ACERCA DEL CONCIERTO DE JUANES EN CUBA
Carta desde Colombia
a Víctor Jara. Juanes, el silencio despreciable y el des-concierto que
viene
Carlos Alberto Ruiz
UCR 1 de Octubre de 2009
Querido Víctor:
El espasmo de esta carta, hoy, tras el concierto de ayer en La Habana,
es en parte un pretexto, pues también corresponde a una vieja idea
justificada sólo en el hecho de querer rendir un homenaje íntimo a la
memoria de un ser excepcional que tuvo su voz y guitarra como armas al
lado de los pueblos. Son unas líneas para expresar, a través de un
instrumento limpio y apto, lo que ahoga por dentro y necesita ser
compartido, quizá para intentar sanar de ese modo una vieja herida
recién abierta, hace apenas unas horas, unos minutos. Mejor de esta
forma, aunque
podría haber sido un artículo de un modesto análisis político o
sociológico, referido en general al mal estado de nuestra cultura, para
usar así un puente freudiano. Cuando digo esto, quiero decir
deliberadamente la cultura de la izquierda, de ese espectro de hombres y
mujeres en minoría que construyen alternativas y humanismos frente al
dominio del capitalismo, y quiero subrayar cultura para pensar sobre los
modelos que tenemos como ejemplares, como valores.
Comenzaré por contarte brevemente que en Colombia, de donde es el
cantante Juanes, se mata desde hace años, a gente del pueblo, por
decenas de miles,y que allí hay millones de indigentes, de hambrientos,
de excluidos.
Millones de empobrecidos en un país de inmensas riquezas. Que a lo largo
de estas décadas han sido asesinados cerca de 50 mil militantes de
izquierda, de partidos, de comunidades campesinas, de sindicatos, de
indígenas y afrodescendientes; que cientos y cientos de jóvenes
pobladores que seguramente escucharon la camisa negra de Juanes,
murieron hace unos meses con las camisas verdes que los militares les
pusieron antes de ser ejecutados y presentados falsamente como
guerrilleros dados de baja; que hay unos 15 mil detenidos-desaparecidos;
miles de torturados; miles de presos en inhumanas condiciones de
reclusión; cerca de 5 millones de refugiados internos. Qué voy a contar
que no sea conocido: sobre cómo hay un poder mafioso, de
narcotraficantes y paramilitares, de oligarquías y multinacionales
voraces, cuyas fuerzas armadas han acudido a la mutilación con
motosierra, a rajar el vientre de las mujeres sospechosas de
insurgentes, a la violación carnal, a jugar fútbol con la cabeza de sus
víctimas, como sucedió con Marino López, caso en una cadena de hechos
que hace pocos días un genocida ex general refirió como sucesos sabidos
en un contexto bajo control del hoy presidente Uribe Vélez, el
"demócrata" que se ha encaballado en el gobierno gracias al asesinato.
Por que allí, Víctor, donde se han aniquilado sueños de transformación,
reina el crimen y la impunidad que lo premia.
Escribo esto con estupor. Con pesar. Veo, escucho y leo sobre un gran
concierto. Dizque histórico. Frente a la imagen del Ché, en la Plaza de
la Revolución. Y estoy impresionado. Puedo entender razones de
oportunidad, de apertura, de conveniencia, de mercado; puedo creer en
motivos tácticos y estratégicos. Pero duele. Este caballito de Troya no
sólo ha enfurecido a miles de gusanos en Miami o Bogotá. También ha
penetrado en el campo de una cuestión de honor, puesto ahí, para lo que
viene. E interpela la moral o la ética, y no sólo los gustos o la
estética, de seres que no nos hemos acostumbrado a la posmodernidad de
la palabra paz servida como neutralidad, tan atractiva como la palabra
reconciliación, una y otra tan miserablemente usadas cuando sirven para
ser pronunciadas tapando la injusticia, la ignominia. La palabra paz
puede así conjugarse con buen rollo, como buena honda, con lo que sea;
puede conjugarse con la nada.
Para un puñado, el concierto representa el desconcierto. Hay desfiles de
la victoria, célebres y celebrados cuando pueden doblegarse sutilmente
cerebros, cuerpos, corazones y almas, de miles que danzan con la
embriaguez de los que triunfan y callan con inteligencia. Por ese
silencio tan ruinmente calculador; sin una condena al bloqueo contra
Cuba; sin una condena al Imperio que mata, por ejemplo en Afganistán o
Irak (¡quedan tan lejos!); sin palabras de solidaridad con las víctimas
de crímenes contra la humanidad cometidos en Colombia; sin palabras de
repulsa a las bases militares que amenazan a pueblos que viven procesos
de cambio; sin condena al golpe de Estado en Honduras; sin palabras que
den dignidad a la palabra paz, enferma, robada o prostituida, como Julio
Cortazar alguna vez nos lo advirtió en Madrid: puede llegar el día en
que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no deje
ver ya la diferencia esencial de sentido.según que sean dichos por
nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo (.)
Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que poco a
poco los intereses de una burguesía egoísta y despiadada empezaba a
recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el engaño, el lavado
de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas
democracias.¿hemos sido capaces de mirarlas de frente, de ahondar en su
significado, de despojarlas de la adherencias, de falsedad, de
distorsión y de superficialidad con que nos han llegado después de un
itinerario histórico que muchas veces las ha entregado y las entrega a
los peores usos de la propaganda y la mentira? (.) Es tiempo de decirlo:
las hermosas palabras de nuestra lucha ideológica y política no se
enferman y se fatigan por sí mismas, sino por el mal uso que les dan
nuestros enemigos y que en muchas circunstancias les damos nosotros.
Por ese silencio tan mezquino y contaminante, ayer fue un día de
derrota, y hoy sigue expandida, en la pantalla del televisor y en la
mente, pues aunque se apague y se cierre también el periódico, ya lo
hecho queda, en aquella Plaza donde hubo silencio, y en los comentarios
mentecatos de decenas de hombres y mujeres en páginas de izquierda, de
opinión alternativa, que se han llenado de elogios a Juanes, mirando
como otros medios, hacia otro lado. Basta recorrer miles de líneas de
gente que aparcó la solidaridad y la denuncia, a las que les falta poco
por poner en el mismo horizonte histórico y ético a Juanes como ayer
estaba en alguna panorámica: al lado de la imagen de Ernesto Guevara.
Como un revolucionario. Por eso siento vergüenza.
Cortazar está muerto. Igual que vos, Víctor. Y otros están vivos, muy
vivos. Esta carta no es una pataleta emocional ni una revuelta visceral,
aunque parezca ridícula. Lo que la provoca no es trivial. Es inaudito lo
que la causa. Hemos seguido de cerca las declaraciones de Juanes
respaldando la política criminal de Uribe, su alianza con los poderes,
su simpatía con los militares, o las de Bosé contra el proceso
bolivariano de Venezuela. Con las mismas luces que hemos hecho nuestras
las letras y la voz de Silvio, a pesar de que hoy sangran muchas de sus
estrofas, que podría citar en paralelo, para discutir epistolarmente con
él sobre las contradicciones. Pero ni él tendrá forma de enterarse, ni
tiempo, y yo no tengo derecho, ni altura, ni vías para hacerlo.
Por eso esta carta a ti, a vos. Porque no te has ido. Por tu Manifiesto
con el que fuiste consecuente y digno hasta la muerte y más allá de su
pasaje: por tu guitarra trabajadora, que no es guitarra de ricos ni cosa
que se parezca, por tu canto de los andamios para alcanzar las
estrellas.
Que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas del que morirá
cantando las verdades verdaderas, no las lisonjas fugaces ni las famas
extranjeras, sino el canto de una lonja hasta el fondo de la tierra.
canto que ha sido valiente, siempre será canción nueva.
Aunque nos sepamos dialécticos, aunque dudemos sobre si un hombre y la
humanidad entera pueden cambiar, pero luego luchemos por aprender y
superar viles enajenaciones, hoy en todo caso duele más esa mediocridad
que nos inoculan. Duele, no por ese nuevo héroe llamado Juanes, quien al
fin y al cabo es un producto de la época de la banalidad del bien y del
mal, del buenísimo nihilista y de la lógica de la mercancía, que posa y
pasa, un comerciante aprovechado que se ha lavado de la impronta
fascista llevando ayer camisa blanca, usando a miles de seguidores para
su exorcismo, un neutral cómplice, poderoso por mediático, de aquellos
que tanto repudiaba Mario Benedetti o Bertolt Brecht, o Joan, o que hoy
repudia la madre de la joven desaparecida o del muchacho asesinado en
Colombia, cuya suerte no ha merecido nunca palabras del señor Juanes,
quien no es el problema, ni por uribista, ni por su visión anti-insurgente
o contraguerrillera, ni lo es tampoco el antichavista Bosé. Somos
nosotros el problema. Adentro. Porque a estas tribus de izquierda, a
nuestros pueblos en ciernes, pueden llegarle a encantar y a cantar
artífices de silencios perversos. Más allí, en la Plaza de la dignidad,
de la Revolución, donde ayer se hospedó un interesado silencio, tan
egoísta y ambicioso como su innegable eco.
Llega ahora a millones de oídos el efecto de esa comparsa, que no
termina acá, sino que apenas comienza. Vendrán más conciertos y más
desconcierto.
Nos debemos preguntas. Seres que luchan por otro mundo y que aplauden la
promiscua palabra paz que hábiles bufones y no trovadores pronuncian, y
quienes también luchan por nuevos espacios de dignificación y por eso no
están dispuestos a vender lo poco que queda.
Víctor, hoy miles de jóvenes en América Latina y el Caribe no saben por
ejemplo quién eras o por qué te mataron. Por lo que sea, millones beben
en muchas cloacas. Van del reggaetón a los movimientos de cadera de
Shakira,
no a los movimientos sociales, que no les suenan. O algunos ostentan la
presunta cultura política del antichavista Alejandro Sanz, entre otros
de los que viven en Miami o en el mundo rico y raquítico. De eso tenemos
responsabilidad. Y no corregimos con situaciones como las de ayer.
Víctor, escribo con el afecto y el respeto que he profesado por ti, no
sólo por tu canto, que ha acompañado fiestas y lutos, con la partida de
compañeros y compañeras que, como tú, lucharon hasta la muerte, hasta la
victoria, sino que hoy te escribo esto porque se entrelaza como un grito
racional, cargado de sentido y vergüenza, como rechazo al lacerante
silencio que se enseñorea en sectores de la izquierda, que pueden tan
fácil y puerilmente no leer, no enterarse, pasar página; por mera
constancia y responsabilidad personal por lo que viene, si lo de ayer no
se cuestiona y si no prende como inquietud la necesidad de dignificar
las consignas en la que la paz sea la paz con justicia, sin
imperialismo, sin bloqueo, sin hambre, sin humillación.
Lo escribo porque no ceso de escuchar las palabras que retumban y que me
obligan, las que una vez cantaste en La Habana, que quiero de este modo
honrar con humildad. Fue la noche del 4 de marzo de 1972 en la Casa de
las
Américas (acabo de escuchar de nuevo la grabación), cuando te referiste
a los que cantan por la moda, a los oportunistas, a la usurpadora
industria de la canción (que industrializa la canción "que está al lado
de los combates del pueblo" para desarmarla), a los ídolos populacheros,
a los cantantes protesta, a los de la canción para el turista, a los que
hacen canción de tarjeta postal, y cuando antes de la octava canción, Ni
chicha ni limoná, la comentaste diciendo que se refería a gente que no
están ni allí ni allá. Y cantaste: La fiesta ya ha comenzao, y la cosa
está que
arde, uste' que era el más quedao, se quiere adueñar del baile, total a
los olfatillos no hay olor que se les escape...
Ya déjese de patillas, venga a remediar su mal,
si aquí debajito 'el poncho no tengo ningún puñal, y si sigue
hociconeando, le vamos a expropiar, las pistolas y la lengua y toíto lo
demás. Usted no es na', ni chicha ni limoná, se la pasa manoseando,
caramba zamba su dignidad.
Recordé hace una semana los treinta y seis años de tu muerte, cuando te
quebraron las manos por tu guitarra con olor a primavera, como bien dice
Manifiesto. Apenas puedo disponer de estas cuartillas. Si fuera cantante
te hubiera recordado coreando. Ni tengo una buena voz ni estaba ayer en
La Habana, para haber entonado en soledad alguna estrofa tuya, como
respuesta a la infamia. Ni soy por fortuna Juanes ni Bosé. De ellos
tampoco esperábamos que te recordaran. 1973 y Chile quedan también muy
lejos, para ellos, que son escasamente figurillas, a los que, como masas
histéricas, no les dice nada la historia, la memoria. No hay que pedir
peras al olmo.
Supongamos que en un futuro la diplomacia no es doblez, que ese silencio
no es tal, que podrá haber creaciones del arte, de la cultura, para el
combate ante lo injusto. El criminal bloqueo contra Cuba revolucionaria
sigue, el terrorismo de Estado en Colombia sigue.
Víctor Jara, gracias por tu ejemplo, que no muere. Hoy alumbra.
"No somos jueces somos testigos.
Nuestra tarea es hacer posible que la
humanidad sea testigo de estos crímenes
horrendos y ponerla del lado de la justicia.
Bertrand Russel
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CARLOS ALBERTO
RUIZ SOCHA es abogado de la Universidad Externado de Colombia.
Trabajó en la década de los noventa como defensor de derechos humanos y
presos políticos; fue abogado suplente de Eduardo Umaña Mendoza;
profesor universitario y asesor externo de la Comisión Gubernamental
para la Humanización del Conflicto Armado y la Aplicación del Derecho
Internacional Humanitario en Colombia. Realizó estudios de Maestría en
Teorías Críticas del Derecho en la Universidad Internacional de
Andalucía y es Doctor en Derecho, por la Universidad Pablo de Olavide,
de Sevilla, España. Es autor de varias investigaciones sobre el
conflicto político colombiano, el desplazamiento forzado de población,
la estrategia paramilitar y la impunidad de crímenes de lesa humanidad.
Conferencista y profesor invitado en varias universidades de España.
Labora en la actualidad en áreas de la cooperación internacional para el
desarrollo. Autor de "La rebelión de los limites (Quimeras y porvenir
de derechos y resistencia ante la opresión"). Ediciones desde abajo,
Bogotá, junio de 2008. Asiduo colaborador de La Pluma
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