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No consiento que se hable mal de Franco en mi presencia. Juan Carlos «El Rey»
La I República
Carmen Dalmau
El
11 de febrero de 1873 la Asamblea Nacional (Congreso y Senado) asume todos los
poderes y declara como forma de
gobierno de la nación la Republica, y hasta 1931 este era el día de celebración
para los republicanos. Se ha dicho de esta primera republica, que es una
republica sin republicanos, y quizá por eso el
entusiasmo iconográfico del 14 de abril ha eclipsado el día 11 de
febrero.
Los
románticos intentan explicar con desbordamiento de sentimientos la necesidad de
modernizar un país que va perdiendo el ritmo del tiempo moderno, apelando a la
más alta cualidad de la inteligencia que es la razón, pero es el
“extravagante” ciudadano Valle Inclán, el que traslada en su Ruedo Ibérico
el espejo cóncavo del esperpento en el que se refleja la realidad del País de
Babia. La evolución ideológica de este sentimental marques de Bradomin
condensa los sentimientos encontrados del siglo XIX español.
Una
razón, que intenta abrirse paso, como dijo otro poeta,
en una España que muere,
aristocrática, de charanga y pandereta, cerrado y sacristía,
anclada en el Antiguo Régimen y la
España liberal ó burguesa, que bosteza, que vive dormitando, que no ha
sabido modernizarse.
La
España del siglo XIX, siguiendo con la imagen poética de Machado, es una España,
malherida, podrida y beoda, derrotada, vacía, emponzoñada de beber la sangre
de su propia herida.
El
gran historiador francés Pierre Vilar, que nos enseñó a pensar históricamente,
en su Historia de España, cuando comienza a analizar
el siglo XIX, afirma que: “la historia política del siglo XIX español no
es sino un encadenamiento de intrigas, comedias y dramas” pero
esto no es sino una plasmación romántica de los problemas endémicos de un país
que llegan hasta 1931 sin resolver. Es la España que pinta Manet creando
un imaginario operístico: Carmen de Merimeé, el torero, el cesante, el
ama de cura, el hortera, el contrabandista, la Celestina, el boticario...
Pero
es la España que tiene que enfrentarse a los problemas derivados de la
pervivencia de las estructuras del Antiguo Régimen en un país que necesita
modernizarse: así por ejemplo el crecimiento demográfico a principios del
siglo XX sería el adecuado para un imperio colonial, con una industrialización
en crecimiento, una red de tejido capitalista desarrollada, sin embargo el país
acaba de perder los restos de un pasado colonial; un régimen de latifundios en
Andalucía y Extremadura donde las grandes familias Alba o Medinaceli siguen
detentando la propiedad de la tierra, un campo de secano sin política hidráulica,
compitiendo con un sistema ganadero propio de instituciones como la Mesta
derivadas de la Edad Media. Las minas en manos de capitales ingleses o alemanes,
sin inversiones en equipamiento o maquinaria, extrayendo materia prima sin
elaborar de Riotinto o Tharsis. Una red de ferrocarriles mal trazada...
Es decir, un país que pierde el ritmo de la revolución industrial.
La
historia de España durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, que
culmina con el broche de plata de la II República, es la historia del fracaso
del Estado Liberal, es la historia del fracaso de las fuerzas
progresistas frente a las fuerzas más conservadoras, el sometimiento a
la red clientelar de las relaciones del caciquismo, el analfabetismo, el
estancamiento social donde apenas 100 “grandes familias”
entrelazaban todas las relaciones de dominio financiero, agrario y de
negocios, entroncando con la mentalidad señorial y rural heredada del Antiguo Régimen.
La
primera republica es el resultado
de un proceso histórico que se abre en 1834, con el Estatuto Real y que culmina
en el Sexenio Democrático.
Durante
este proceso se irán desplazando la
tensión dominante en la etapa anterior entre absolutismo-liberalimo por la
tensión entre burguesía moderada y burguesa progresista. La construcción del
Estado Liberal durante la monarquía de Isabel II, tan unida al moderantismo y
que no dejó hueco a las aspiraciones de los progresistas y de unas
clases medias que emergen en la escena política y que se van a identificar con
los demócratas y republicanos, sobre los que gravita la influencia krausista,
el movimiento obrero y los regionalismos emergentes. Así, el Sexenio Democrático
que se inaugura en 1868, puede ser considerado como la expresión democrática
de la revolución liberal burguesa en España, siendo éste el contexto donde ha
de ubicarse la primera experiencia
republicana.
El
primer intento republicano llega a un país en el que empiezan a hundirse
las antiguas formas, pero no se han construido las nuevas. La industrialización,la
prosperidad y el desarrollo de la burguesía no puede todavía edificar sobre el
Antiguo Régimen al que todavía le
quedan fuerzas para defenderse. Al final del reinado de Isabel II, cunde la
descomposición de la sociedad española y domina el desencanto.
En
el Pacto de Ostende de 1866, que dará lugar a la Coalición
Revolucionaria de 1868, que acaba derrocando a Isabel II (1833-1868),
la reina que se ha hecho “insoportable” para las principales fuerzas
del país, en la que participan: Demócratas (Rivero, Orense, Castelar,
Becerra, Martos, Figueras, Pi y Margall), Progresistas (General Prim,
Madoz, Sagasta, Ruiz Zorilla) y la Unión Liberal(General O´Donnell,
General Serrano , Alonso Martínez),y
donde comienza a perfilarse la dicotomía democrático-monárquica y democrático-republicana
Ya
están presentes en el escenario político los que serian los cuatro presidentes
de la I República, así como los que se levantan contra ella.
Durante
la Regencia de Serrano (1869-1870), que inaugura el Sexenio Democrático
(1868-1874) aparecen podríamos decir, que por primera vez, entre las
fuerzas políticas españolas los Republicanos, entre cuyas filas encontramos a Pi
y Margall, F.Garrido, Barcia, Guisáosla, Zavala y García López
Serrano
y Prim, gobernantes provisionales,
convocan unas Cortes que elaboran la Constitución de 1868, una Constitución
brillante, en defensa de las libertades fundamentales, laica, división de
poderes y establecimiento del Sufragio Universal, pero monárquica. La
soberanía reside esencialmente en la Nación, de la cual emanan todos los
poderes, pero la forma de
gobierno de la Nación Española es la monarquía. Sin embargo el trono esta
vacante.
Los dos generales, recorren Europa, buscando un rey entre las casas
reinantes que ocupe el trono vacante. No puede ser Alfonso XII, ni el intrigante
Duque de Montpensier “El naranjero”, ambos de la dinastía de los
borbones, que encarna todo lo odiado por el pueblo en la figura de la derrocada
Isabel II, Se baraja Leopoldo de Holenzollen, pero la oposición de Francia lo
hace inviable como candidato (origen de la guerra franco prusiana.
Prim,
representante de las fuerzas progresistas,
es el valedor del hijo del rey
italiano, ya que en el contexto internacional es una de las monarquías más
liberales e independientes de los poderes religiosos, ya que el
Estado Italiano acaba de anexionarse los Estados Pontificios.
El
30 de diciembre de 1870, Prim es asesinado en la calle del Turco, dejando
a Amadeo I sólo ante los problemas que asolan a un país que no
entiende. El primer acto oficial de su reinado es asistir al entierro de su único
valedor en el país frente a los enemigos que vienen de la jerarquía eclesiástica,
los sectores monárquicos más tradicionales( los alfonsinos, representados por
Antonio Canovas), o aquellos sectores burgueses que tienen sus intereses económicos
en las colonias o en la industria textil catalana y ven peligrar sus intereses
comerciales ante otra burguesía más fuerte.
El
breve reinado de Amadeo I fue un rotundo fracaso, y un impas en el que el
monarca solo espera el momento para abdicar con cierto honor (crisis entre el
gobierno y el cuerpo de artillería), dejando la estela de dos atentados, el
recrudecimiento del conflicto cubano y el estallido de la tercera guerra
carlista.
Durante
el reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873), los Republicanos se
dividen en las dos corrientes principales que condicionarán el desarrollo de la
I República, Federales (Pi y Margall) y Unitarios (García López).
Dentro de los Demócratas se produce la fuerte división entre los
pro-republicanos (Castelar, Figueras) y los Cimbrios o pro-monárquicos (Rivero,
Martos, Becerra).
Cuando
Amadeo abdica el 11 de febrero de 1873 y entrega a Ruiz Zorilla el texto de su
renuncia irrevocable en su nombre y el de sus herederos. Esa misma tarde el
Congreso abre sesión plenaria, que acepta la renuncia
y Pi y Margall se levanta para defender la solución
republicana: “no tenéis rey ni gobierno, tenéis un solo poder legitimo: las Cortes”. Mientras Castelar
y otros diputados asomados a las
rejas de las ventanas del edificio de las Cortes gritan heroicamente al pueblo
que comienza a concentrarse en los aledaños. “no saldremos de aquí sino
con la proclamación de la republica o muertos” Son las Cortes monárquicas
paradójicamente, las que proclaman la I
República en un país que necesita modernizarse con urgencia. Los votos a favor
de la solución republicana son de 258 a favor y solo 32 en contra.
Pero
el nuevo poder legalmente constituido era extremadamente frágil. Tiene que
enfrentarse, sin apoyo de bases sociales, a
la estructura de un estado
conservador, una aristocracia que no se resigna a la pérdida de sus
privilegios, un ejército moderado con militares que no son leales, unas arcas
exhaustas, una guerra carlista, la tercera (1872-1876), la guerra de Cuba y
los cantonalismos que surgen en el sur y suroeste del país. Las derechas
están desconcertadas, pensando en soluciones de fuerza y la izquierda burguesa
y liberal, con el poder nominal en las manos, pero sin base social.
Don
Benito Pérez Galdós, un hombre del
siglo XIX empieza a publicar los Episodios Nacionales en 1873, dedicando uno a
la I República nos ilustra esta carencia de sentimiento popular: “De
pronto, me encontré junto a una boca de alcantarilla abierta, por la cual salía
una ronda de poceros que terminaban su servicio en aquellas profundidades. Uno
de ellos, calzado con altas y gruesas botas, estaba ya fuera; otro, al asomar la
cabeza y hombros por el agujero, soltó estas palabras:
-
vus lo digo otra vez. La
República tiene que ser para los republicanos.
Y
en lo hondo del pozo, otra voz subterránea repitió:
-
Si, sí; para los republicanos”
La
Primera República española dura 11 meses, con continuos intentos golpistas, el
primero a los 13 días, de Martos, el segundo a los dos meses y
cuatro presidentes: Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Tiene un
proyecto de Constitución Federal
que solo llegó a tener una sesión de discusión. En el Titulo Preliminar
afirma que “toda persona encuentra asegurados en la República, sin que
ningún poder tenga facultad para cohibirlos, ni ley ninguna autoridad para
mermarlos, todos los derechos naturales”, siendo el 7º donde reside la
clave de La República “La igualdad ante la ley”.
Suceden
tantas cosas en tan corto espacio de tiempo que da vértigo, ya que se conjugan
todos los problemas de la España de finales del XIX. Como dice Galdós,: “La
naciente República no tenía momento seguro, y todo su tiempo dedicábalo a
quitar las chinitas que ponía en su camino la displicente Asamblea Nacional,
formada con todo el detritus de las pasiones monárquicas”
La
I republica no tiene apoyo en el interior, pero tampoco en el exterior, solo
Estados Unidos y Suiza, la reconocen oficialmente. El resto de los estados
tienen demasiado temor ante los
sucesos revolucionarios que se desatan en el siglo XIX. En Francia, el gobierno
de Thiers no ve con ninguna simpatía la I republica española, atemorizado por
los sucesos de la Comuna de París de 1871. Los republicanos españoles tienen
el apoyo de hombres progresistas como Victor Hugo, pero no del gobierno de
Versalles.
En
cuanto a los cuatro presidentes diremos que el primero, Estanislao Figueras
(1819-1882), es un ilustre abogado catalán, partidario de la descentralización
del estado y de la desamortización, tiene que enfrentarse con su breve gobierno
de los Pájaros (Chao, Sorni, Tutao, Pi) a disturbios en Andalucía,
insubordinación separatista en Cataluña, rebelión de la Diputación de
Barcelona. Se produce un movimiento en cadena de destitución de los antiguos
ayuntamientos por juntas revolucionarias, la postura oficial de disolución de
la juntas comienza a privar a la republica de la escasa base social que tenía,
por el golpe de efecto del la supresión del sistema de quintas. Se suceden
problemas con el ejercito,
conspiraciones monárquicas, guerras carlistas, disensiones dentro de su propio
grupo.
El
segundo, Pi y Margall (1824-1901. Hijo de un obrero textil, proudhoniano,
que se convierte en un humanista, “de exquisito comportamiento” según
la descripción galdosiana, accede a la presidencia
con un bello y necesario plan de reformas que queda truncado antes de
nacer (formalizar separación Iglesia-Estado, reorganizar ejército, reducir
jornada laboral a nueve horas, regular trabajo menores de 16 años, protección
de niños empleados en juegos de equilibrio, fijar salario mínimo, enseñanza
obligatoria y gratuita), todas ellas impulsadas por el emergente movimiento
obrero (Sociedad Obrera de Barcelona, Unión Manufacturera)
ya que ocupa esta del 11 de junio al 18 de julio. Pí y Margall, debió
soportar el movimiento cantonal, poniendo al gobierno federal en graves
problemas. Se levantan los cantones de Valencia, Murcia, Granada, Cartagena,
“los piratas del mediterráneo” que incluso llegan a acuñar moneda.
El
tercero, Nicolas Salmeron (1838-1908), catedrático de Metafísica, ocupa
la presidencia mes y medio, del 18
de julio al 7 de septiembre, fecha en la que dimite para no tener que firmar
unas sentencias de muerte dictadas para intentar reordenar el ejército. Las
acciones de Salmerón para controlar el cantonalismo motivó el distanciamiento
del movimiento obrero republicano español
El
último Emilio Castelar, (1832-1899) historiador de la Filosofía,
abogado, ideológicamente liberal moderado, de
verbo florido, como lo podemos evocar en el monumento de Mariano Benlluire
del Paseo de la
Castellana, coronado por la Libertad, la Fraternidad e Igualdad, sus
postulados son conservadores en un intento de sujetar el problema
cantonal y el rebrote carlista,
abogando por una Republica Unitaria frente a la República Federal. La republica
ya esta herida de muerte. Los generales se ofrecen a Castelar para dar un golpe
de estado, este caballeroso lo rechaza, pero les mantiene en sus puestos.
Como afirma Tuñón de Lara
“los gobiernos republicanos de 1873, los teorizantes llegados al poder sin
visión muy precisa de la realidad social y
ya temerosos de llevar una revolución hasta sus ultimas consecuencias, dejaron
incólumes todo el poder material y todos los resortes de acción en manos de
las clases conservadoras, del “antiguo régimen” que desposeídas del mando
político, temían verse pronto desposeídas
de su privilegiada situación económica. En realidad, no hacía sino
proseguirse el proceso iniciado al abrirse el ciclo revolucionario en 1868.”
El
General Pavía, a caballo,
como en las estampas históricas grabadas en nuestra retina,
rodea el Congreso y establece el gobierno del General Serrano el 3
de enero de 1874 para salvar a
punta de sable, una vez más, a la sociedad y al país, con ese
sable que Salmerón no quería “que dispusiera de la suerte
de la república”, y que volvió a colocar a un militar al frente del país,
el General Serrano.
Los
aires del liberalismo, el krausismo
o el romanticismo, poco podían ir
haciendo para modernizar el país, frente a la fuerte resistencia de los ejes
conservadores apoyados en un ejército convertido en poder vertebrador, donde el
pronunciamiento continua siendo un elemento cotidiano del ajetreo político, y
unas órdenes religiosas que controlan la vida cultural y educativa.
Todas
las fuerzas, internas y externas, se conjugaban para hacer posible la
Restauración monárquica en la figura de Alfonso XII, que en
el Manifiesto de Sandhurst expresa el nuevo credo: “Sea la que
quiera mi propia suerte, ni dejaré
de ser buen español, ni como todos mis antepasados buen católico, ni como
hombre del siglo verdaderamente liberal”.