Economía. En torno a la Economía de Equivalencia (I)
Arturo Ferrín
UCR
25 de
Enero de 2010
La idea de que la situación económica es la base de las
instituciones políticas, así como la predicción de que
la Política sería absorbida por la Economía, pertenecen
originalmente a Henri de Saint Simón quien las publicó a
principios del siglo XIX. Este precursor del socialismo
que aspiraba a que la Sociedad transformara el
gobierno político sobre los hombres por la
administración de las cosas, redactó la siguiente
fórmula de la justicia social; A cada uno según su
capacidad; a cada capacidad según sus obras. Dos
frases que le deben resultar familiares al lector de
literatura marxista.
La creación de una asociación cooperativa de consumo y
producción, así como de almacenes para el cambio de los
productos del trabajo por medio de un
papel-moneda-trabajo, cuya unidad era la hora de
trabajo, pertenece a Robert Owen (1), otro
precursor del socialismo que en su “Libro del nuevo
Mundo Moral” defendía la obligación igual de trabajar y
el derecho igual al producto, todo proporcionalmente a
la edad.
Es John Gray quien en “Sistema Social” (1.831) propone
lo que cabe calificar de primer intento de planificación
económica centralizada; una Cámara de Comercio Nacional
que tendría los medios necesarios para determinar en
todo momento la cantidad efectiva de todas las clases de
bienes disponibles, sería capaz de decir al mismo tiempo
dónde debería producirse más deprisa, donde mantenerse
el mismo ritmo y donde frenarlo. Esa Cámara
dispondría la expropiación de los medios de producción
privados (mediante el pago de una indemnización anual a
sus propietarios) y realizaría la planificación de la
producción (Diego Guerrero, Historia del pensamiento
económico heterodoxo).
Dice Federico Engels en El Anti-Dühring (1.877) que
Los utopistas fueron utopistas porque no podían ser otra
cosa en un tiempo en que la producción capitalista
estaba todavía tan poco desarrollada.
Fue mérito de Carlos Marx desentrañar el secreto de la
plusvalía. En su análisis sobre Capital fijo y
circulante del Libro II de El Capital (Sección II,
Capítulos X y XI), Marx señala repetidas veces la
ocultación que supone, por parte de la Economía
burguesa, la consideración de Capital Fijo y Circulante
frente a la de Capital Constante y Variable:
Se oculta, a causa de la identidad de forma que
presenta en la rotación el capital variable y la parte
circulante del capital constante, la diferencia
esencial que media entre ellos en el proceso de
valorización y en la formación de plusvalía, esto
es, se oscurece aún más todo el misterio de la
producción capitalista; con la denominación común
de capital circulante se borra esta diferencia esencial;
cosa que la economía posterior acentuó aún más al no
mantener ya como esencial y lo único distintivo la
contraposición entre capital variable y constante,
sino la existente entre el capital fijo y circulante
(Página 255).
Con ello se borra la diferencia absolutamente
decisiva entre capital variable y capital constante,
esto es, todo el secreto de la formación de la plusvalía
y de la producción capitalista…Se comprende, por
tanto, por qué la economía política burguesa se ha
aferrado instintivamente a la confusión de Adam Smith
entre las categorías de capital constante y variable con
la de capital fijo y circulante, y la ha repetido de pe
a pa durante todo un siglo, de generación en
generación, de un modo acrítico. La parte de capital
invertido en salario ya no se diferencia, para ella, de
la parte de capital invertida en materias primas, y sólo
se distingue formalmente del capital constante, ya
circule fragmentaria o totalmente por medio del
producto. Con ello se entierra de un golpe la base para
la comprensión del movimiento real de la producción
capitalista y, por tanto, de la explotación capitalista
(Página 282).
Con ello se consuma felizmente la transformación del
proceso capitalista de producción en un misterio
completo y se oculta totalmente a la vista el origen de
la plusvalía contenida en el producto (Página 290).
También al analizar la transformación de la plusvalía en
ganancia, en el Libro III (Sección I, Capítulos I, II y
X) Marx hace hincapié en dicha ocultación:
El remanente de valor o plusvalía realizado al vender la
mercancía se le presenta, por tanto, al
capitalista como excedente de su precio de venta sobre
su valor, en vez de remanente de su valor sobre su
precio de coste, de suerte que la plusvalía contenida en
la mercancía no se realiza mediante su venta,
sino que brota de la misma venta (Páginas 46 y
siguientes).
Por lo que se refiere al capitalista individual, es
evidente que lo único que le interesa es la relación
entre la plusvalía (o del remanente de valor a que vende
sus mercancías) y el capital global anticipado para su
producción; mientras que la relación concreta de este
excedente y su conexión interna con los componentes
particulares del capital no sólo no le interesa, sino
que su interés radica en que esta relación y esta
conexión queden en la sombra.
Aunque el
remanente del valor de la mercancía sobre su precio de
coste surge en el proceso directo de producción, sólo se
realiza en el proceso de circulación, por lo que con
tanta más facilidad asume la apariencia de que brota del
proceso de circulación, puesto que en realidad, dentro
de la competencia, en el mercado real, depende de las
condiciones del mercado, se realice o no este excedente
y en qué grado. No hay necesidad de discutir aquí que,
si una mercancía se vende por encima o por debajo de su
valor sólo ocurre otra distribución de la plusvalía, y
que esta distribución diferente, es decir, la distinta
relación en que varias personas se reparten la
plusvalía, no altera para nada la magnitud ni la índole
de la plusvalía…Para el capitalista individual la
plusvalía realizada por él mismo depende tanto de la
mutua especulación entre los diversos capitalistas como
de la explotación directa del trabajo.
El proceso directo de la producción y el proceso de
circulación confluyen y se compenetran constantemente,
falseando así, continuamente, sus características
diferenciales…la forma originaria en que se enfrentan el
capital y el trabajo asalariado se disfraza…la misma
plusvalía no se presenta como producto de la apropiación
de tiempo de trabajo, sino como remanente del precio de
venta de las mercancías sobre su precio de coste.
Incluso economistas modernos como Ramsay, Malthus,
Senior, Torrens, etc., aducen directamente estos
fenómenos de la circulación como pruebas de que el
capital, en su existencia puramente material,
independientemente de sus relaciones sociales con el
trabajo, que son precisamente las que lo convierten en
capital, constituye una fuente independiente de
plusvalía…la extorsión de trabajo no retribuido aparece
solamente como ahorro en el pago de un artículo que
entra en los costes…la extorsión de plustrabajo…se
oscurece.
Con lo
que sigue siendo un misterio de donde proviene este
remanente, si de la explotación del trabajo en el
proceso de producción, si del engaño de los compradores
en el proceso de circulación, o de ambos.
Por eso,
aunque la cuota de ganancia difiere numéricamente de la
cuota de plusvalía, mientras que la plusvalía y la
ganancia son en realidad la misma cosa y numéricamente
iguales, la ganancia es, sin embargo, una forma
transfigurada de la plusvalía, una forma en la que se
oculta y se borra su origen y el secreto de su
existencia…En la plusvalía se pone al desnudo la
relación entre capital y trabajo; en la relación entre
capital y ganancia…aparece el capital como relación
consigo mismo (Páginas 53 y siguientes).
El precio de producción incluye la ganancia media. Le
hemos dado el nombre de precio de producción; en
realidad es lo mismo que A. Smith llama “natural price”,
Ricardo “price of production”, “cost of production”, y
los fisiócratas “prix nécessaire”, sin que ninguno de
ellos haya desarrollado la diferencia entre precio de
producción y valor…Se comprende también por qué los
mismos economistas que se revuelven contra la
determinación del valor de la mercancía por el tiempo de
trabajo, por la cantidad de trabajo contenida en ellas,
hablan siempre de los precios de producción como de los
centros en torno a los cuales fluctúan los precios de
mercado…porque el precio de producción es ya una forma
completamente enajenada y “prima facie” absurda del
valor de las mercancías, una forma tal como aparece en
la competencia, esto es, en la conciencia del
capitalista vulgar, es decir, como existe también en la
del economista vulgar (Página 257).
Por otra parte, en el Capítulo XVIII del Libro II,
Sección III, y después de distinguir la forma social
de producción -capitalista y social-, Marx asegura que
El capital monetario desaparece en la producción
social. La sociedad distribuye la fuerza de trabajo y
los medios de producción entre las distintas ramas. Por
mí, los productores pueden recibir bonos a cambio de
los cuales pueden retirar de los fondos sociales de
consumo cantidades proporcionales al tiempo de trabajo
aportado por ellos (2). Estos vales no
constituyen dinero. No circulan (Página 18).
Es Federico Engels quien en su crítica a Dühring sobre
la construcción del socialismo analiza los supuestos de
una Economía que reparta a trabajo igual, producto
igual. En primer lugar, Engels rechaza la
utilización de dinero. Avisa que la acumulación queda
totalmente olvidada si no se crea un fondo social
para el mantenimiento y extensión de la producción,
y advierte que se abre una brecha
considerable: el célibe vivirá suntuosamente y en la
alegría con sus ocho o doce marcos diarios, mientras que
el viudo difícilmente saldrá adelante con sus ocho hijos
menores. (Páginas 313 y 315)
Cuando la sociedad se posesiona de los medios de
producción y los aplica a ésta, socializándolos sin
intermediarios, el trabajo de todos, por diverso que
pueda ser, en lo que concierne a su utilidad específica,
es trabajo inmediato y directamente social. Entonces no
hay necesidad de establecer previamente, por un rodeo,
la cantidad de trabajo social contenido en el producto;
la experiencia diaria indica cuánto se necesita por
término medio. La sociedad no tiene más que calcular
cuántas horas de trabajo se han incorporado en una
máquina de vapor, en un hectolitro de cereales de la
última cosecha o en cien metros cuadrados de tejido de
determinada calidad. No puede ocurrírsele expresar
las cantidades de trabajo incorporadas en los productos
que conoce de un modo directo y absoluto, en función de
una medida sólo relativa, vaga, inadecuada -en otro
tiempo indispensable, como cosa menos mala- en función
de otro producto, cuando posee la medida natural,
adecuada y absoluta: el tiempo…Sin duda, la sociedad
tendrá necesidad de saber cuánto trabajo precisa para
producir cualquier objeto de uso; tendrá que organizar
el plan de la producción en función de los instrumentos
de producción, a la cabeza de los cuales figura la
fuerza de trabajo. En último análisis serán los efectos
útiles de los diversos objetos de uso -comparados
primero entre sí y después en relación con la cantidad
de trabajo necesario para fabricarlos- los que
determinen el plan de la producción. (Página 320)
“El Estado y la revolución” es un trabajo que publicó
Lenin en Agosto de 1.917, en pleno apogeo de la
Revolución rusa de Febrero que culminaría en el glorioso
Octubre. En su Capítulo V, “Las bases económicas de la
extinción del Estado” (Páginas 84 y siguientes), Lenin
se interesa por el análisis que había desarrollado Marx
en su “Crítica del programa de Gotha” escrito en Mayo de
1.875. Una parte de la crítica de Marx se había dirigido
principalmente contra los planteamientos que Ferdinand
Lasalle inspiraba en la Asociación General de los
trabajadores alemanes, en un momento en que era
necesaria una fusión de todas sus fuerzas.
Escribe Lenin:
Marx ofrece un análisis sereno de cómo se verá obligada
a administrar la sociedad socialista. Marx aborda el
análisis concreto de las condiciones de vida de esta
sociedad, en la que no existirá el capitalismo, y dice:
“De lo que
aquí se trata (en el examen del programa de partido
obrero) no es de una sociedad comunista que se ha
desarrollado sobre su propia base, sino de una que acaba
de salir precisamente de la sociedad capitalista y que,
por tanto presenta todavía en todos sus aspectos, en el
económico, en el moral y en el intelectual, el sello de
la vieja sociedad de cuya entraña procede” (3)
Esta sociedad comunista, que acaba de salir de la
entraña del capitalismo y que lleva en todos sus
aspectos el sello de la sociedad antigua, es la que Marx
llama “primera” fase o fase inferior de la sociedad
comunista (el socialismo).
Los medios de producción han dejado de ser ya propiedad
privada de los individuos para pertenecer a toda la
sociedad. Cada miembro de ésta, al ejecutar una
cierta parte del trabajo socialmente necesario, obtiene
de la sociedad un certificado acreditativo de haber
realizado tal o cual cantidad de trabajo. Por este
certificado recibe de los almacenes sociales de
artículos de consumo la cantidad correspondiente de
productos. Deducida la cantidad de trabajo que
pasa al fondo social (Inversión para la
reposición o ampliación del denominado “capital
constante”, administración, escuelas, hospitales, asilos
de ancianos), cada obrero recibe, pues, de la
sociedad tanto como le entrega.
Seguidamente, Lenin advierte la observación de Marx
respecto a que entonces nos hallaríamos ante “un
derecho burgués”, que, como todo derecho presupone la
desigualdad porque los hombres no son iguales;
unos son más fuertes y otros más débiles; unos están
casados y otros solteros; unos tienen más hijos que
otros, etc. Es decir, que si, por ejemplo, un
trabajador soltero recibe por sus ocho horas de trabajo
el equivalente que le corresponde en artículos de
consumo que se han producido socialmente, obtendría una
riqueza relativamente superior a la del trabajador con
cuatro hijos que trabajase el mismo número de horas.
Por
consiguiente, la primera fase del comunismo no puede
proporcionar todavía justicia ni igualdad: subsisten las
diferencias de riqueza, diferencias injustas; pero
quedará descartada ya la explotación del hombre por el
hombre, puesto que no será posible apoderarse, a título
de propiedad privada, de los medios de producción, de
las fábricas, las máquinas, la tierra, etc.
Esta situación por la cual sigue imperando cierta
desigualdad al distribuirse los productos “según el
trabajo”, es a juicio de Marx inevitable en la
primera fase de la sociedad comunista…pues no se puede
pensar que, al derrocar el capitalismo, los hombres
aprenderán a trabajar inmediatamente para la sociedad
sin sujetarse a ninguna norma de derecho.
Hasta el momento en que se alcance la fase superior del
comunismo; mientras la Sociedad no haya conseguido
plenamente escribir en su bandera “De cada cual,
según su capacidad; a cada cual según sus necesidades”;
mientras los hombres no se hayan habituado a observar
las normas fundamentales de la convivencia; mientras
no trabajen voluntariamente según su capacidad;
Lenin asegura que ese proceso presupone una
productividad del trabajo que no es la actual y hombres
que no son los actuales filisteos, capaces de dilapidar
“a tontas y a locas” la riqueza social y de pedir lo
imposible. Y por ello los socialistas
exigen el más riguroso control por parte de la sociedad
y por parte del Estado sobre la medida de trabajo y la
medida de consumo…y no debe llevarse a cabo por un
Estado de burócratas, sino por el Estado de los obreros
armados.
Finalmente, Lenin reconoce que A través de qué
etapas, por medio de qué medidas prácticas llegará la
humanidad a este supremo objetivo es cosa que no sabemos
ni podemos saber. De lo que sí está seguro Lenin
es de la necesidad de Contabilidad y control…
en la obra de controlar la producción y la
distribución, en la obra de computar el trabajo y los
productos.
León Trotsky en su libro “La Revolución traicionada”
(1.936), al tratar sobre el Régimen transitorio
(capítulo III), está igualmente de acuerdo en que la
sociedad comunista no puede suceder inmediatamente a la
burguesa; la herencia cultural y material del pasado es
demasiado insuficiente. En sus comienzos, el Estado
obrero aún no puede permitir a cada uno “trabajar según
su capacidad”, o en otras palabras, lo que pueda y
quiera; ni recompensar a cada uno “según sus
necesidades”, independientemente del trabajo realizado.
El interés del crecimiento de las fuerzas productivas
obliga a recurrir a las normas habituales del salario,
es decir, al reparto de bienes según la cantidad y la
calidad del trabajo individual. Al igual que Lenin,
Trotsky piensa que esto se debe al insuficiente
desarrollo de la productividad del trabajo: La base
material del comunismo deberá consistir en un desarrollo
tan alto del poder económico del hombre que el trabajo
productivo, al dejar de ser una carga y un castigo, no
necesite de ningún aguijón, y que el reparto de los
bienes, en constante abundancia, no exija más control
que el de la educación, el hábito, la opinión pública.
Enfrentados socialismo y capitalismo, la fuerza y
la estabilidad de los regímenes se miden, en último
análisis, por el rendimiento relativo del trabajo. Una
economía socialista, en vías de sobrepasar en el sentido
técnico al capitalismo, tendría asegurado realmente un
desarrollo socialista, en cierto modo automático (pág.
73,74).
Por esa razón, Trotsky reconoce en la etapa inicial
-posterior a la revolución- un Estado “burgués”,
aunque sin burguesía. Estas palabras no implican
alabanza ni censura; simplemente llaman a las cosas por
su nombre. Y por ello, el Estado adquiere
inmediatamente un doble carácter: socialista en la
medida en que defiende la propiedad colectiva de los
medios de producción; burgués en la medida en que el
reparto de los bienes se lleva a cabo por medio de
medidas capitalistas de valor, con todas las
consecuencias que se derivan de este hecho. Una
definición tan contradictoria asustará, probablemente, a
los escolásticos y a los dogmáticos; no podemos hacer
otra cosa que lamentarlo (pág. 79).
Trotsky, por otra parte, se aplica a combatir sin piedad
el fenómeno del burocratismo que se ha estado
desarrollando en la URSS durante los últimos años. Si
la tentativa primitiva -crear un Estado libre de
burocracia- tropezó, en primer lugar, con la
inexperiencia de las masas en materia de
autoadministración, con la falta de trabajadores
cualificados leales al socialismo, etc., no tardarían en
dejarse sentir otras dificultades posteriores...Una
poderosa casta de especialistas del reparto se formó y
fortificó gracias a la maniobra nada socialista de
quitarle a diez personas para darle a una. Trotsky
se está refiriendo a los grupos privilegiados más
indispensables para la defensa, para la industria, para
la técnica, para la ciencia, que fue necesario
“mimar” en aquellas circunstancias (pág. 82,83).
En relación con el dinero, Trotsky se pronuncia así:
No se podrá hablar de victoria real del socialismo más
que a partir del momento histórico en que el Estado sólo
lo sea a medias y en que el dinero comience a perder su
poder mágico. Esto significará que el socialismo,
liberándose de fetiches capitalistas, comenzará a
establecer relaciones más limpias, más libres y más
dignas entre los hombres...El fetichismo y el dinero
sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento
ininterrumpido de la riqueza social libere a los bípedos
de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo
y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones.
Al perder su poder para proporcionar felicidad y para
hundir en el polvo, el dinero se reducirá a un cómodo
medio de contabilidad para la estadística y para la
planificación; después, es probable que ya no sea
necesario ni aun para esto. Pero estos cuidados debemos
dejarlos a nuestros biznietos, que seguramente serán más
inteligentes que nosotros (pág. 88).
Acerca del sistema de precios establecido por la
burocracia, Trotsky dice: Varios profesores
obedientes habían logrado construir con las palabras de
Stalin toda una teoría, de acuerdo con la cual el precio
soviético, a la inversa de los del mercado, estaba
dictado exclusivamente por el plan o por directivas; no
era una categoría económica sino una categoría
administrativa destinada a servir mejor al nuevo reparto
de la renta nacional en beneficio del socialismo. Estos
profesores olvidaban explicar cómo se pueden “dirigir”
los precios sin conocer el precio de coste real, y cómo
se puede calcular éste si todos los precios en lugar de
expresar la cantidad de trabajo socialmente necesario
para la producción de los artículos, expresan la
voluntad de la burocracia...Por lo que se refiere a los
precios, servirán tanto mejor a la causa del socialismo
cuanto más honradamente expresen las relaciones
económicas actuales (pág. 94).
Notas:
(1)
El dinero-trabajo de
Owen tiene tan poco de dinero como una entrada de
teatro. Owen presupone el trabajo directamente
socializado, una forma de producción diametralmente
opuesta a la producción de mercancías. El certificado de
trabajo constata solamente la parte individual del
productor en el trabajo común y su derecho individual a
la parte del producto total destinada al consumo. El
Capital, libro I, sección I, capítulo III, Nota 50, (pág.
131).
Robert Owen, padre
de las fábricas y bazares cooperativos, quien, sin
embargo, como ya hemos observado, no compartía en
absoluto las ilusiones de sus imitadores sobre el
alcance de estos elementos aislados de transformación,
no sólo partía, en sus ensayos, del sistema
fabril, sino que veía en él, teóricamente, el punto de
arranque de la revolución social. Ibid, sección IV,
capítulo XIII, Nota 322 (pág. 248).
(2)
Marx ha expresado la
misma idea en un apartado anterior: “Por último, y para
cambiar, imaginémonos una asociación de hombres libres
que trabajan con medios de producción comunes y gastan
conscientemente sus numerosas fuerzas de trabajo
individuales como una fuerza de trabajo social. Se
repiten aquí todas las determinaciones del trabajo de
Robinsón, sólo que socialmente, en vez de
individualmente. Todos los productos de Robinsón eran su
producto exclusivamente personal y, por tanto,
directamente objetos de usos para él. El producto total
de la asociación es un producto social. Una parte de él
vuelve a servir de medios de producción. Sigue siendo
social. Pero otra parte se consume como medios de
subsistencia de los miembros de la asociación. De ahí
que haya de distribuirse entre ellos. El modo de
distribución variará con el tipo particular de organismo
social de producción y el correspondiente nivel de
desarrollo histórico de los productores. Sólo como
paralelo a la producción de mercancías suponemos que la
participación de cada productor en los medios de
subsistencia viene determinada por su tiempo de trabajo.
De este modo, el tiempo de trabajo desempeñaría un papel
doble. Su distribución, efectuada socialmente conforme a
un plan, regula la proporción correcta de las diferentes
funciones laborales con las distintas necesidades. Por
otro lado, el tiempo de trabajo sirve simultáneamente de
medida de la participación individual del productor en
el trabajo común y, por tanto, también en la parte
individualmente consumible del producto común. Las
relaciones sociales de los hombres con sus trabajos y
sus productos del trabajo siguen siendo sencillas y
transparentes tanto en la producción como en la
distribución” El Capital, libro I, sección I, capítulo I
(pág. 110).
(3)
Crítica del programa de
Gotha (pág. 29)
Obras
citadas
El
Capital. Editorial Akal básica de bolsillo 2.007
Crítica del programa de Gotha. Fundación Federico Engels
2.004
El
Anti-Dühring. Edicions Avant 1.987
El
Estado y la revolución. Fundación Federico Engels 1.997
La
revolución traicionada. Fundación Federico Engels 2.004
Historia del pensamiento económico heterodoxo, Diego
Guerrero, Edición electrónica, Eumed 2.004
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