 30 y luego, tras la Guerra Civil, a la imperiosa necesidad
de alimentos, la autarquía y las dificultades características de
reconversión de una economía orientada a la actividad bé-lica a
una de tiempo de paz. Esto quitó protagonismo y agravó las
dificultades de una ciudad como Cartagena, orientada
históricamente a la actividad industrial y militar.
Los censos de población de los años treinta
manifiestan que el mayor porcentaje de población ocupada en
Cartagena era el correspondiente a los militares, que eran un
15,07 de la población, siendo la segunda ocupación la
agricultura, con un 12,79. Las industrias de distinto tipo
(naval, metalúrgica, madera, textil, alimentaria, química, etc)
suponían, estudiadas de forma global, un porcentaje próximo al
30%, siendo también importante el transporte, el comercio, las
profesiones liberales y la administración.
De entre los productos agrícolas solamente
los de regadío eran importantes para la región y en Cartagena
prácticamente eran inexistentes, en parte por el fracaso de los
intentos de trasvasar agua desde la desembocadura del Segura y
desde las sierras de Jaén. Este segundo proyecto, estudiado por
mí en el libro Un modelo
alternativo de trasvase: el Real Canal de Carlos III,
pretendía, según el estudio del ingeniero Enrique Gómez López de
1928, la conducción de las aguas de los ríos Castril y Guardal
hasta el campo de Cartagena siguiendo el trazado propuesto en el
siglo XVIII. Los pobres cultivos de secano, sometidos a un clima
cálido y bajas precipitaciones configuraban un paisaje desolador
en el medio rural de la comarca, agravado por la sequía en el
periodo 1930-31 y los enfrentamientos entre patronos y
jornaleros. La sequía, omnipresente en nuestras etapas de
crisis, volvió a repetirse en la comarca en 1934, acompañada en
esta ocasión de granizadas y seguida en 1936 de plagas de mildíu
y langosta.
La economía de la Segunda República en
Cartagena está marcada por el impacto negativo de la crisis de
1929, que contrajo el comercio exterior y frenó los dos motores
básicos del desarrollo local: la minería y el comercio
portuario. La factoría naval de la Sociedad Española de
Construcciones Navales, que ocupaba en la ciudad a mas de 3000
obreros, se vio también afectada por la crisis del sector,
reduciéndose desde 1929 la producción año a año de una forma
espectacular, pasándose de las 37000 toneladas de esa fecha a
las 3100 de 1935.
En algunos sectores como la minería, tan
importante para el equilibrio económico local, la actividad se
redujo en mas de un 50%, pasando de 6910 trabajadores en 1930 a
3213 en 1940. La sierra minera de Cartagena-La Unión, según los
estudios de Juan Bautista Vilar, Pedro Egea Bruno y Diego
Victoria, había dejado de ocupar un lugar privilegiado desde los
años 20 y esto condicionó la actividad económica de una ciudad
supeditada a la inversión estatal y cuyos únicos capitales
autóctonos procedían de la minería. La crisis económica
internacional contrajo la demanda, la comarca pasó del auge a la
depresión, contribuyendo a la conflictividad social y agravando
la excesiva dependencia estatal por el paulatino proceso de
colectivización de las explotaciones entre 1936 y 1939.
A la situación del mercado internacional de
minerales debemos sumar un cierto agotamiento de los mejores
yacimientos de La Unión, Mazarrón y Cartagena: El Gorguel, Peña
del Águila, Manto de Azules, Llano del Beal y el Cabezo Rajado.
Un informe realizado en 1931 resaltaba con
pesimismo la depreciación de los minerales en el mercado
mundial, donde no se encontraban compradores para el hierro, las
calaminas y las blendas, lo cual hacía que las explotaciones se
paralizasen. El carácter familiar de muchos de los negocios
mineros hacía que no pudiesen soportar esta situación, de la que
solamente se salvaban las explotaciones de galena y pirita de
hierro. Debemos destacar el importante papel del Sindicato
Minero de Cart-agena-La Unión en el pago de las primas de
compensación de pérdidas procedente de los fondos de reserva que
a este efecto se habían constituido durante años.
El mineral de plomo, fuente de riqueza
fundamental en la comarca, pasó, según las estadísticas mineras,
de una producción de 24.511 Tm. en 1928 a 8.954 en 1935.
Perdieron las minas las dos terceras partes de su capacidad
productiva, siendo más acusada aún la pérdida de valor del
mineral. En 1933 el Sindicato Minero antes aludido consiguió un
crédito procedente del Banco de Crédito Industrial, pero a pesar
de ello tuvieron que cerrar varias minas.
Los años de la República fueron en
Cartagena, como en todo occidente, de conflictividad social.
Aparte de los cambios políticos, que más adelante referiremos,
es evidente que la coyuntura económica era suficientemente grave
como para provocar esta situación de conflicto. Uno de los más
importantes indicadores de esa situación es el paro obrero,
consecuencia directa de la crisis económica. En este sentido,
diremos que el año mas crítico a nivel local fue 1933, agravado
por la crisis de las exportaciones que contrajo la actividad
económica del puerto y las minas, que tenían ya en 1936 un 10%
de desempleo. En los días previos a la Guerra estos datos eran
peores. Los partidos políticos no encontraban soluciones a la
crisis. Los diarios de la época reflejan una situación social
francamente violenta relacionada con la mendicidad, la miseria,
el desarraigo, la relajación de costumbres y la
desestructuración familiar.
Situación política en vísperas de la
República.
Durante la Dictadura de Miguel Primo de Rivera
se consumó la disolución de los tradicionales partidos de la
Restauración, el conservador y el liberal, que se habían
alternado en el poder durante décadas apoyados en el caciquismo
y que en el primer cuarto del siglo languidecían por el
deterioro del sistema, el excesivo protagonismo del Rey Alfonso
XIII y la falta de líderes de talla.
Murcia había sido tradicionalmente feudo de
uno de los prohombres del partido conservador, Juan De la Cierva
y Peñafiel, quien se jactaba de que en la provincia no se movía
un papel sin pasar antes por sus manos. Había sido varias veces
ministro y Presidente del Gobierno, tenía fuertes intereses en
la Región y toda una red de clientes y amigos políticos que se
prestaban a sus manejos electorales. En Cartagena su mano
derecha era José Maestre, emparentado con el famoso Zapata (tío
Lobo) y ya propietario en los primeros años del siglo de la
todopoderosa empresa Mancomunidad Zapata. Los años de la
Dictadura fueron de cierto oscurecimiento del grupo ciervista en
Cartagena, detectándose cierto resurgimiento en los días previos
a la proclamación de la República, consiguiendo el nombramiento
de Francisco Muñoz Delgado como alcalde de Cartagena.
El partido liberal mantenía en 1930-31 una
atonía todavía mayor, siendo su líder en Cartagena el antiguo
diputado García-Vaso. Otros partidos monárquicos eran el partido
albista, sin delegación en Cartagena, y el reformista, luego
liberal-demócrata, de Melquíades Álvarez. El partido agrario
estaba ligado a la Federación Agraria e Instructiva de Levante y
poseía un medio de expresión en Murcia, el diario Levante
Agrario, dominado por el cartagenero Tomás Maestre. Tenía este
partido un carácter agrario y localista murciano que no tuvo
éxito en Cartagena, donde triunfaba con fuerza el partido
Cartagenerista. La Federación Católica Agraria y su principal
órgano de difusión, el diario La Verdad fundaron otro partido,
el católico-social, a partir de los sindicatos agrarios, de
fuerte implantación regional, que acabó integrándose en 1931 en
el partido Acción Nacional de Herrera Oria.
Por su parte, el dictador Primo de Rivera
funda Unión Patriótica, que desapa-reció tras su muerte,
integrándose sus miembros en otros partidos de derecha. Los
par-tidos republicanos y de izquierdas se encontraban todavía
mas desorganizados por no contar con demasiados elementos de
talla política a nivel local, carecer de experiencia de gobierno
y haber permanecido en la clandestinidad en algunos momentos de
la Dictadura. Sin embargo, el desprestigio de la Monarquía y de
su aparato institucional hizo que las elecciones municipales
convocadas en marzo de 1931 por Aznar fuesen una buena
oportunidad para medir sus fuerzas con los partidos
tradicionales. Su fuerza radicaba en la unidad de acción entre
las distintas facciones republicanas y socialistas, acordada en
el Pacto de San Sebastián firmado el 17 de agosto de 1930, cuyo
principal objetivo era el fin de la Monarquía y el advenimiento
de la República.
El partido mas arraigado en nuestra región
era el radical del demagogo Lerroux y estaba coaligado en Murcia
con el de Azaña, Acción Republicana, cuyo hombre fuerte era el
catedrático de Derecho Penal Mariano Ruiz-Funes. La coalición se
denominó Alianza Republicana. En Cartagena tuvo mucho éxito el
producto de una excisión a nivel nacional en este grupo, el
partido radical-socialista. También tuvo presencia en la región
el partido de Alcalá Zamora, derecha liberal republicana.
En la ciudad de Cartagena, a pesar de la
incultura política antes apuntada, el movimiento obrero tenía
una fuerte implantación por diferentes causas:
1º Tener, al contrario que en el resto de
la provincia, una numerosa población obrera, concentrada en
sectores tradicionalmente reivindicativos y concienciados
política y sindicalmente: la minería y el sector naval.
2º Existir un precedente local de lucha
popular: el cantonalismo de la Primera República.
3º Haber entendido los obreros en aquellos
momentos que la burguesía realizaba una política y defendía unos
intereses no solo diferentes, sino más bien opuestos a los
intereses populares. La experiencia federalista del Cantón
Murciano durante la Primera República despertó entre algunos
obreros de Cartagena su conciencia de clase.
El Partido Socialista Obrero Español se
implantó en Cartagena en 1910, sien-do esta la primera
agrupación de la provincia y construyéndose en pleno corazón
mi-nero, en el Llano del Beal, una Casa del Pueblo en 1916. En
las elecciones previas al golpe de estado de 1923 habían
presentado un candidato a Cortes, Lucio Martínez. En ese año
tenían ya concejales en el ayuntamiento y en 1928 consiguieron
la legalización. El anarquismo tenía una presencia todavía más
antigua, a pesar de su clandestinidad, surgiendo en la sierra
minera el periódico La Unión, de carácter bakuninista, que pasó
en 1891 a llamarse 1º de mayo. Su influencia en Cartagena hemos
de relacionarla con la masiva llegada de emigrantes andaluces y
la existencia de uno de los tres centros comarcales y varias
secciones locales. Su legalización, según José Antonio Ayala, se
produjo en 1930.
Las elecciones municipales del 12 de abril
de 1931 se caracterizaron por la unidad de acción entre
republicanos y socialistas, cuyo único aglutinante fue la lucha
antimonárquica y la reivindicación de la República, y su
eficacia en el desempeño de la actividad electoral pese a las
limitaciones antes apuntadas. La campaña en Cartagena tuvo lugar
en medio de un ambiente de tranquilidad, reflejándose en los
mítines de los partidos republicanos y de izquierdas una crítica
tanto de la monarquía como de los partidos tradicionales y en
los de éstos una defensa de la estabilidad y el orden público.
La implantación de la República y el bienio
social-azañista.
En el municipio de Cartagena, a pesar de la
elevada abstención y de ciertas irregularidades inherentes al
sistema, el triunfo de la conjunción republicano-socialista a
nivel local se acogió con enorme júbilo. Como en casi toda
España, la proclamación de la República se vivió de forma
pacífica, produciéndose multitudinarias manifestaciones y
concentraciones en torno a las principales arterias y edificios
públicos de la ciudad.
El día 15 de abril de 1931 tomo posesión en el
ayuntamiento una gestora provisional formada por los tres
concejales más votados: Severino Bonmatí Vicedo (Radical
Socialista), Luis Romero Ruiz (PSOE) y Amancio Muñoz de Zafra
(PSOE). El objetivo era dar entrada a la bandera tricolor,
símbolo de la República, lo cual se hizo con el acompañamiento
de una enorme muchedumbre que ocupaba, no sólo el palacio
municipal, sino también muchísimas plazas y calles de los
alrededores. Los nuevos
representantes municipales penetraron en las casas
consistoriales con los acordes de La Marsellesa, desfiles y
vivas a la República y dirigieron a la multitud el deseo de
todos de que la enseña: “…sirva de guía a todos los patriotas en
la nueva era que comienza para España…”. Dos días después, el
17, tomó posesión el nuevo equipo municipal siguiendo las
instrucciones marcadas por el gobierno de la República:
“Ministro gobernación ordena que se constituya inmediatamente
ese ayuntamiento acatando resultado sufragio día doce conforme
ley municipal 1877, salvo que se hubiesen formulado o se
formulasen protestas por coacciones o falseamiento elección, en
cuyo caso quedará en suspenso constitución.
De todo ello se me dará oportuna cuenta”.
En
este contexto de absoluta normalidad y legalidad, con la rúbrica
del notario Fausto Suárez Pérez, el último alcalde monárquico
hizo entrega del poder municipal al concejal más votado,
Severino Bonmatí, quien había obtenido un total de 1559
sufragios. En total fueron elegidos 45 concejales, de los cuales
20 eran republicanos, 10 del Partido Cartagenerista, 10 del
PSOE, 4 conservadores y uno independiente. Parece que la figura
de más prestigio era Severino Bonmati Vicedo, que fue elegido, a
pesar de su negativa por ser candidato, presidente de la mesa
electoral que había de organizar la votación interna de
selección del alcalde. El acuerdo entre los concejales hizo que
su candidatura sólo obtuviese su voto frente a los 44 de
Francisco Pérez Lurbe, de la Alianza Republicana, nueva máxima
autoridad municipal, siendo sustituido poco después por Pedro
Sánchez Meca. El resto del equipo de gobierno quedó completado
con los siguientes concejales: -Teniente de Alcalde: Luis Romero
Ruiz (Alianza Republicana). -2º Teniente de Alcalde: Amancio
Muñoz de Zafra (PSOE). -3er Teniente de Alcalde: Severino
Bonmatí Vicedo (PRRS - Partido Republicano Radical Socialista).
-4º Teniente de Alcalde: El médico Ángel Sánchez Del Val
(PSOE). -5º Teniente de Alcalde: Miguel Céspedes Pérez (PSOE).
-6º Teniente de Alcalde: Pedro Peñalver Alcaraz (PRRS). -7º
Teniente de Alcalde: Ramón Navarro Vives (Alianza Republicana).
-8º Teniente de Alcalde: Rosendo Zamora Ruiz (Alianza
Republicana). -9º Teniente de Alcalde: Luciano Fructuoso
(Alianza Republicana). -10º Teniente de Alcalde: Alejandro Del
Castillo Roda (Alianza Republicana).
La nueva corporación no introdujo en la
vida municipal grandes novedades de organización, siendo la
tónica habitual el respeto a los usos tradicionales. Se
eligieron de entre los concejales dos procuradores síndicos,
encargados de los asuntos jurídicos, siendo lo habitual que
fuese solo uno. Esto se hizo para contentar tanto a
republicanos, que eligieron a César Serrano Mateo ( en febrero
de 1936 nombrado alcalde), como a socialistas, que hicieron lo
propio con José María Hernández Meoro. Una vez más, y a pesar de
que era la familia con mas carisma en la vida política
cartagenera, quedó fuera de la elección un miembro de los
Bonmatí, Casimiro, que pretendía uno de los dos puestos, a pesar
de no pertenecer a la mayoría. Otro aspecto que se modificó fue
el horario de los plenos ordinarios, que pasaron a ser los
viernes a las 18:30 para permitir la asistencia a éstos de los
obreros.
Podemos decir que la gran revolución dentro
de la vida política consistió en la existencia de un debate
político de gran riqueza y un aire de libertad que duró hasta
septiembre del 36, cuando el gobierno central de Largo Caballero
interviene el gobierno municipal, imponiendo un estado
revolucionario y de guerra. El alcalde impulsó un nuevo estilo,
cercano al reformismo tranquilo, a la revolución de terciopelo
que pretendían los republicanos:
1º Intentando regenerar la política,
renunciando a los sueldos y al coche oficial, en un intento de
austeridad y, por qué no decirlo, con una dosis de demagogia
política, como demuestra la utilización de frases como “no puede
el alcalde pasearse en automóvil cuando el ayuntamiento debe
pesetas” o “ aquí se terminaron las cartas de recomendación y el
favoritismo”.
2º Queriendo contentar a sus amigos
políticos de la izquierda e impulsando una política social.
Introduciendo en el presupuesto importantes partidas destinadas
a la Instrucción Pública y la Asistencia Social.
3º Tranquilizando a la burguesía al poner
como objetivo el mantenimiento del orden público y la legalidad
y, en un alarde autoritario y parodiando al Alcalde de Zalamea,
defender la independencia municipal diciendo que su vara de
mando “antes de doblegarse se romperá”.
En
cuanto a los presupuestos de la época republicana, de talante
social-reformista, diremos que destacaban los importantes
capítulos dedicados a la instrucción pública, beneficencia,
asistencia a ancianos y asistencia social, quedando las partidas
desglosadas de la siguiente forma: -OBLIGACIONES GENERALES:
pensionistas y jubilados, créditos, litigios, servicios al
estado y anuncios y suscripciones. -REPRESENTACIÓN. -VIGILANCIA
Y BOMBEROS. -ADMINISTRACIÓN. -PERSONAL. -SALUD E HIGIENE:
aguas, limpieza, desinfección y epidemias. -BENEFICENCIA:
médicos, socorro de pobres y calamidades. -ASISTENCIA SOCIAL:
fomento, casas baratas, seguros sociales y retiro obrero.
-INSTRUCCIÓN PÚBLICA: escuelas, talleres y cultura. -OBRAS
PÚBLICAS. -MONTES. -FOMENTO DE EXPOSICIONES. -IMPREVISTOS.
En los primeros días de la República eran
frecuentes los debates y declaraciones de intenciones, pues,
dada la multitud que asistía a los plenos y jaleaba las
sesiones, los políticos aprovechaban para exponer sus programas
y los de su partido, dadas las ansias de libertad del pueblo y
el beneplácito con que eran acogidas las nuevas ideas. Podemos
decir que, como suele suceder cuando se produce una renovación,
del género que sea, el pueblo acoge con agrado las novedades y,
en la Cartagena de 1936, la política estaba de moda. Estas eran
las posturas, además de la del equipo de gobierno republicano,
ya conocida, que existían en el consistorio cartagenero en los
albores de la Segunda República:
-La de los socialistas, coaligados con la
mayoría republicana, representados por el segundo teniente, mas
adelante alcalde, Amancio Muñoz de Zafra quien, en su toma de
posesión expuso de forma conciliadora su “modus operandi”: “…yo
no haré, ni más ni menos, que ser consecuente, hacer honor a mi
conducta y a mis ideas, buscar solu ciones a las necesidades del
proletariado y defender en España las ideas democráticas…”.
Era un planteamiento moderado, progresista,
cercano a las ideas del sector reformista y legalista del
Partido Socialista Obrero Español, representado de forma
especial a nivel nacional por Prieto, Besteiro y Fernando de los
Ríos. Sin embargo, con el paso del tiempo, como tantos
socialistas, fue radicalizando su discurso, justificando su
colaboración con la república democrática por el objetivo común
de acabar con la Monarquía y cierta simpatía paternalista. En
uno de los plenos recogidos en el libro de actas capitulares
dejó caer esta reveladora sentencia: “…pudiera suceder que, en
algún momento, como consecuencia de nuestras normas políticas,
económicas y sociales, apareciese nuestra disconformidad, lo que
pudiera ser en medidas gubernamentales, en confección de
presupuestos y en la forma de realizar impuestos. En estas cosas
que son consustanciales con nuestros ideales …nos hemos, pues,
de orientar a la defensa de nuestras ideas socialistas y nos
conduciremos laborando tenazmente hasta conseguir la redención
del proletariado, que no es otra cosa que la implantación de una
sola clase, la de trabajadores dignos y libres que obtengan
íntegramente el producto de su trabajo…”.
Con estos amigos políticos de coalición y
la presencia en el ayuntamiento de personajes de la derecha
histórica como Alfonso Torres, Justo Aznar, Mariano Pascual de
Riquelme, Pedro Sánchez o Manuel Dorda; y extrapolando esta
situación al resto del país, podemos aventurar desde el análisis
de la base histórica local algunas de las causas del
estrangulamiento, desde las fuerzas tradicionales primero, y
desde la izquierda desde septiembre de 1936, de la segunda
experiencia republicana.
-La de los representantes del Partido
Republicano Radical Socialista, el tercer teniente de alcalde,
el incombustible y voluntarioso Severino Bonmatí Vicedo y el
sexto, Pedro Peñalver Alcaraz. Estos concejales, en general
aliados casi siempre y fieles a la mayoría republicana, eran el
máximo exponente del republicano legalista, democrático e
idealista, poniendo siempre énfasis en el respeto a la ley, la
justicia, la moral y la persona, mostrándose en todos sus
discursos críticos con la extinta monarquía.
- La de la minoría conservadora, agazapada
y tímida por saberse a contracorriente, representada por Pedro
Sánchez. Se muestra en los albores del régimen tolerante y
colaboradora.
- La del peligroso (para la causa
republicana) grupo cartagenerista, representado por el alcalde
del periodo de la Dictadura de Primo de Rivera Alfonso Torres,
que aglutinaba al núcleo mas duro y conservador de la burguesía
cartagenera que lideraron en la ciudad la Unión Patriótica y que
ahora escondían su auténtica ideología y sus fines últimos con
una estrategia localista que tan buenos dividendos electorales
ha dado tradicionalmente en esta ciudad y que creemos queda
expresada en estas palabras dirigidas a la corporación: “Saludo
cordial y afectuoso, lleno de respeto a la nueva corporación de
Cartagena. Nuestra bandera no es mas que una: Cartagena…”.
La implantación de la Segunda República lo
fue en un clima de gozosa tranquilidad que se prolongó durante
todo el mes de abril, con algunos pequeños conatos de revuelta
anarquista y algunas manifestaciones algo subidas de tono en el
periódico promonárquico Cartagena Nueva. Los primeros incidentes
serios tuvieron lugar en el mes de mayo, coincidiendo con los
sucesos de Madrid del día 10 de ese mes y el resurgir de la
actividad política por la proximidad de las primeras elecciones
legislativas, en las cuales participó a nivel provincial un
nuevo partido, minoritario, el federal del autor del libro sobre
El Cantón Murciano Antonio Puig Campillo.
Las elecciones generales de 1931 se
celebraron siguiendo el sistema electoral de 1907, con la
novedad de constituir las ciudades que como Cartagena tenían mas
de 100.000 habitantes un distrito separado del resto de la
provincia para favorecer con ello el voto urbano, mas
progresista y republicano, e intentar corregir la enorme y
fatídica para el nuevo régimen dispersión política. Se mantenía
el sufragio universal masculino (Azaña lo extendería a la mujer
en las segundas elecciones), se rebajaba la edad para votar a 23
años y se permitía la elección de mujeres. Se votó el 28 de
junio y Cartagena eligió dos diputados particulares de su
distrito, Murcia capital cuatro y para el distrito provincial
otros siete, en total trece.
La proliferación de partidos hizo necesaria
la existencia de alianzas, especialmente entre los partidos
republicanos, proponiéndose varias combinaciones para reeditar
la unión conseguida para las elecciones municipales. Finalmente
fueron juntos a la contienda los radicales, el Partido
Socialista Obrero Español y la Acción Republicana de Manuel
Azaña, no participando en las coaliciones los
radical-socialistas. En Cartagena participaron también la
derecha liberal y los agrarios, sin embargo la derecha quedó
casi borrada en estas elecciones.
En la ciudad departamental participaron,
según el anuario estadístico, 16.132 electores (la mayoría del
casco urbano) de los 33.883 censados, lo cual supuso un 47,61%,
que contrastaba con el 67,68 % que votaron en el resto de la
provincia y el 68,65% de Murcia capital. Esta elevada abstención
del municipio se debió a estos factores:
1º La falta de claridad en el panorama
electoral republicano, donde el camba-lache de coaliciones
posibles, no despejado hasta última hora, confundió al
electorado.
2º La dispersión de partidos tradicionales
de derechas, mayor que en el resto de la provincia, mezclándose
la derecha monárquica representada por Pedro Sánchez, los
regionalistas agrarios y el localista Partido Cartagenerista o
Upetista, con gran atractivo para las elecciones locales, pero
de difuso perfil político para los electores en el contexto
nacional, siendo su líder el antiguo alcalde Alfonso Torres.
3º La elevada abstención del campo de
Cartagena, donde el predominio del poblamiento disperso y las
malas comunicaciones dificultaban el voto de una población rural
(salvo notables excepciones como La Palma) con escasa cultura
cívica y formación política.
4º La existencia de una fuerte implantación
del sindicato anarquista CNT, que no existía en el resto de la
provincia y que vaciló hasta el último instante en recomen-dar a
simpatizantes y afiliados la abstención, el voto a la conjunción
republicano-socialista o el apoyo al partido federal, postura
que fue la que al final predominó.
Fueron cinco los candidatos que finalmente
concurrieron a la contienda electoral en Cartagena, siendo
elegidos por el sector “oficialista” el radical Ángel Rizo, con
7.893 votos (48,93%) y el radical socialista Ramón Navarro
Vives, con 4.156 votos (25,76%). A nivel provincial la coalición
social-republicana había obtenido diez de los trece escaños
posibles (cinco radicales, tres socialistas y dos de Acción
Republicana). Los radical-socialistas, con tres escaños, habían
demostrado su tirón electoral y la capacidad de organización y
movilización de sus militantes, siendo la gran perdedora la
derecha tradicional.
El llamado bienio social-azañista se
caracterizó sobre todo por la elaboración de la Constitución de
1931, la Ley de Reforma Agraria y el Estatuto de Autonomía de
Cataluña. Estos y otros temas de alto calado político hicieron
que la inicial unidad de los republicanos fuese diluyéndose por
existir dentro de los socios de gobierno amplias diferencias
ideológicas, políticas y morales sobre si el estado debía de ser
centralista o federal, social o liberal, confesional o laico,
etc. Los años treinta fueron en el mundo occidental los del auge
de los extremismos políticos, los del desarrollo del socialismo
totalitarista y el fascismo, en resumen, los de la crisis del
estado democrático. Y la joven república española fue víctima de
esos extremismos, que habían calado hondo en algunos de nuestros
políticos, así como en las masas y los poderes que ellos
representaban. Los primeros problemas surgieron al plantearse la
separación entre la iglesia y el estado que, como comenta el
propio Azaña en su Testamento Político, provocó la hilaridad de
la derecha republicana y más de una rabieta en el veleidoso y
mojigato Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora.
La Reforma Agraria, por otro lado, provocó
la reacción de los propietarios del campo que fundaron a nivel
estatal un gran partido de derechas, Acción Nacional (más tarde
Acción Popular) y justificó el paso del Partido Radical de
Lerroux , al ver frustradas éste sus aspiraciones políticas, a
la oposición. En la región la prensa conservadora, especialmente
La Verdad de Murcia y Cartagena Nueva, estalló en cólera contra
la reforma agrícola de una forma especialmente agresiva por ser
el diputado murciano de Acción Republicana Mariano Ruiz-Funes su
principal redactor e impulsor. En Cartagena el nuevo partido
Acción Nacional surgió a partir del sólido gru-po (con 10
concejales en el Consistorio) del Partido Cartagenerista, los
cuales ya no ocultaban sus auténticos principios y el color de
su bandera: religión, patria, orden, familia y propiedad. Con
motivo del frustrado intento de golpe de estado de Sanjurjo el
10 de agosto de 1932 comenzaron a aparecer en Cartagena los
primeros síntomas de crispación de la vida política, tomándose
algunas medidas para contener los excesos de la derecha:
1º Se suspendió durante algún tiempo el
diario “Cartagena Nueva” por acuerdo municipal y de forma
preventiva “…en vista de los sucesos acaecidos y la tensión en
que se encuentra el pueblo de Cartagena…”.
2º Se clausuró el centro de Acción Popular
en la ciudad por existir indicios de que desde allí se
conspiraba contra la República.
3º Fueron encarcelados algunos políticos
que participaron en la trama política de la “sanjurjada”, entre
ellos el comisario de policía.
4º Se decretó una inspección de la gestión
municipal desde el 13 de septiembre de 1923, que en realidad
ocultaba un ajuste de cuentas contra personajes públicos de la
Dictadura como Alfonso Torres, muy implicados en la vida
política de la ciudad y en la oposición al nuevo régimen.
El periodista, concejal y político
militante de la derecha Manuel Dorda se convirtió en bandera de
la denuncia a favor de la libertad de expresión y de prensa, en
peligro, según sus curiosas manifestaciones, por el
autoritarismo a nivel local de la coalición gobernante. La
lectura del discurso de José Antonio Primo de Rivera en
Cartagena, recogido por el diario El Eco el 30 de octubre de
1933, nos hace pensar que las autoridades municipales, con mayor
o menor fortuna, obraban de forma justificada contra los excesos
de los grupos de la derecha, que habían perdido el miedo al
pueblo y el respeto a la República y que tenían como única
bandera la defensa de unas ideas que había que imponer a toda
costa: “…Para defender estos principios no hay que decir que no
se debe apelar a la violencia. Nosotros apela remos siempre a la
violencia de los puños y las pisto las cuando se trate de
ofender a la patria o hacerle daño…”
En 1933 el abanico político continuó
ensanchándose, apareciendo la Confederación Nacional de Derechas
Católicas o CEDA, a partir de Acción Popular, con un gran líder
nacional, José María Gil Robles. También la Falange Española,
del ya aludido José Antonio Primo de Rivera y, en la otra
orilla, el Partido Comunista. Podemos decir, por tanto, que en
1933, a semejanza de lo que sucediera en el resto de Europa, la
democracia se vio amenazada tanto por el fascismo como por los
radicalismos revolucionarios y la joven República Española se
convirtió en marco y escenario durante la Guerra Civil entre
1936 y 1939 del primer acto de un enfrentamiento generalizado
entre tres formas de entender la vida y la sociedad: la
democracia, el fascismo y el totalitarismo socialista. En
nuestro breve estudio hemos intentado acercarnos a los primeros
tiempos de la República, años de esperanzas y júbilo popular
tras largas décadas de atonía política. Época de cambios y
reformas, momento en el cual se abría una etapa de esperanza en
el futuro de España que, visto desde el análisis distante que
nos permite la historia nos parece casi una utopía. Pero ya va
siendo hora de que los historiadores hablemos de cosas
imposibles, porque, como dijo el trovador, de lo posible “se
sabe demasiado”.