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No consiento que se hable mal de Franco en mi

 presencia. Juan  Carlos «El Rey»   

 Documentos UCR Manifiesto Fundacional de UCR Afiliación  Criterios Republicanos

 

Intervención en el Círculo de Bellas Artes, en el Acto convocado por Unidad Cívica por la República el 18 de Abril de 2004 y en conmemoración de la instauración de la II República. 

 

Entre la I  y la II Repúblicas

Carmen Dalmau

Madrid, abril de 2004.

 

Ya hay un español que quiere

Vivir y a vivir empieza,

entre una España que muere

Y otra España que bosteza.

Españolito que vienes

al mundo, te guarde Dios.

Una de las dos Españas

ha de helarte el corazón.

 

 Estos certeros versos de Antonio Machado, el poeta que nació dos años después de la proclamación de la Primera República, y  a quien cupo el honor de izar la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia 58 años más tarde, en el segundo intento republicano, destilan la esencia de las fuerzas dominantes que juegan en la historia de aquella España.

 La España que muere,  aristocrática, de charanga y pandereta, cerrado y sacristía,  anclada en el Antiguo Régimen,  la España liberal ó burguesa, que bosteza, que vive dormitando, que no ha sabido modernizarse, pero hay  una tercera España que sería la  del cincel y la maza, la rabia y la idea, en la que el poeta deposita sus esperanzas.

 La España del siglo XIX, siguiendo con la imagen poética de Machado, es una España, malherida, podrida y beoda, derrotada, vacía, emponzoñada de beber la sangre de su propia herida.

 El gran historiador francés Pierre Vilar, que nos enseñó a pensar históricamente,  en su Historia de España, cuando comienza a analizar el siglo XIX, afirma que: “la historia política del siglo XIX español no es sino un encadenamiento de intrigas, comedias y dramas”  pero esto no es sino una plasmación romántica de los problemas endémicos de un país que llegan hasta 1931 sin resolver. Es la España que pinta Manet creando un imaginario operístico: Carmen de Merimeé, el torero, el cesante, el ama de cura, el hortera, el contrabandista, la Celestina, el boticario...   

 Pero es la España que tiene que enfrentarse a  los problemas derivados de la pervivencia de las estructuras del Antiguo Régimen en un país que necesita modernizarse: así por ejemplo el crecimiento demográfico a principios del siglo XX sería el adecuado para un imperio colonial, con una industrialización en crecimiento, una red de tejido capitalista desarrollada, sin embargo el país acaba de perder los restos de un pasado colonial; un régimen de latifundios en Andalucía y Extremadura donde las grandes familias Alba o Medinaceli siguen detentando la propiedad de la tierra, un campo de secano sin política hidráulica, compitiendo con un sistema ganadero propio de instituciones como la Mesta derivadas de la Edad Media. Las minas en manos de capitales ingleses o alemanes, sin inversiones en equipamiento o maquinaria, extrayendo materia prima sin elaborar de Riotinto o Tharsis. Una red de ferrocarriles mal trazada... 

 La historia de España durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, que culmina con el broche de plata de la II República, es la historia del fracaso del Estado Liberal, es la historia del fracaso de las fuerzas  progresistas frente a las fuerzas más conservadoras, el sometimiento a la red clientelar de las relaciones del caciquismo, el analfabetismo, el estancamiento social donde apenas 100 “grandes familias”  entrelazaban todas las relaciones de dominio financiero, agrario y de negocios, entroncando con la mentalidad señorial y rural heredada del Antiguo Régimen.

 Es posible  establecer dos grandes procesos históricos durante el período que nos ocupa:  el primero partiría de 1834, con el Estatuto Real  hasta la I República y el fin del Sexenio Democrático y un segundo proceso que comprendería desde la Restauración hasta  el estallido de la Guerra Civil.

 Durante el primero, irá siendo  desplazada  la tensión dominante en la etapa anterior entre absolutismo-liberalismo por la tensión entre burguesía moderada y burguesa progresista. La construcción del Estado Liberal durante la monarquía de Isabel II, tan unida al moderantismo y  que no dejó hueco a las aspiraciones de los progresistas y de unas clases medias que emergen en la escena política y que se van a identificar con los demócratas y republicanos, sobre los que gravita la influencia krausista, el movimiento obrero y los regionalismos emergentes. Así, el Sexenio Democrático que se inaugura en 1868, puede ser considerado como la expresión democrática de la revolución liberal burguesa en España, siendo éste el contexto donde ha de ubicarse  la primera experiencia republicana.

 El segundo proceso comprendería el período que se abre en 1875 con el retorno al orden que supone la restauración alfonsina, manteniéndose con el sistema canovista que se revela incapaz de integrar a las fuerzas sociales y políticas que han surgido y se van ampliando, acompañando a las trasformaciones económicas de España. Las tensiones dominantes en este proceso se polarizan entre el que ha sido denominado bloque de poder oligárquico y las fuerzas de la clase obrera, nacionalistas y las capas medias urbanas. La II República puede explicarse como el intento de las clases medias urbanas de tomar las riendas de la situación. El final de este proceso se sitúa en 1936 con el estallido de la Guerra Civil, explosión violenta de las tensiones acumuladas de todos los problemas sin resolver desde el siglo anterior y en palabras de Tuñón de Lara, en una conversación mantenida en Denia en 1986, sería como la olla a presión que a fuerza de  atizarla el fuego y sin válvula de escape alguna, terminaría  por estallar.

 En el Pacto de Ostende de 1866, que dará lugar a la Coalición Revolucionaria de 1868, que acaba derrocando a Isabel II (1833-1868), la reina que se ha hecho “insoportable” para las principales fuerzas del país, en la que participan: Demócratas (Rivero, Orense, Castelar, Becerra, Martos, Figueras, Pi y Margall), Progresistas (General Prim, Madoz, Sagasta, Ruiz Zorilla) y la Unión Liberal  (General O´Donnell, General Serrano, Alonso Martínez),y donde comienza a perfilarse la dicotomía democrático-monárquica y democrático-republicana

 Ya están presentes en el escenario político los que serian los cuatro presidentes de la I República, así como los que se levantan contra ella. 

Durante la Regencia de Serrano (1869-1870), que inaugura el Sexenio Democrático (1868-1874) aparecen podríamos decir, que por primera vez, entre las fuerzas políticas españolas los Republicanos, entre cuyas filas encontramos a Pi y Margall, F.Garrido, Barcia, Guisáosla, Zavala y García López.

 Aunque  el primer intento republicano data de 1795, en tiempos de Carlos IV, de Picornell, la conspiración de San Blas (3 febrero),  como consecuencia de la revolución Francesa. Conmutada la pena de muerte es llevado a la cárcel  colonial en La Guaira, donde  monta una escuela que divulga las ideas de la revolución francesa mientras esta en presidio e inspira conspiraciones republicanas en Caracas.

 En la década de los 30 del XIX, Ramón Xaudaró y Fábregas, escribe y publica un Proyecto de Constitución Federal, considerándosele uno de los primeros europeístas, acaba pasado por las armas como consecuencia de un levantamiento republicano que intenta llevar a cabo.

 Durante el reinado de Amadeo I de Saboya (1871-1873), los Republicanos se dividen en las dos corrientes principales que condicionarán el desarrollo de la I República, Federales (Pi y Margall) y Unitarios (García López). Dentro de los Demócratas se produce la fuerte división entre los pro-republicanos (Castelar, Figueras) y los Cimbrios o pro-monárquicos (Rivero, Martos, Becerra).

 Serrano y Prim, gobernantes provisionales, convocan unas Cortes que elaboran la Constitución de 1868, una Constitución brillante, en defensa de las libertades fundamentales y establecimiento del Sufragio Universal, pero monárquica. La soberanía reside esencialmente en la Nación, de la cual emanan todos los poderes,  pero la forma de gobierno de la Nación Española es la monarquía.  

            Los dos generales, recorren Europa, buscando un rey entre las casas reinantes que ocupe el trono vacante. No puede ser Alfonso XII, ni el intrigante Duque de Montpensier “El naranjero”, ambos de la dinastía de los borbones, que encarna todo lo odiado por el pueblo en la figura de la derrocada Isabel II, Se baraja Leopoldo de Holenzollen, pero la oposición de Francia lo hace inviable como candidato (origen de la guerra franco prusiana.

 Prim, representante de las fuerzas progresistas,  es el valedor del hijo del  rey italiano, ya que en el contexto internacional es una de las monarquías más liberales e independientes de los poderes religiosos, ya que el  Estado Italiano acaba de anexionarse los Estados Pontificios.

 El 30 de diciembre de 1870, Prim es asesinado en la calle del Turco, dejando a Amadeo I sólo ante los problemas que asolan a un país que no entiende. El primer acto oficial de su reinado es asistir al entierro de su único valedor en el país frente a los enemigos que vienen de la jerarquía eclesiástica, los sectores monárquicos más tradicionales, o aquellos sectores burgueses que tienen sus intereses económicos en las colonias o en la industria textil catalana y ven peligrar sus intereses comerciales ante otra burguesía más fuerte. 

Cuando Amadeo abdica el 11 de febrero de 1873,y Pi y Margall afirma “no tenéis rey ni gobierno, tenéis  un solo poder legitimo: las Cortes”, son las Cortes monárquicas paradójicamente, las que proclaman la  I República en un país que necesita modernizarse con urgencia. 

El nuevo poder legalmente constituido era extremadamente frágil. Tiene que enfrentarse, sin apoyo de bases sociales,  a la  estructura de un estado conservador, una aristocracia que no se resigna a la pérdida de sus privilegios, un ejército moderado con militares que no son leales, unas arcas exhaustas, una guerra carlista, la tercera (1872-1876), la guerra de Cuba y  los cantonalismos que surgen en el sur y suroeste del país.

 Don Benito Pérez Galdós, un hombre del siglo XIX empieza a publicar los Episodios Nacionales en 1873, dedicando uno a la I República nos ilustra esta carencia de sentimiento popular: “De pronto, me encontré junto a una boca de alcantarilla abierta, por la cual salía una ronda de poceros que terminaban su servicio en aquellas profundidades. Uno de ellos, calzado con altas y gruesas botas, estaba ya fuera; otro, al asomar la cabeza y hombros por el agujero, soltó estas palabras:

-   vus lo digo otra vez. La República tiene que ser para los republicanos.

Y en lo hondo del pozo, otra voz subterránea repitió:

-    Si, sí; para los republicanos”

 La Primera República española dura 11 meses, con continuos intentos golpistas, el primero a los 13 días, de Martos, el segundo a los dos meses y  cuatro  presidentes:  Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar. Tiene un proyecto de Constitución  Federal que solo llegó a tener una sesión de discusión. En el Titulo Preliminar afirma que “toda persona encuentra asegurados en la República, sin que ningún poder tenga facultad para cohibirlos, ni ley ninguna autoridad para mermarlos, todos los derechos naturales”, siendo el 7º donde reside la clave de La República “La igualdad ante la ley”. La igualdad ante la ley no implica la igualdad social, pero sin igualdad ante la ley no es posible una República.

 Suceden tantas cosas en tan corto espacio de tiempo que da vértigo, ya que se conjugan todos los problemas de la España de finales del XIX. Como dice Galdós,: “La naciente República no tenía momento seguro, y todo su tiempo dedicábalo a quitar las chinitas que ponía en su camino la displicente Asamblea Nacional, formada con todo el detritus de las pasiones monárquicas”

 En cuanto a los cuatro presidentes diremos que el primero, Estanislao Figueras (1819-1882), es un ilustre abogado catalán, partidario de la descentralización del estado y de la desamortización, tiene que enfrentarse con su breve gobierno de los Pájaros (Chao, Sorni, Tutao, Pi) a disturbios en Andalucía, insubordinación separatista en Cataluña, rebelión de la Diputación de Barcelona, problemas del ejercito, conspiraciones monárquicas, guerras carlistas, disensiones dentro de su propio grupo.

El segundo, Pi y Margall (1824-1901. Hijo de un obrero textil, proudhoniano, que se convierte en un humanista, “de exquisito comportamiento” según la descripción galdosiana,  accede a la presidencia  con un bello y necesario plan de reformas que queda truncado antes de nacer (formalizar separación Iglesia-Estado, reorganizar ejército, reducir jornada laboral a nueve horas, regular trabajo menores de 16 años, fijar salario mínimo, enseñanza obligatoria y gratuita) ya que ocupa esta del 11 de junio al 18 de julio.

El tercero, Nicolas Salmeron (1838-1908), catedrático de Metafísica, ocupa la presidencia mes y medio,  del 18 de julio al 7 de septiembre, fecha en la que dimite para no tener que firmar unas sentencias de muerte dictadas para intentar reordenar el ejército.

El último Emilio Castelar, (1832-1899) historiador de la Filosofía, abogado, ideológicamente liberal moderado, de  verbo florido, como lo podemos evocar en el monumento de Mariano Benlluire del  Paseo de  la Castellana, coronado por la Libertad, la Fraternidad e Igualdad, sus  postulados son conservadores en un intento de sujetar el problema cantonal y el rebrote  carlista, abogando por una Republica Unitaria frente a la República Federal.

Como afirma Tuñón de Laralos gobiernos republicanos de 1873, los teorizantes llegados al poder sin visión muy precisa de la realidad social  y ya temerosos de llevar una revolución hasta sus ultimas consecuencias, dejaron incólumes todo el poder material y todos los resortes de acción en manos de las clases conservadoras, del “antiguo régimen” que desposeídas del mando político, temían verse pronto desposeídas  de su privilegiada situación económica. En realidad, no hacía sino proseguirse el proceso iniciado al abrirse el ciclo revolucionario en 1868.”

 El General  Pavía, a caballo, como en las estampas históricas grabadas en nuestra retina,  rodea el Congreso y establece el gobierno del General Serrano el 3 de enero de 1874  para salvar a punta de sable, una vez más, a la sociedad y al país, con ese  sable que Salmerón no quería “que dispusiera de la suerte de la república”, y que volvió a colocar a un militar al frente del país, el General Serrano.

 Los aires del  liberalismo, el krausismo o  el romanticismo, poco podían ir haciendo para modernizar el país, frente a la fuerte resistencia de los ejes conservadores apoyados en un ejército convertido en poder vertebrador, donde el pronunciamiento continua siendo un elemento cotidiano del ajetreo político, y unas órdenes religiosas que controlan la vida cultural y educativa.

 Todas las fuerzas, internas y externas, se conjugaban para hacer posible la  Restauración monárquica en la figura de Alfonso XII, que en el Manifiesto de Sandhurst expresa el nuevo credo: “Sea la que quiera mi propia  suerte, ni dejaré de ser buen español, ni como todos mis antepasados buen católico, ni como hombre del siglo verdaderamente liberal”

En 1876 Cánovas promulga una nueva Constitución, Art. 18 la facultad de hacer las leyes reside en las cortes con el rey”. Soberanía compartida siguiendo los postulados del liberalismo doctrinario. Monarquía parlamentaria, en la que el rey se convierte en liberal por necesidad y estabilizado el panorama político se establece el régimen de alternancia en el poder,-basado en el caciquismo y la fábrica de mayorías mediante el mecanismo del encasillado-, entre Sagasta, liberal y Cánovas, conservador. A la derecha están los carlistas que no colaboraron con el sistema y los moderados históricos, fieles a la Constitución de 1845, a la izquierda los republicanos de Castelar, y los republicanos reformistas de Ruiz Zorrilla y Salmerón.

 El sistema de la Restauración encarna el sabor de lo antiguo, el olor a alcanfor de los arcones de la patria, donde la burguesía española conservadora en lo moral, en lo político y en lo social, hermana fuerzas con la jerarquía eclesiástica, que se atribuye el papel de educar y catequizar al pueblo y con el ejército que se atribuye el papel de salvador de la patria, garantizando el orden, la unidad y el cuidado de la Corona.

 Como afirma Pierre Vilar durante el siglo XIX la monarquía  “no pudo nunca llegar a ser en España un símbolo útil de la comunidad”  no asumiendo el papel que podrían haber tenido desde 1813.

              Fernando VII el más intrigante, Isabel II  la que más logra indignar al pueblo, Alfonso XII y Maria Cristina, mantienen  cierto equilibrio de malabaristas y Alfonso XIII que ejerce el casticismo, pero que desde 1920 logra heredar el apodo de su abuela, “el insoportable” y es derrocado por la proclamación de la II República el 14 de abril de 1931.

 Durante la regencia de Maria Cristina de Habsburgo (1885-1903)  el avance político de las fuerzas republicanas se va afianzando y ya en 1886 se tiene que enfrentar al pronunciamiento republicano del General Villacampa al que apoya Ruiz Zorrilla desde su exilio francés.

 En el reinado alfonsí, se suceden la guerra en el Rif, la Semana Trágica, la agitación revolucionaria y campesina, la crisis de 1.917 y la salida en falso que supuso la dictadura del general Primo de Rivera, acontecimientos que en esta síntesis no podemos detenernos  analizar, pero que fueron mal resueltos por la monarquía, aunque durante su reinado puede jugar con cierto aura de pacificador ya que  finalizan las guerras carlistas y los movimientos cantonalistas y se sostiene una política internacional de neutralidad en la Gran Guerra.

 Durante toda la Restauración los partidos republicanos mantienen una postura crítica frente a lo que consideran ruptura de la legalidad constitucional de 1869, manteniendo siempre una representación en el Parlamento, que va en aumento desde 1886, así por ejemplo, en  1907 los Republicanos obtienen la mayoría en Valencia y las minorías en Madrid, siendo elegido candidato republicano por Madrid Galdós, o en 1910 triunfa en Madrid la candidatura republicano-socialista en las elecciones legislativas, en las que Pablo Iglesias es el primer socialista elegido diputado.

 En 1930, al final del reinado de Alfonso XIII, en la “dictablanda” de  Berenguer, se celebra el “Pacto de San Sebastián” para implantar la República, del que sale un Comité Revolucionario en el que intervienen conservadores (Maura, Alcalá Zamora), radicales (Lerroux, Martínez Barrios), catalanistas republicanos (O´Olwer), socialistas (Indalecio Prieto) o figuras como Azaña, Casares Quiroga, Albornoz,  y Marcelino Domingo, que son los que formarán el primer Gobierno Provisional de la República. El clima político durante el mes de noviembre se caldea con huelgas obreras y manifestaciones estudiantiles

 El 12 de diciembre de 1930 la guarnición de Jaca se adelanta al calendario del Comité Revolucionario,  proclama la República y aunque es detenida en su camino hacia Huesca, el ascenso de la solución republicana en el imaginario popular, es ya imparable. Alfonso XIII fusila a los capitanes Galán y García Hernández.

 El 12 de abril se celebran  elecciones municipales, en las que triunfa la izquierda republicana en las ciudades y traen la proclamación de la II República. Había madurado la idea de  que el país tenia necesidad de cambiar, generándose un espejismo de que se había alcanzado la madurez política, y que se podía hacer revoluciones sin derramar una gota de sangre. La II República, a diferencia de la primera,  si tiene un sostén popular que la apoya y que se entusiasma con su Proyecto político, pero surge en un contexto internacional adverso, siendo éste junto a las fuerzas reaccionarias, las que provocan su fracaso.

 Es en Eibar donde primero se proclama la República, pero todo el país estalla de  morado. El día 14 de abril a las 3 de la tarde se iza la bandera republicana en el Palacio de Comunicaciones de Madrid. En la tarde del mismo día los representantes de la coalición republicano-socialista entran en los gobiernos civiles sin apenas resistencia  y con las calles convertidas en una gran fiesta catártica y liberadora. El último gobierno de la monarquía, presidido por el Almirante Aznar reunido por la tarde, atónito y paralizado, no puede sino organizar la salida del Monarca hacia el exilio.

Don Manuel Tuñón de Lara  se plantea una pregunta: ¿adónde fue a parar el Poder a partir del 14 de abril? . La certera  imagen sociológica del poder que evoca es la de un “bloque dominante que había sido desposeído de los centros decisorios de ejercicio del poder político; (pero) no obstante, seguía siendo bloque económico dominante”. 

La República hereda todos los problemas que están sin revolver en el país desde el siglo anterior. Se hace improrrogable un programa de reformas sociales que intente mitigar las injusticias sociales y el arcaísmo del país, pero ese bloque dominante desposeído a medias del poder político, y que teme ser desposeído de sus privilegios económicos, se une a la situación internacional de crisis, y de ciclo de ascenso de fuerzas conservadoras para boicotear las reformas necesarias para modernizar el país.

 Como dice Pierre VilarLa Dictadura había gobernado sin transformar. La República quiso reformar y gobernó difícilmente”.

 Es importante subrayar, que tanto en la Primera República como en la Segunda hubo elecciones a Cortes Constituyentes. La conjunción republicano socialista obtiene la victoria en  las elecciones celebradas el 28 de junio. En Cataluña triunfa Esquerra de Cataluña y hay un solo diputado monárquico, Romanones

A través del Diario de Sesiones podemos seguir los palpitantes debates que alumbraron  la nueva Constitución de 1931, que inspirada en la Constitución de Weimar, fue una de las más avanzadas de su época, sanciona en su Título Preliminar que “España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se organiza en régimen de Libertad y de Justicia.”, en la que la soberanía emana del pueblo, y todos los españoles son iguales ante la ley (Art.2º), y el Estado español no tiene religión oficial (Art.3º), o artículos como el 6º que deberían conservar toda su vigencia en la actualidad “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”

           El desarrollo de la Constitución posibilita una legislación progresista en cuestiones como el divorcio y el derecho al sufragio femenino, defendido por Clara Campoamor.

 Podemos hablar de tres fases diferenciadas dentro de la II República. Un primer bienio (1931-1933), republicano-socialista, con clara vocación reformadora. Intenta enfrentarse a los problemas endémicos del pueblo español: las relaciones del Estado con el Ejército y la Iglesia, la Educación, la Constitución, la reforma agraria, la reforma militar, el problema de la concepción del Estado. Los primeros decretos son los relativos a estos temas.

Estos primeros momentos son una fiesta de primavera en los que florece un consenso social que deposita esperanzas en que la nueva forma de gobierno traiga soluciones a los problemas que afectan a la mayoría de la población.

 Durante  los seis años que dura la II República,  el tiempo histórico se acelera, sucediéndose a velocidad de vértigo, los hechos y acontecimientos  históricos, cuya  densidad dificulta  andar deprisa por una selva tan espesa.

Las primeras reformas son rápidas y moderadas, pero ante la situación de atraso, parecen casi revolucionarias, para la mirada del bloque que había detentado el poder hasta el momento y se provocan grandes resistencias para pequeños cambios.

La “Sanjurjada”  del 10 de agosto de  1932, cuando se discuten las cuestiones clave, la Reforma Agraria y el Proyecto de Estatuto para Cataluña, es una muestra de esas resistencias a las que tuvo que enfrentarse la República.

 Largo Caballero, desde el Ministerio de Trabajo, se encarga de las reformas sociales  agrarias: los arrendatarios podían pedir reducción de la renta si las cosechas eran malas, obligación de tener las tierras cultivadas,  establecimiento de salarios mínimos para los jornaleros que también tienen que estar sujetos a la jornada de ocho horas.

Azaña, como ministro de la Guerra, intenta garantizar la lealtad del ejército,  con medidas como posibilitar el retiro de los militares conservando el sueldo integro, o anulando los ascensos otorgados durante la Dictadura.

Marcelino Domingo, como ministro de Instrucción crea 7.000 plazas de nuevos maestros, aumenta el sueldo hasta un 40% a los ya existentes, establece la voluntariedad de la enseñanza de la religión, o crea Las Misiones Pedagógicas. Maura, como ministro de Gobernación, reforma la Ley electoral diseñando un sistema electoral intermedio entre el proporcional y el mayoritario.

 El gobierno de Azaña  hasta los sucesos de Casas Viejas en 1933, gobernaba sobre un país que creía, por fin, dominado por la fuerza de la razón, en el que se construían escuelas, se controlaban los pronunciamientos militares, capaz de armonizar la unidad histórica con los particularismos catalán, vasco y gallego. El fracaso de la reforma agraria, por la resistencia de los propietarios, lleva  a un desesperado levantamiento de jornaleros anarquistas, duramente sofocado por la Guardia Civil.

 De nuevo comienzan a discurrir, como describe Tuñón, por vías distintas la España “legal” y la España “real”, con sus conflictos de campos y fábricas, sus conspiraciones, las reuniones y congresos de partidos y sindicatos...

 El año 1933 es un año de inflexión, no sólo para la política española sino para la política internacional, porque la alargada sombra de Hitler se proyecta a toda Europa, unido a un ciclo económico de crisis, con disminución de la producción, malas cosechas y aumento del paro.

 El gobierno republicano no parece ser demasiado consciente de la gravedad de los problemas en todos los frentes que tiene abiertos: La Ley de Reforma Agraria, La Ley de Congregaciones, dando soporte ideológico a la reconstrucción de los partidos que aglutinen a las fuerzas de derechas. Se constituye la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que logra representar a la mentalidad más conservadora emanada de las sociedades agrarias, autoritaria, conformista, defensora de los más rancios valores: Dios, Patria y Familia, que terminarían optando en 1936 por defenderlos con las armas en lugar de con la participación en el juego político.

             Por otro lado, se produce una radicalización del Partido Socialista en especial de los seguidores de Largo Caballero, que creen llegado el momento estratégica de romper la colaboración con la fuerzas burguesas republicanas, así como un auge del poder de los sindicatos en especial de la CNT y la UGT que habían crecido de manera exponencial al número de huelgas  que se suceden en estos años.

 La celebración de elecciones en noviembre de 1933, abre la segunda fase, “el intermedio decisivo” en las que las fuerzas de izquierda se presentan divididas, mientras las fuerzas de derechas se han logrado presentar unidas. Triunfa la opción de centro-derecha. Los partidos republicanos de izquierda se desploman, a excepción de Cataluña.

Comienza un bienio reformista en el que Lerroux llama a consulta a Gil Robles, quien promete acatar el régimen si este emprende la rectificación de todas las legislaciones aprobadas en la legislatura anterior: suspensión del régimen autónomo de Cataluña, Ley de Contrarreforma agraria o suspensión de la legislación laboral.

 Durante el año 1934, la olla está a punto de estallar, radicalizándose las tensiones entre el partido hegemónico del bloque dominante, la CEDA, y el movimiento obrero:  Madrid paralizada por una huelga general, insurrecciones  en Cataluña, País Vasco y otras provincias, que culminan con la  Revolución de Octubre en Asturias. El Gobierno opta por imponer duras medidas represivas. Franco recibe el encargo de sofocar la revolución.  Azaña  es detenido, acusado de rebelión, más de 1000 muertos, 2000 heridos, 30.000 encarcelados y represaliados entre los revolucionarios. La cuerda está a punto de romperse. Durante un breve período la derecha clásica intenta frenar a sus jinetes desbocados.

 Lerroux, asciende al general Franco encomendándole el mando del ejército Africano. Gil Robles, como Ministro de la Guerra le nombrara Jefe del Ejercito Mayor Central. Franco tiene ya el cargo preciso para esperar que madure el fruto del levantamiento del ejercito.  Se resucitan los falsos mitos del glorioso Imperio Nacional, la España de Covadonga y El Escorial frente a la anti-España marxista. Se configura una derecha legalista encarnada en Gil Robles y la  derecha violenta que quiere la guerra civil de Calvo Sotelo y José Antonio Primo de Rivera

 La última etapa, es la del Frente Popular en febrero del 1936, que se presenta a las elecciones con un programa modesto, que no consiste sino en  restaurar la legislación del primer bienio. Siguiendo los datos aportados en los estudios de  Javier  Tusell sobre el Frente Popular, los resultados de las elecciones otorgaron un claro triunfo a éste, no pudiéndose legitimar en modo alguno el golpe militar  del mes de julio. Durante cinco meses se recupera el entusiasmo popular, pero las cartas están ya echadas. Se destituye, recién constituido el nuevo Congreso, al  que había sido desde el principio el  Presidente de la Republica, Don Niceto Alcalá Zamora,  y ocupa la presidencia Azaña que encarga formar gobierno a  Casares Quiroga, después del fracaso de Prieto. Este ultimo gobierno se conformo con la pequeña burguesía, intelectuales y abogados republicanos, que sabían jugar con discursos en el Parlamento pero no contra la violencia de una derecha organizada, con apoyos internacionales, preparada para romper con la legalidad, y que carga a sus espaldas no haber sabido calibrar las graves consecuencias del levantamiento del 18 de julio. He sintetizado el periodo histórico que va desde 1868 hasta 1936, un tiempo en el que cada suceso merece detenerse con análisis extensos, ya que guarda las claves, que sirven para entender nuestro pasado.Cita Juan Goytisolo a Azaña, ese político que lo que más ansiaba era ser escritor, en camino inverso al Galdós novelista o al Machado poeta que terminan con compromisos políticos por no eludir los compromisos  éticos del tiempo histórico que les tocó vivir: “Los españoles no nos aprovechamos del esfuerzo ni del saber de nuestros antepasados; todo lo fiamos a nuestro encarnamiento  personal. Será que la cultura en España es inconexa; será que cada generación desaparece para siempre en un abismo de olvido. Todas las que siguen pierden un tiempo precioso en averiguar por su propia cuenta lo que en llegando a la edad de la razón debieran poseer por herencia. Los españoles no heredamos ninguna sabiduría. Cada cual aprende que el fuego quema cuando pone las manos en las ascuas”.

Tenemos la obligación de recuperar todo lo bueno de nuestro pasado histórico, entre los que se encuentran esos breves, pero intensos, periodos republicanos.

 Considero aún válidas aquellas palabras que Benito Pérez Galdós escribía en su Carta abierta al pueblo español, publicada a raíz de la alianza republicano- socialista de 1909:  Ya nos han dividido en dos castas: buenos y malos, No nos turbemos ante esta inmensa ironía. Rellenemos las filas de los malos que burla burlando, a la ida contra el enemigo, seremos los más, y a la vuelta los mejores

  Carmen Dalmau.

Madrid, abril de 2004.

 

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