¿Por qué odian a Michael Moore?
Gregorio Morán
La Vanguardia 2 de Febrero de 2010
Lo recomiendan los médicos.
Evitar los impulsos. Contar
hasta veinte antes de decir
nada. De tanto atenernos a
seguir esta norma sucede que
a veces uno se toma tanto
tiempo para reaccionar que
cuando nos disponemos a
hacerlo ya ha perdido toda
actualidad, y
periodísticamente carece de
sentido. Por ejemplo, entre
las numerosas genialidades
que se me escaparon en el
2009 figura aquella del
responsable cultural del
diario más leído de España,
que mostraba su sorpresa por
la ausencia de mordacidad
crítica en la actual
inteligencia española. Algo
similar a encontrarnos a un
director general del
Ministerio de Economía
interrogando a los parados
sobre los males que aquejan
a nuestra economía.
Reconozcamos que en el fondo
somos una media apenas
equilibrada entre lo que
queremos ser y lo que nos
dejan. Ahí están nuestro
valor y nuestras
limitaciones. El resto es
presunción o cinismo.
Algo parejo me ocurre con el
cineasta Michael Moore y las
reacciones de sus críticos
españoles ante su último
filme documental,
Capitalismo, una historia de
amor. Se le reprocha
falta de equilibrio y
ausencia de objetividad.
También, que ha dejado de
ser documentalista político
para pasar a hacer “comedias
negras” (sic). Incluso se le
echa en cara su afán de
protagonismo, lo que
tratándose de un showman,
es como aquel que se quejaba
a Mozart por componer
“demasiadas notas”.
Sus intervenciones
personales, en mi opinión
brillantes y de eficacia
incontestable, las califican
de payasadas, y algunas, tal
que la impagable con
Charlton Heston, a propósito
del libérrimo derecho a
portar armas de fuego, la
juzgan una crueldad ejercida
sobre un anciano, y no como
un ejercicio legítimo de
mostrar a los espectadores
la catadura del portavoz de
la ley del Oeste.
Cuando se estrenó en el
último festival de Venecia
Capitalismo, una historia de
amor, los medios de
comunicación españoles, en
su inmensa mayoría, se
inclinaron por ningunear la
película y detenerse en algo
tan chusco que conviene
pararse un momento para
detallar los mecanismos del
oficio periodístico. En la
rueda de prensa un avispado
no preguntó sobre el
documental, una narración
cinematográfica sobre los
efectos de la crisis
económica en Estados Unidos
y su final en “golpe de
estado financiero”. No, eso
carecía de interés. Haciendo
el ademán de interrogar
aprovechó para informar al
mundo de que Michael Moore
cobraba por las entrevistas.
Para el ciudadano de a pie,
un escándalo. ¡Un radical
cobrando un buen pellizco
por ser entrevistado!
Fue muy sencillo, bastó con
replicar que no tenía ni
idea, y que la campaña de
promoción depende de la
multinacional distribuidora,
que cobra las entrevistas en
numerario o en
contraprestaciones
publicitarias -cosa que por
cierto nunca explicamos, por
obvio, y también porque
haría feo-. ¿Se imaginan un
titular dedicado a Harrison
Ford durante su paseo por
Venecia para estrenar su
última película, al que le
pusiéramos un subtítulo:
“Nos ha costado 6.000
dólares”?
El pasado mes de noviembre
el inefable diario económico
madrileño La Gaceta de los
Negocios publicaba en
primera página y a cuatro
columnas, foto incluida: “Un
alto dirigente de UGT cena
en El Bulli a 300 euros el
cubierto”. El subtítulo no
le iba a la zaga: “La
central se manifestará el 12
de diciembre en contra de
los empresarios y a favor de
los derechos de los
trabajadores”. Ya lo saben
los sindicalistas, a partir
de ahora los periodistas de
raza se atendrán al
principio de que si te
manifiestas quedan
suspendidos los caprichos,
aunque te lo pagues de tu
bolsillo. Admitamos que las
clases subalternas no
disfrutan, trabajan. O como
diría monseñor Munilla,
obispo de San Sebastián,
evitar el sufrimiento
espiritual del materialismo.
Hay que volver a la
tradición; los radicales
deben comer el menú y los
señores a la carta. Pero si
te invitan, acepta
orgulloso, que para eso nos
portamos tan bien con ellos.
Creo que nadie expresó tan
plásticamente como El Roto
la arrogancia del
reaccionarismo hispano
reciente: “Los sindicatos
son un anacronismo, repetía
machaconamente la marquesa a
su caballo…”.
Parece mentira que tengamos
que volver a pejiguerías de
este jaez, pero lo cierto es
que lo novedoso en el pasado
festival de Venecia fue
hacer saber a la gente que
Michael Moore cobraba por
las entrevistas y no que
había presentado un filme
demoledor sobre la otra cara
de Norteamérica; los efectos
de la gran estafa financiera
y sus consecuencias. Algo de
admirar entre nosotros por
muchas razones. La primera y
principal, la envidia
profesional, por vivir en
una sociedad que se deja
retratar con la rotundidad,
la frescura y la ironía que
desprende Capitalismo, una
historia de amor. Porque
nosotros sufrimos, a nuestra
pequeña escala, todas y cada
una de las situaciones que
documenta Michael Moore,
pero jamás conseguiríamos
financiación, ni recursos,
ni la acumulación de
valentías necesarias para
llevar a cabo una obra
parecida. Impensable entre
nosotros. ¿Una cuestión de
talento? Es posible. ¿Un
tema de infraestructura
democrática? Seguro.
Es un reto conseguir en un
documental narrar de manera
expresiva, eficaz, el fin
del sueño americano; ese
final de ciclo en el que
estamos metidos sin
remisión, y que empezó con
los gozos de Ronald Reagan y
llegó a su punto más bajo
con el presidente más
estúpido de la historia de
los Estados Unidos, George
Bush júnior. Y hacerlo con
sentimiento y con gracia,
llegando al corazón y a la
cabeza. No he visto todo el
cine de Moore, pero de las
tres o cuatro que conozco
esta es la que considero
mejor ritmada y con mayor
inteligencia narrativa, con
un dominio de la
visualización del espectador
que literalmente le
engancha, le guste o no lo
que está viendo. Y por
encima de todo, un auténtico
prodigio de montaje.
Superior, en mi opinión, a
Farenheit 9/11, que le valió
el máximo galardón en Cannes
del 2004.
¿Que no le agrada a usted lo
que cuenta? ¿Que es
demagogia? Explíqueme por
qué. ¿Acaso no es verdad la
expulsión de los
propietarios de sus
viviendas hasta el punto de
cambiar el paisaje de
algunas ciudades? Como
nosotros. ¿Y los buitres de
las hipotecas? Nosotros no
conseguiríamos encontrar a
alguien con el valor
necesario para explicar su
negocio carroñero ante la
cámara. Eso es Norteamérica.
En nuestro caso habría que
meterse con subterfugios en
los consejos de
administración, y al final
entre jueces y abogados te
obligarían a comerte la
grabación. ¿Y los pilotos de
avión con salarios
mileuristas? Aún no salgo de
mi asombro. Ya sabíamos que
se había producido algo
parecido a un golpe de
estado financiero, el que
proveyó de 700.000 millones
de dólares a los banqueros
para que siguieran igual,
pero nadie había osado
contárnoslo tan cerca del
oído. ¿O no fue así, y se lo
inventó Michael Moore?
Explíquemelo entonces, que
llevo meses ansiando
conocerlo.
Tiene su gracia ver a los
acomodadores del circo
mediático llamando payaso al
que les muestra en su
disfraz de sirvientes del
mercado. Quizá les da
vergüenza que les hayan
pillado en su año malo y
desnudos, haciendo esas
cosas que confirman la vieja
parábola de Bertolt Brecht
sobre los grados de
responsabilidad delictiva
que tiene crear un banco o
atracarlo. O lo que es lo
mismo, ser implacables con
los clientes y benévolos con
ellos mismos. Nuestro
estómago está tan estragado
de comulgar con ruedas de
molino que llamamos
esquemático a mostrarnos las
cosas sin la corrección
política, esa camisa de
fuerza voluntaria para
majaderos felices. Nuestro
hígado está tan trabajado
que denostamos como
panfletario lo obvio.
¿Panfleto? Caballero,
disculpe la impertinencia,
¿cuándo vio o leyó usted el
último panfleto? Confiéselo
y empezaremos a hablar de
las mismas cosas con el
mismo lenguaje. Siempre hay
unos peldaños que subir para
poder mirar con cierta
perspectiva las cosas que
nos suceden. Por ejemplo, si
yo tuviera que decirle a
Michael Moore en qué se ha
equivocado, desde la
perspectiva de un español,
le diría que en el título.
En España la palabra
capitalismo no está bien
vista. ¿Verdad que es para
desternillarse de risa?
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Gregorio Morán es un columnista habitual en el diario barcelonés La Vanguardia. Veterano resistente y luchador político en el clandestino Partido Comunista de España bajo el franquismo, Morán es un periodista de investigación que ha escrito, entre otros, libros imprescindibles para entender el proceso que llevó en España de la dictadura franquista a la monarquía parlamentaria actual.