Construir
la República. Pasado, presente y futuro de la República
Crónica de Mundo Obrero sobre el coloquio de UCR en el
marco de la Fiesta del PCE 2004
Por Patricia Rivas
Con el espacio de debates del Pabellón de Convenciones literalmente abarrotado
por público de todas las edades, ha tenido lugar el coloquio sobre la República
que es ya un clásico de la Fiesta, y que parece cobrar interés y concitar
mayor expectación cada año.
Los intervinientes en el coloquio se han ajustado al título, repartiéndose la
tarea. Miquel Jordá ha hablado del pasado, Víctor Ríos del presente y Julio
Anguita del futuro de la República en España.
Jordá, quien ha empezado aclarando que la Unidad Cívica por la República es
una asociación cultural que nació hace poco más de dos años para reivindicar
la recuperación de la memoria histórica (huyendo del “folklore”) y para
luchar por la III República, y por la conquista de la democracia que se frustró
con la Transición. Seguidamente, Jordá hizo un curioso y revelador repaso por
algunos monumentos de los que todavía adornan las calles y plazas de la capital
del reino, Madrid. El Conde-Duque de Olivares, Carlos III, el general Espartero,
el general Martínez Campos, Manuel Gutiérrez de la Concha, son nombres
ilustres que los madrileños se encuentran irremediablemente en sus paseos por
el parque del Retiro o la puerta del Sol, represores y opresores al servicio de
las dinastías monárquicas, aunque su imagen haya sido convenientemente
dulcificada. Jordá concluyó su paseo frente a los Nuevos Ministerios, ante la
imagen a caballo del carnicero general Franco.
“El pasado del país es triste, pero no podemos ignorar el sufrimiento de las
generaciones anteriores. Quisieron silenciarlo todo con los pactos de la
Transición”, reivindicó Jordá, refrescando la memoria de los asistentes con
algunos ejemplos de la adhesión al franquismo que demostró la actual familia
real española, aún incluso después de la muerte del dictador.
Asimismo, Jordá manifestó que “esperar una rectificación por los partidos
políticos que se reparten el poder es una quimera. Se puede ser de derechas y
republicano, pero jamás de izquierdas y monárquico, o juancarlista”. Una
cerrada ovación siguió a estas palabras del veterano luchador republicano,
quien concluyó su intervención poniendo de manifiesto que “la historia se
repite, como en el siglo XIX padecemos la alternancia de dos grandes partidos en
el poder y el caciquismo. Las mismas razones de fondo que existían para luchar
contra el franquismo existen hoy para luchar contra la monarquía”.
Víctor Ríos habló de la diversidad de cepas republicanas, y que, dentro de
ellas, “la española ha sido siempre excelente, ya que la defensa de la República
en nuestro país ha estado siempre vinculada con procesos de ruptura y
enfrentamiento con las clases dominantes. Así fue en 1873, en 1931 y así será
cuando conquistemos la III República”.
Ríos, a quien le tocaba analizar el presente del republicanismo en España, lo
definió como “un vaso que se ha ido llenando, y que hoy se encuentra casi
medio lleno, de forma que podría estar rebosando en pocos años si trabajamos a
buen ritmo”. Recordó que desde el fin de la dictadura franquista hasta que se
aprobó la Constitución de 1978 no se ha vuelto a producir un debate sobre
Monarquía o República, y que en los últimos años se ha transformado en una
cuestión de actualidad, en la que inciden dos factores: la necesidad de
recuperar la memoria histórica, rechazando el olvido y el punto final sobre lo
que ocurrió durante la Guerra Civil y la dictadura; y la necesidad de
reexplicar la Transición y hacer balance de la Constitución. Víctor Ríos no
rehuyó la cuestión en este punto de la aceptación, por buena parte de la
izquierda, del argumento de que el dilema no era entre monarquía o república,
sino entre dictadura o democracia. “Ese sofisma ya no es sostenible y fue un
fraude a la soberanía popular”, afirmó Ríos, quien recomendó el libro de
Joan Garcés “Soberanos o intervenidos” para entender hasta qué punto el
Departamento de Estado norteamericano pilotó la Transición española,
financiando un partido y un sindicato que parecieran de izquierda para romper el
papel del PCE y de las Comisiones Obreras, quienes realmente habían luchado
contra el franquismo.
Víctor Ríos hizo referencia a la vigencia del ideario republicano clásico,
pero afirmó que es necesario actualizarlo, y reivindicó un nuevo
republicanismo, poniendo como ejemplo la República Bolivariana de Venezuela, en
cuya Constitución hay elementos realmente innovadores, como la revocabilidad de
todos los cargos elegidos, el reconocimiento del trabajo reproductivo como
productor de valor y por consiguiente la inclusión de las amas de casa a la
Seguridad Social, o la creación del poder ciudadano como poder autónomo y
controlador del ejecutivo.
Finalmente, Víctor Ríos puso condiciones para que sea posible el avance del
republicanismo, señalando la necesidad de que tenga carácter abierto y no se
use de forma partidista; de que se actualice el ideario republicano vinculándolo
a la lucha contra la globalización capitalista, a la exigencia de profundizar
en la democracia y a la reivindicación de derechos sociales como básicos.
Julio Anguita tomó la palabra con una reflexión sobre el pasado, para
referirse al futuro, recordando al auditorio que el pueblo español es
tornadizo, y que tras los fervores republicanos y revolucionarios, el proceso se
revirtió a favor de la monarquía y de las clases dominantes. “Debemos
adquirir conciencia de que este asunto es serio, no algo folklórico”,
interpeló al público diciéndole que “la República no vendrá si no la
traemos nosotros”, y llegó a citar a Kennedy para preguntar a cada uno de los
asistentes qué estaban dispuestos a hacer por la conquista de la República.
“La III República no se invoca, no se trae; se construye y se trabaja por
ella”.
El eje central del discurso de Julio Anguita consistió en vincular la III República
a la transformación social, a resolver el problema del Estado y a establecer
otro tipo de relaciones internacionales. En cuanto al primer aspecto, afirmó
que “la III República es la puesta en marcha de un motor para otro tipo de
sociedad”, y comparó la Constitución Española de 1931, que recogía en su
articulado la socialización de propiedades cuando afectan a sectores estratégicos
de la economía, y el proyecto de Constitución Europea, donde el neoliberalismo
se convierte en principio constitucional. Para Anguita, la República es “la
forma más avanzada de hacer realidad el principio democrático”, y afirmó
que se trata de un problema de alternativa de sociedad, explicándolo con un
ejemplo gráfico: “no se trata solamente de expropiar a la duquesa de Alba,
sino sobre todo de saber qué hacemos con las tierras, qué forma de producir
queremos”. “El problema del jefe de Estado no es lo fundamental, es el último
detalle: si no construimos República, el peligro es que podemos tener una República
de derechas, y no es descartable que las clases dominantes defiendan la idea
republicana cuando les resulte conveniente”.
Al igual que Víctor Ríos, vinculó la lucha por la República a la lucha
contra la globalización capitalista, pero también a valores alternativos, como
la austeridad, la solidaridad internacionalista, la paz (que implica la lucha
contra la OTAN), y la defensa de un eje cultural alternativo.
El segundo aspecto, la resolución del problema del Estado y el conflicto de los
nacionalismos, fue abordado por Anguita en relación con la cuestión religiosa,
ya que en su opinión “la única unidad que tenemos es la católica, y ahí
está el problema”. Afirmando que la Constitución de 1978 había colocado una
“bomba de tiempo” al hablar de regiones y nacionalidades pero sin
definirlas, defendió que sólo sobre la base del laicismo se podrá abordar la
cuestión nacional, desechando como estéril cualquier intento de buscar
esencias nacionales en el pasado histórico.
Anguita señaló como ejemplo el acto constituyente del pueblo francés, que en
plena Revolución Francesa decidió en la Convención que “la nación querida
por ella misma es Francia”. Así, el acto fundante de Francia responde al
principio de soberanía popular.
Julio Anguita opuso este modelo al alemán, que sí esgrime razones históricas
para definir la nación, y recordó a dónde puede conducir ese tipo de lógica.
Sobre la base del laicismo y de la aplicación de la soberanía popular, dejando
que sea el pueblo el que se exprese haciendo valer el derecho de autodeterminación
es la única manera real de abordar el problema del Estado en España.
Finalmente, en la esfera internacional, Anguita rechazó el europeísmo, del que
dijo que es “como el Nescafé en relación al café”, y que consiste en la
construcción de un espacio económico donde mandan los capitalistas. Reclamándose
“europeo”, recalcó la importancia de asumir las lecciones de la historia y
el legado del continente europeo.
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