M. García Viñó
La fiera literaria 15 de Enero de2010
Mi panadera es palestina. Hace
tiempo, cuando yo iba a su tienda y
no había público, nunca nos faltaba
tema de conversación. Así me enteré
de muchas cosas que no dicen los
periódicos, pues con cierta
frecuencia ella hablaba con su
familia por teléfono o algún miembro
o vecino de ésta venía a España.
Cuando el hecho es llamativo, los periódicos sí
hablan de él, aunque, la mayor parte
de las veces, distorsionándolo. Como
mínimo, la distorsión consiste en
este caso en tratar la tragedia de
los palestinos como un conflicto
entre dos partes más o menos
equiparables. Y aluden a esa
tragedia, a la tragedia de UN
pueblo, al sufrimiento del pueblo
palestino, como “el conflicto
palestino-israelí”. Publiqué un
artículo sobre el tema en Rebelión.
Los periódicos, por ejemplo, no han
informado a sus lectores de que los
saqueos de casas palestinas por el
ejército israelí son DIARIOS .
Diariamente, varios grupos de
soldados patrullan por las calles de
ciudades y pueblos e irrumpen en las
casas, rompen televisores y otros
electrodomésticos, y muebles, rasgan
fotografías, tiran la ropa por el
suelo. La excusa es que “sospechan”
que allí se esconde un terrorista. Y
muchas veces hasta lo encuentran,
porque, en teoría, para los
israelíes, todos los palestinos son
terroristas. Sin duda este
comportamiento forma parte de una
maniobra continuada de desgaste de
la resistencia moral, de cansancio
físico y anímico, de agotamiento,
para que se vayan a hacinarse con
otros en campos de refugiados los
que no quieran hacinarse en la
cárcel o el cementerio.
Más tarde, fui yo quien empezó a facilitar
a mi amiga noticias y artículos
sobre el problema. Ella tenía
ordenador, pero no Internet. Yo le
imprimía todos los artículos que
publicaba REBELIÓN y se los daba
cuando iba por el pan.
Podría rellenar un libro con lo que Mariam
me contó en el curso de unos cuantos
años. Voy a traer aquí solamente un
suceso que tuvo lugar a los tres
días de estar ella en un pueblo, no
recuerdo el nombre, cerca de
Jerusalén, a principios de agosto de
hace tres veranos, el cual, por sí
solo, podría llenar varios tomos de
una historia universal de la
infamia:
<<Era mi tercera noche en la casa de
mis padres. Sobre las diez de la
noche, yo estaba en la terraza de la
cocina, viendo cómo un niño de unos
once o doce años, cambiaba una
bandera israelí, que colgaba sobre
la puerta de un edificio, por una
palestina. Desde hace tiempo, las
banderas palestinas están prohibidas
y, por las noches, los chicos las
cambian. A éste lo pillaron los
soldados. Lo pillaron y, entre
juegos, voces y risas lo quisieron
obligar a besar la bandera israelí y
pisar la de Palestina. El niño hizo
todo lo contrario: besó la bandera
palestina y pisoteó la israelí. Se
lo llevaron a rastras a su casa.
Vivía unas puertas más arriba que
nosotros. Unos minutos más tarde, no
se cuántos, oí un disparo. ¿Sabes lo
que habían hecho los soldados?
Habían subido al niño a su casa,
habían sentado a sus padres en un
sillón, y lo habían tumbado a él
encima de las rodillas de sus padres
Y le pegaron un tiro en la cabeza.
No me pidas que te cuente más historias de
Palestina. He visto muchas cosas y
muchas de ellas no he podido
evitarlas, porque me apuntaba un M16
a la cabeza. La vida de un palestino
vale muy poco>>.
Hubo un momento, ya ella de regreso,
en que, en nuestras conversaciones,
pretendíamos desentrañar la raíz del
comportamiento de los israelíes. Una
gente que, habiendo sufrido un
holocausto que finalizó en 1945,
inició, sólo tres años más tarde, la
serie de rapiñas y crímenes que
habría de desembocar en otro
holocausto más infame, por su carga
atroz de cinismo e hipocresía, su
desafío casi burlesco a los
organismos internacionales y a la
comunidad internacional, su abuso de
la fuerza: poseen el tercer ejército
del mundo y, a donde no llega su
poder, cuentan con la ayuda de los
Estados Unidos. Los lectores de
Rebelión saben bien que Israel ha
desatendido unas cincuenta
resoluciones condenatorias de las
Naciones Unidas, todas ellas
salvadas por el veto norteamericano.
Los palestinos son primos hermanos de
quienes ahora los despojan y los
matan. Son descendientes de los
judíos que se quedaron en Palestina,
tras la catástrofe del año 70, y que
después se convirtieron al Islam.
Los propios historiadores judíos han
demostrado que nunca hubo la durante
siglos pregonada diáspora, una más
de las falsificaciones que el
sionismo ha hecho de la historia.
Han vivido en esa tierra durante más
de dos mil años y, por lo tanto, son
sus dueños naturales. Lo han hecho
bajo sucesivas ocupaciones –romana,
bizantina, otomana, inglesa., pero
siempre como un pueblo y hasta
teniendo algunos cargos
administrativos. Las etapas del
despojo que comenzó con la
Declaración Balfour son de sobra
conocidas por quienes se interesan
por este tema. Su empeoramiento
sistemático culminó, en lo político,
en la cumbre de Oslo. Su horror
desde el punto de vista humano, en
el auténtico genocidio del año
pasado en Gaza. En Oslo, los
israelíes mintieron con bellaquería
ante Yasser Arafat, con quien,
teóricamente, iban a Pactar un
reparto del territorio -en
principio, por cierto, mucho menos
equitativo y más perjudicial por
tanto para los palestinos que el que
llevara a cabo una incipiente ONU a
mediados del siglo XX y que en más
de sesenta año nadie se ha atrevido
a hacer cumplir. Engañado o porque
no tuvo otra opción, Arafat firmó un
acuerdo que implicaba el
reconocimiento del Estado de Israel
pero que nada decía respecto a los
problemas más importantes:
Jerusalén, los refugiados, los
asentamientos israelíes, la
seguridad, las fronteras exactas....
A Israel le importó muy poco lo que
firmaba: el mismísimo día siguiente
se olvidaba de lo pactado sobre Gaza
y Cisjordania y consentía nuevos
asentamientos colonialistas, y
continuaba hostigando a los
palestinos con controles que les
hacían y le hacen imposible
desplazarse, carreteras para los
ocupantes y otras peores para los
ocupados, continuas prohibiciones
para la entrada en los territorios
mencionados de las ayudas
internacionales, y hasta de las
medicinas más imprescindibles, un
muro de separación, y, en general,
todo cuanto se deriva de una
auténtica política de apartheid. Y
apenas tuvo una excusa, como un
atentado en Hebrón el 18 e noviembre
de 2002, declaró nulos e inválidos
los acuerdos de Oslo, mientras su
presidente de entonces, Ariel
Sharon, llamaba a la comunidad judía
a extenderse por la zona.
¿Por qué tanta mentira, tanta maldad?
nos preguntábamos. ¿Por qué tanta
injusticia disfrazada, producto no
de una mente enferma aislada, sino
de un amplio grupo, que no ha dejado
de incrementarse desde que, a
finales del siglo XIX, Theodore
Herltz fundó el sionismo? A los
habitantes de la tierra que ellos
sostenían que les había donado Dios
en propiedad no los tuvieron nunca
en cuenta. Algunas frases de los
propios líderes sionistas así lo
demuestra:
--Tenemos que expulsar a los árabes
y ocupar su lugar (David Ben Gurión)
--No puede haber sionismo,
colonización ni estado judío sin la
expulsión de los árabes y la
expropiación de sus tierras. (Ariel
Sharon a la Agencia France Press, el
15 de noviembre de 1998)
--La partición de Palestina no es
justa. Nunca la aceptaremos. Eretz
Israel será restituido al pueblo de
Israel. Todo él y para siempre (Menahem
Beguin)
--No existe un interlocutor
palestino para una negociación
(Ariel Sharon)
--He creído siempre en el eterno e
histórico derecho de nuestro pueblo
a toda esta tierra. (Ehud Olmert,
ante al Congreso de Estados Unidos
el 30 de junio de 2006)
--No existe nada que se pueda
considerar un estado Palestino.
Nosotros podemos llegar, echarlos y
ocupar el país. (Golda Meir).
-Jamás consentiremos un estado
palestino (Netanyahu, muy
recientemente)
Y, muy recientemente también, yo
mismo he oído a un colono de
Cisjordania –minúsculo territorio
supuestamente palestino después de
Oslo, decirle a un reportero de
televisión: Nunca nos iremos de
aquí. Esta tierra nos la ha dado
Dios.
Y, si se la ha dado Dios y al nivel de ciertas
mentalidades, ¿quién lo va a
discutir?
¿De dónde? ¿De dónde y de qué filosofía podía venir tan
fría maldad, tan venenoso desprecio
por los otros, semitas como ellos?
Tras rellenar algunos folios con la
intención de explicarme en un breve
ensayo, creo que terminé diciendo lo
que intentaba decir en el siguiente
poema, que titulé CLAMA EL PROFETA:
Si no conoces el poema puedes encontrarlo aquí.
Israel, si no desaparece, porque deje de contar con la
ayuda de los Estados Unidos
–circunstancia más bien impensable-
jamás consentirá un Estado
palestino. Asombra que todavía se
hable tan profusamente, en los
medios de comunicación y en los
foros internacionales, de proceso de
paz, de hoja de ruta, de reuniones
entre el gobierno israelí y la, más
que débil, entregada Autoridad
Palestina, al cabo de más de sesenta
años desde que la ONU decretara una
partición injusta, pero, al fin y al
cabo, partición. Todos los intentos
los frustra Israel, y lo seguirá
haciendo. La voluntad sionista de
quedarse con todo el territorio
palestino, más trozos de Siria y del
Líbano, para fundar el Gran Israel,
el Israel bíblico, la han
manifestado sus líderes con tanta
claridad, como hemos visto, que
parece mentira que todavía haya
quien se llame a engaño. ¿No es de
general conocimiento cómo Israel
llevó a cabo una auténtica masacre
en Gaza, reconocida como tal por la
ONU –el informe Goldstone- que lo
declara culpable de crímenes de
guerra y de crímenes contra la
humanidad y no pasa nada? ¿No ha
sucedido que, a lo largo de más de
medio siglo, el máximo organismo
internacional ha dictado cincuenta
resoluciones condenatorias del
gobierno sionista y éste ha seguido
haciendo lo que le ha venido en
gana, pues sabía que, al final, el
veto USA le libraría de cualquier
condena? ¿Quién puede esperar nada
de un encuentro del ultraderechista
Netanyahu con Mahmud Abbas –luego de
ponerle, por ende, condiciones
inaceptables-, si ya se sabe lo que
pretenden?
Lo
que quise resaltar sobre todo en el
poema –creo que se ve claramente- es
la infinita maldad de las fechorías
que cometen algunos hombres
creyentes, en nombre de SU Dios. Si
consideramos lo que piensan, desde
su fe, lo que es ese Ser que nadie
ha visto, pero que, según ellos, ha
creado el mundo, lo sostiene
providencialmente y ha movido la
historia, resulta tremendo lo que
hacen y, por supuesto,
contradictorio. Pero eso es propio
de todas las religiones. Considérese
lo que han sido las religiones a
través de la historia. Todas, todas
han traído para el ser humano un
cúmulo de crímenes y de desgracias,
muy especialmente la judía. Aquella
acertadísima opinión de Feuerbach,
irrebatible a mi juicio a la vista
de la realidad y el estado de los
conocimientos, de que las cosas no
han sido como se suele afirmar, sino
que ha sido el hombre el que ha
creado a Dios a su imagen y
semejanza, alcanza una clara
confirmación en lo que los
cristianos llaman Antiguo
Testamento, esto es, la historia del
judaísmo (y adrede no digo “pueblo
judío”, porque, de una vez por
todas, el profesor Shlomo Sand,
judío, profesor de Historia
Contemporánea en la universidad de
Tel Aviv, ha demostrado que nunca ha
existido un pueblo judío; el
judaísmo es una religión. He
manejado la traducción francesa:
Comment le peuple juif fut inventé,
París, Fayard, 2008). Quien quiera
asegurarse de que es verdad lo que
digo, sin necesidad de espigar,
entre otros “sucesos”, aquellos
especialmente aborrecibles, tiene a
su alcance, desde hace poco, un
libro de José Rodríguez, actualmente
profesor del Instituto de Formación
Continuada de la Universidad de
Barcelona: Los pésimos ejemplos de
Dios según la Biblia, Temas de Hoy,
Madrid, 2008. En él se puede enterar
el lector, con todas las garantías
de unas citas que pueden fácilmente
comprobarse, que Jahvé bendijo
profusamente a tramposos, cobardes,
mentirosos, adúlteros, ladrones, y
sobre todo justificó, cuando no
decretó, los robos de tierra y las
matanzas perpetradas por su “pueblo
elegido”, para apoderarse de lo que
no era suyo. Fechorías que
culminaron con la “conquista” de la
tierras de Canáa, la actual
Palestina, que, por cierto, no fue
suya desde siempre, como pregonan
hoy, sino sólo durante los ochenta
años que duraron los reinados de
David y Salomón, si es que estos
personajes no son también
legendarios, como opinan algunos.
Las religiones son sucesos culturales, creación
de unos hombres para dominar a otros
hombres a través de la manipulación
de sus conciencias. Todas tienen
puntos en común y discrepancias,
según la cultura en que nazcan y se
desarrollen. La religión cristiana
no es especial. Es una más de entre
el grupo de religiones
mediterráneas. Y, por supuesto, es
un sincretismo. No se puede sostener
seriamente que la fundó o inspiró un
Dios bajado a la tierra. El Concilio
Vaticano II decretó -constitución
Nostra Aetate-, que todas las
palabras de la Biblia no es que
estén inspiradas, es que son como si
tuvieran a Dios por autor. Y
entonces va uno y lee el Tao Te
King, el Zend Avesta, los Upanishads,
el Corán y no son inferiores ni en
la forma ni en el contenido a lo que
ha escrito Dios. Y no digamos ya el
“Así habló Zarathustra”. De todas
las religiones, el judaísmo es la
más claramente diseñada a la medida
de los intereses de un pueblo. Y lo
seguirá siendo. Y que de esa
descarada teocracia se diga que es
la única y acreditada democracia de
Oriente Próximo y Medio no
constituye sino el mayor sarcasmo
proferido por una sociedad
caracterizada por la mentira y la
hipocresía.