Amadeo Martínez Inglés: "La horas de la monarquía española están contadas"
VMPress 4 de Enero de 2010
Ningún hecho político trascendente ha tenido lugar en este país, durante los últimos treinta años, que no fuera previamente autorizado o decidido por el rey Juan Carlos I, afirma con rotundidad el coronel Amadeo Martínez Inglés. La defenestración de Arias Navarro, el nombramiento de Adolfo Suárez, las conversaciones con Santiago Carrillo, la legalización del PCE, el 23-F, el Juicio de Campamento, los GAL, las misiones de las Fuerzas Armadas en el exterior, el apoyo logístico a la Primera Guerra del Golfo, los nombramientos de la mayoría de los ministros y de todos los de Defensa, las conversaciones con ETA..., son quizá los más importantes, pero no los únicos, en los que el inefable inquilino de La Zarzuela ha intervenido directamente haciendo valer una autoridad y un poder personal que en absoluto contempla la Constitución, según el militar.
|
- El coronel Amadeo Martínez
Inglés afirma que el Rey Juan
Carlos fue el ideólogo del
"chapucero" golpe de Estado del
23 de febrero de 1981
|
Háganos un análisis de la actualidad
política de hoy...
Yo ya he expresado clara y rotundamente
en mi libro “Juan Carlos el último
Borbón” que España se encuentra en la
actualidad en los prolegómenos de un fin
de ciclo histórico y que va a tener que
enfrentarse en el medio plazo (incluso
me he atrevido a señalar el fin de la
presente legislatura como frontera para
el cambio) a un enorme desafío, a una
modificación casi total en su estructura
política, territorial, social,
institucional… También he escrito que
“con la próxima desaparición o
abdicación del actual rey de España
comenzará en este país la verdadera
transición”.
De estas declaraciones mías se desprende
sin ninguna duda que estoy firmemente
convencido de que los españoles nos
encontramos en estos momentos ante una
profunda crisis institucional, de
identidad nacional, de supervivencia del
Estado/Nación, centralista y
autoritario, que hemos conformado
política y socialmente durante siglos; y
que esta crisis se va a sumar,
potenciándola y agravándola, a la
financiera y económica que padecemos y
que, como todo el mundo sabe, ha
adquirido una virulencia muy especial a
lo largo del último año.
El momento político actual en España es
pues, a mi modesto juicio, apasionante
(todos los períodos de cambio y
renovación son muy importantes y
peligrosos para las naciones que deben
afrontarlos, sobre todo si ese cambio
viene impuesto por el agotamiento del
sistema anterior) y el éxito o el
fracaso de la apuesta futura que
elijamos los españoles dependerá
lógicamente (ahora, afortunadamente, no
estamos amenazados por ningún poder
fáctico armado, aunque todavía quedan
algunos tradicionales que pueden poner
palos en las ruedas del proceso) de la
valía, inteligencia, competencia,
moderación y “savoir faire” de los
políticos que rijan en esos momentos la
frágil nave del Estado.
También he señalado en mis libros que,
posiblemente, ese profundo cambio en el
ser o no ser de la España actual podría
haber comenzado hace ya algún tiempo,
coincidiendo quizá con el momento de la
llegada al poder de Zapatero el 14 de
marzo de 2004. E, incluso, antes tras
las masivas manifestaciones contra la
guerra de Irak celebradas en Madrid y
otras ciudades españolas los días 15 de
febrero y 15 de marzo de 2003, en las
que miles de banderas republicanas
inundaron las calles y plazas de este
país portadas y escoltadas por
centenares de miles de ilusionados
ciudadanos.
En esa dirección del “cambio tranquilo”
auspiciado por ZP (que de momento sería
solo la punta del iceberg de la
profundísima renovación que España
necesita para salir del atolladero
político, social y económico en el que
se encuentra) podrían ir apuestas
legislativas tan llamativas y
revolucionarias como la del nuevo
Estatuto de Cataluña, del matrimonio
homosexual, de la igualdad de género,
de la memoria histórica… Sin contar con
otras iniciativas recientes del
Ejecutivo socialista, no menos
importantes, como han sido el fracasado
(pero no enterrado) proceso de paz con
ETA, la nueva financiación de las
Autonomías o la reivindicación pública
de la II República española.
Pero todo esto, a mi modesto entender,
no es suficiente. El tiempo apremia, el
régimen político de la transición (el
juancarlismo) heredado del franquismo, y
con todos sus perversos genes
dictatoriales intactos a pesar del
lavado de cara democrático impulsado
desde dentro, está agotado y debe ser
reemplazado cuanto antes. Creo que el
presidente Zapatero “se la juega” en lo
que queda de legislatura (la
“legislatura maldita de ZP” la he
calificado repetidamente en mis
escritos) si quiere de verdad ganar las
próximas elecciones de 2012 y, lo que es
mucho más importante para el país, si
quiere poner los cimientos (el defendió
en su campaña electoral la necesidad de
un profundo cambio, aunque sin prisas)
de un nuevo Estado español
verdaderamente democrático, moderno,
solidario, europeo, descentralizado al
máximo, respetuoso con las minorías,
pueblos y naciones que han conformado a
la fuerza durante siglos la España
tradicional y, por supuesto (estamos en
el siglo XXI), republicano.
Debería, repito, antes de que acabe la
actual legislatura, pero con la vista
puesta en la siguiente, plantear sin
ambages, con valentía y determinación,
la modificación total y absoluta de la
actual Constitución en lo que se
refiere, entre otros, al Título
Preliminar Art. 1º-3 y al Título II,
promoviendo, según señala el citado
texto legal en su Título X Art. 168, la
correspondiente votación en ambas
Cámaras legislativas y disolviendo las
mismas sea cual fuere el resultado de
ambas consultas. Y plasmando a
continuación en su nuevo programa
electoral la determinación absoluta de
él y de su partido de continuar por el
camino de la citada reforma, aunque el
PP se enfrentara a tan importante
reforma histórica, e ir a un referéndum
para que el pueblo español pueda
pronunciarse de una vez (lo debería
haber hecho en 1975) sobre el modelo de
Estado que prefiere: Monarquía o
República.
La decisión de la ciudadanía al respecto
(a este historiador no le cabe la menor
duda de cual sería el resultado), que
debería posibilitarse en todo caso sea
cual fuere el resultado de las
votaciones en las Cortes, podría
substanciarse a lo largo del bienio
2012-2014 llevando al nuevo Gobierno a
la apertura de un proceso constituyente
que definitivamente abriera las puertas
del siglo XXI al pueblo español y
pusiera las bases de una futura
República federal/confederal de nuevo
cuño, en la que todos sus pueblos,
regiones, nacionalidades y naciones
estuvieran representados, cómodos,
ilusionados y sin los contenciosos
(algunos sangrientos) que han envilecido
durante siglos la historia de los
hombres y mujeres que hemos tenido la
suerte (durante mucho tiempo, más bien
la desgracia) de haber nacido en esta
piel de toro llamada España.
Y querría aprovechar las últimas líneas
de esta exhaustiva contestación a la
primera pregunta planteada para
permitirme advertirle al presidente
Zapatero, apoyándome en mi experiencia y
en los muchos años que llevo dedicado al
estudio de la Historia, de lo peligroso
que puede resultar, para él en
particular pero sobre todo para el PSOE,
el seguir mirando para otro lado en esta
tan trascendental cuestión de la reforma
urgente de este país; centrándose en el
exterior y dejando que el tiempo
discurra alegre y confiado pensando que
el futuro de España se arreglará solo.
La cosa no admite demoras: la monarquía
juancarlista, repito, está acabada; el
actual Estado de las Autonomías no
funciona, nos está arruinando a todos y
se ha convertido en un demencial campo
de Agramante político en el que todos
luchan contra todos por conseguir
dinero, poder y competencias; la
ciudadanía está desorientada, odia a los
políticos y se encuentra harta de un
sistema que ya no rinde, no le soluciona
sus problemas y, además, es corrupto y
nada representativo. Si él, el ZP del
“cambio tranquilo”, no reacciona y coge
el toro de la verdadera transición por
los cuernos que no le quepa la menor
duda de que esa bandera del “cambio
profundo”, de la revolución pacífica y
silenciosa en este desorientado país, la
enarbolará echando mano de toda la
parafernalia posible la derecha; o los
propios ciudadanos, echando mano de sus
actuales o futuras organizaciones más o
menos políticamente incorrectas. No
resulta en absoluto arriesgado pensar,
para un historiador y estratega que
conoce un poco, solo un poco, como ha
actuado el pueblo español en otras
encrucijadas de su atormentada historia
cuando la depresión, la ruina material,
la falta de horizontes y el abandono de
sus dirigentes le ha colocado en el
disparadero de actuar por su cuenta, que
el funesto corolario a tanta desidia y
falta de clase de sus políticos puede
concretarse en el largo plazo en una
explosión política, territorial y social
de consecuencias nefastas para todos.
El nacionalismo separatista catalán,
vasco y gallego, ¿Son un peligro para la
unidad de España?
En absoluto. El verdadero peligro para
la unidad de España, por muy
contradictorio que parezca, lo
representa en estos momentos el
nacionalismo español. La España de hoy,
la del siglo XXI, la moderna,
democrática, desarrollada, avanzada, una
de las primeras potencias económicas del
mundo (aunque sea muy débil en el plano
militar, lo cual no deja de ser un
obstáculo importante en el mundo
teóricamente pacifista de hoy) e
integrada en la Unión Europea, no puede
seguir muchos años más con el patrón
centralista, centrípeto, autoritario,
uniforme, basado en la fuerza de unos
ejércitos que ha venido utilizando a
placer durante los últimos cinco siglos.
Por una razón fundamental, entre otras
asimismo muy importantes: la argamasa,
el cemento, el pegamento institucional
que la ha mantenido unida formando un
Estado/nación de aluvión, definido
únicamente por criterios geográficos (la
península ibérica) pero constituido por
pueblos y naciones muy diferentes
cultural, social, religiosa e, incluso,
étnicamente, el Ejército como digo, el
poder de las armas, ya no existe como
esa última ratio de fuerza
institucional, manejada históricamente
por reyes, validos o generales para
mantener unido férreamente el conjunto
nacional. Las Fuerzas Armadas españolas
en la actualidad, desmantelado en los
años ochenta el numeroso Ejército
franquista, no tienen ya el poder, ni la
fuerza, ni los medios, ni la
organización, ni la moral (y, además, ni
quieren ni se les podría ordenar) para
ejercer esa antigua misión de gendarme
nacional en beneficio, no de los
ciudadanos, sino del jerifalte político
de turno, sea este rey, presidente,
general o dictador.
En consecuencia, la España del futuro,
la España republicana del siglo XXI
integrada en su día en la Federación
Ibérica de naciones que
indefectiblemente deberemos crear en el
próximo futuro como parte muy importante
y definitoria del flanco suroeste de la
Unión Europea, no debe temer nada de
ningún nacionalismo tradicional español
como el vasco, el catalán o el gallego.
Como tampoco del español, del portugués
e, incluso, del gibraltareño, por
minúsculo e ilegítimo que parezca este
último a muchos españoles en estos
momentos. Todos ellos, y llamo la
atención del lector en el sentido de que
lo único que estoy haciendo en las
presentes líneas es mera prospectiva
histórica y política aunque ciertamente
arriesgada, como identidades políticas y
sociales de sus respectivos pueblos
deberán conformar en su día Estados
plenamente soberanos (dentro de la ya
escasa soberanía residual posible al
pertenecer todos a una macrosociedad
continental como la UE) que se unan al
proyecto futuro ibérico común.
¿Cree que se debería reformar la ley
electoral?
Desde luego. La presente ley electoral
se redactó con criterios de seguridad
nacional, de evitar saltos en el vacío,
de dejar todo atado y bien atado en unos
momentos históricos de suma preocupación
por el futuro de la democracia recién
sobrevenida y, en particular, del
régimen de la dictadura. Fue, como la
Constitución del 78 y todas las demás
leyes y disposiciones políticas y
sociales de los años setenta y ochenta,
intervenida y autorizada por el Ejército
franquista de la época, que en última
instancia autorizó la transición y la
vigiló férreamente durante todo ese
tiempo. Hasta que, fracasado el golpe de
Estado del 2-M de 1981 que prepararon
los capitanes generales franquistas
contra el rey Juan Carlos y que este
frustró con su maniobra político-militar
del 23-F, el nuevo poder socialista de
Felipe González logró desactivar poco a
poco el poder militar que se había
mantenido intacto desde la muerte de
Franco.
La actual ley electoral no se compadece
en absoluto con los parámetros
generalmente admitidos en una verdadera
democracia. Se vota, sí, cada cuatro
años, y tenemos unas Cortes más o menos
representativas, pero aquí no puede ser
elegido directamente por el pueblo
“soberano” ni el jefe del Estado, ni el
presidente del gobierno, ni los
alcaldes, ni prácticamente ningún líder
político o social. El ciudadano solo
puede definirse por unas listas cerradas
y bloqueadas redactadas por las cúpulas
de unos partidos que comen en el pesebre
del poder, con lo que estamos de facto
en una partitocracia, en un oligarquía
política de un par de organizaciones
mayoritarias que se turnan en el
Gobierno de la nación cada unos pocos
años. Auxiliados por unos partidos
regionales o periféricos que son
fichados o “comprados” para que
puntualmente ayuden al que gobierna sin
la correspondiente holgura
parlamentaria.
¿Una III República sería un nuevo
fracaso nacional?
En absoluto. Los fracasos de las dos
primeras fueron muy relativos. Eran
tiempos muy difíciles, política, social
y económicamente hablando, y no cayeron
sólo por sus errores, que sin duda
cometieron algunos de sus dirigentes más
que nada por falta de rodaje
democrático, sino por el ataque
despiadado de sus enemigos,
principalmente la Iglesia y el Ejército.
Este último, como todos sabemos, incluso
llegó a sublevarse y provocar una
cruenta guerra civil en 1936, espoleado,
todo hay que decirlo, por los
monárquicos y las fuerzas más
ultraconservadoras de la nación. Y con
el apoyo económico y militar de
fascistas y nazis.
Fueron, especialmente la Segunda
República, puesto que la Primera apenas
tuvo tiempo de nada, épocas de
renovación, democratización,
modernización, cambio, progreso social,
consecución de derechos personales
básicos, ilusión y quehacer colectivo.
¡Lástima que sus enemigos fueran tantos
y con tanto poder y odio! La III
República, que llegará más pronto que
tarde pues la historia y el progreso de
los hombres no hay quien los pare, no se
va a encontrar con tantas dificultades,
todo lo contrario, va a nacer en una
Europa unida y demócrata, avanzada y
rica. Su éxito está asegurado porque,
entre otras cosas, los españoles no
tenemos ante nosotros otro camino.
¿Cree en el futuro de la monarquía
española?
En absoluto. La monarquía en España hace
ya muchos años que está muerta. Los
españoles, eufóricos, la enterramos el
14 de abril de 1931 echando a patadas al
estúpido y cobarde rey Alfonso XIII. Lo
que tenemos en este país desde el 22 de
noviembre de 1975, enquistado eso sí en
la jefatura del Estado, es un cadáver
político, una momia histórica, un zombi
social e institucional sacado de la
tumba por el poder omnímodo y testicular
de Franco, que se ha mantenido todos
estos años por dos razones
fundamentales: el miedo de la ciudadanía
al Ejército y a una nueva guerra civil y
el deseo de pervivencia del aparato del
anterior régimen con su cohorte de
poderes fácticos: banca, iglesia,
nobleza latifundista…
Pero esa situación ha cambiado
drásticamente, el pueblo empieza a darse
cuenta del engaño y tomadura de pelo que
representó la Constitución de 1978
metiéndole de matute otra vez a un
Borbón y todo hace pensar que las horas
de la monarquía en España están
contadas.
¿Qué opinión tiene del Estado de las
Autonomías?
El Estado de las Autonomías actual fue
una concesión del franquismo y el
militarismo de los años setenta a los
nacionalismos tradicionales en España.
Los que pergeñaron la transición, y su
derivada la Constitución de 1978 (en
esencia Torcuato Fernández Miranda en el
campo político y Armada y Mondéjar en el
militar), quisieron desactivar desde el
principio los nacionalismos vasco,
catalán y gallego, que podían echarse al
monte o, por lo menos, poner palos en la
rueda del proceso democratizador”, con
un federalismo vergonzante “made in
Spain” que les solucionara el problema
en el corto plazo (muy pocos políticos y
militares creían en 1975 que el
juancarlismo durara mucho más allá de
unos pocos años) facilitando el arranque
de un cambio pacífico del franquismo a
la democracia que nadie sabía como podía
acabar. Y desde luego habría acabado muy
mal y muy pronto si la maniobra ilegal
y anticonstitucional montada por La
Zarzuela el 23-F no hubiera desactivado
milagrosamente el golpe radical
franquista del 2 de mayo de 1981.
Sin embargo, este sistema sui generis se
les iría de las manos a los
planificadores del post franquismo
coronado instaurado en España a partir
de 1975, no ha funcionado como previeron
pues al socaire del “café para todos” al
que se tuvo que agarrar la UCD para
resolver los grandes problemas iniciales
con los que se topó en el terreno social
y económico, muchas regiones españolas
militantes hasta entonces en el
centrípeto nacionalismo español,
desertaron de él y ahora son más
papistas que el papa, dejando en
mantillas en cuanto a deriva separatista
se refiere a vascos, catalanes y
gallegos. Esto no tiene ya vuelta de
hoja y el horizonte político español
pasa indefectiblemente por ir sin prisa
pero sin pausa hacia un Estado
federal/confederal. Republicano,
naturalmente.
Como profesional, ¿Las Fuerzas
Armadas españolas están en condiciones
de afrontar un enfrentamiento, por
ejemplo, con Marruecos?, u otro país
vecino...
Las FAS españolas no están en
condiciones de hacer casi nada. En el
terreno militar se entiende. Como OSG
(Organización sí gubernamental)
humanitaria dedicada al reparto de
medicinas, alimentos, agua y demás
elementos vitales necesarios a pueblos
en crisis o guerras, como empresa
estatal uniformada para el levantamiento
de escuelas y construcción de puentes y
carreteras en zonas deprimidas del ancho
mundo, como fuerza de interposición para
evitar encontronazos entre belicosos
pueblos inmersos en contenciosos
seculares, como hermanitas de la caridad
que tienen que obedecer autoritarias
órdenes de hacer el bien sin mirar a
quien e, incluso (aunque esto resulta un
poco más peligroso), como escuderos del
gran amo americano en sus demenciales
guerras genocidas imperiales (Irak,
Afganistán…) sí que pueden hacer algo, y
de hecho llevan lustros haciéndolo.
Yo luché con toda mi alma a finales de
los años ochenta (a costa de mi carrera
y meses de prisión militar) para
erradicar la mili obligatoria en España
(que costaba doscientas vidas anuales
entre accidentes y suicidios y no servía
para tener un Ejército eficaz) y crear
unas Fuerzas Armadas profesionales,
modernas, reducidas, polivalentes, bien
equipadas y respetuosas con los derechos
fundamentales de todos sus miembros. En
1996 finalmente me dieron la razón
(curiosamente el PP de Aznar) y
profesionalizaron el Ejército. Pero no
supieron hacer el cambio, marginaron a
los que llevábamos más de veinte años
estudiándolo. Ahora tenemos unas FAS tan
malas como las anteriores pero mucho más
pequeñas. Y encima a ZP se le ocurre la
peregrina idea de inventarse su
particular Brigada de bomberos rurales
(la UME) por aquello de que como los
militares obedecen sin rechistar sirven
para todo… menos para las misiones que
le encomienda la Constitución; por
cierto, redactada casi en su totalidad
con la autorización de los militares
franquistas de los años setenta. ¡Que
Dios y el sátrapa marroquí nos cojan
confesados!
Su libro, "El Último Borbón" ha
producido cierto escándalo entre los
poderes fácticos. ¿No teme alguna acción
jurídica contra usted?
En absoluto. No creo que a esos poderes
fácticos, y en particular al Borbón que
todavía ocupa la jefatura del Estado
español por una pirueta testicular del
dictador Franco, les interese lo más
mínimo que mi humilde persona, de
uniforme militar por supuesto que da muy
bien en los juzgados y en las
televisiones, coja por banda a un juez y
durante horas y horas le cuente con
pelos y señales las andanzas (muchas de
ellas presuntos delitos) del “campechano
de La Zarzuela”.
Yo soy un historiador militar que lleva
casi treinta años estudiando a fondo la
llamada modélica transición, algunos
años más los entresijos del Ejército
español y, desde luego, conozco a fondo,
porque he trabajado en puestos muy
importantes de la cúpula militar, el por
qué, el como, el cuando, el lugar, las
razones ocultas y, por supuesto, los
protagonistas de las mayores chapuzas
(incluidos crímenes de lesa humanidad)
que han tenido lugar en este país
durante los últimos seis lustros.
Muchas de estas barrabasadas del poder y
de estos crímenes (de Estado y no de
Estado) ya los he puesto en conocimiento
de las Cortes españolas y del resto de
instituciones del Estado, a través de
prolijos Informes, alguno de ellos con
más de cuarenta páginas de extensión. Y
en estos momentos estoy a la espera de
que el Congreso de los Diputados, que
recientemente los ha admitido a trámite
y estudio, se digne designar la Comisión
de Investigación parlamentaria que he
solicitado para que depure las presuntas
responsabilidades del rey Juan Carlos I.
En su descripción del rey, lo tacha
de mediocre, vividor, y franquista. ¿Qué
es lo que nos han vendido entonces?
Y no solo lo he tachado de eso que usted
dice. En mis escritos a las Cortes, al
Gobierno de la nación y a otras
instituciones del Estado, le he
denunciado como homicida confeso (que lo
es) y, también, en grado de presunción
por el momento hasta que no digan lo
contrario los representantes del pueblo
soberano (los jueces no pueden hacerlo):
como asesino (de su hermano, el infante
D. Alfonso de Borbón), malversador de
fondos públicos (pagos de chantajes
sexuales), terrorista de Estado por
omisión (GAL), golpista (23-F) y reo de
alta traición, cobardía ante el enemigo
y genocidio (en grado de colaboración
necesaria) por el bochornoso pacto
secreto que suscribió en 1975 con el
Departamento de Estado norteamericano y
el rey Hassan II, siendo jefe de Estado
en funciones, para la entrega del Sahara
Occidental español a Marruecos.
Usted asegura que no está de acuerdo
con aquello de que "el rey reina, pero
no gobierna", sino todo lo contrario...
Este rey, Juan Carlos I, y así lo he
denunciado también en mis libros e
informes, se ha valido todos estos años
(sobre todo hasta la salida y posterior
procesamiento del general Manglano,
director del CESID) de la información
privilegiada que ha recibido, y recibe,
de los servicios secretos militares y de
la cúpula militar, para ejercer un poder
omnímodo, casi total, muy superior al
que contempla la Constitución para su
figura. Ha ejercido como un dictador en
la sombra, entre bambalinas, presionando
y pasando por encima (si hacía falta) de
todos y de cada uno de los presidentes
del Gobierno elegidos democráticamente
por el pueblo español.
¿Cree que el Rey conocía de antemano
los preparativos del golpe de Estado del
23 F?
No solo conocía los preparativos, es que
el golpe del 23-F (en realidad no fue un
golpe sino una maniobra político-militar
borbónica) fue planificado, preparado,
organizado, coordinado y, finalmente
ejecutado, con su autorización y
beneplácito. Por los generales Armada y
Milans. Todo lo relativo a este falso
golpe de Estado, que he estudiado
durante más de veinticinco años, está
publicado en mis libros y, sobre todo,
en el último y definitivo: “La
Conspiración de mayo”, que acaba de
salir a las librerías después de sortear
algunos inconvenientes sembrados desde
el poder.
También califica esta democracia como
una nueva dictadura.
Al rey Juan Carlos le he calificado de
“dictador en la sombra”, como jefe de un
Estado en el que no “reina” precisamente
una verdadera democracia sino una
meramente formal, posibilista,
descafeinada, de cara al exterior, sobre
todo a una Europa que nos acogió en su
seno democrático después de pensárselo
dos veces. Me parece que ya lo he dicho
con anterioridad, aquí se vota sí cada
cuatro años pero estamos todavía muy
lejos de que el pueblo español, como
reza la actual Constitución en una
especie de brindis al sol, sea
verdaderamente soberano. Durante estos
últimos treinta años de “modélica”
transición han mandado los de siempre,
los franquistas que se subieron a última
hora, y tapándose sus vergüenzas, al
carro de un franquismo coronado.
¿Ha perdido muchos amigos con estas
afirmaciones?
En absoluto, todo lo contrario. Cada vez
tengo más amigos y muchos, muchísimos
ciudadanos, me saludan por la calle y me
manifiestan su apoyo a todo lo que
manifiesto y escribo. En la
manifestación contra la guerra de Irak,
el 15 de marzo de 2003, me abrazaron
miles de personas entusiasmadas porque
un militar de uniforme saliera a la
calle a decir lo mismo que ellos decían.
Siempre recordaré aquél día, igual que
recordaré la marcha por la República a
la que me sumé, también de uniforme, el
22 de abril de 2oo6.
Le diré, para acabar de contestar su
pregunta, que en estos momentos tengo
más de 30 invitaciones de Ateneos,
Asociaciones, Centros culturales,
organizaciones políticas…para visitarles
e impartir una conferencia. ¡Lástima que
no pueda complacerles!
Ahora acaba de publicar con Styria un
nuevo libro...
A esta pregunta ya la he contestado en
una respuesta anterior. Sí, en Ediciones
Styria he publicado por fin mi último
libro “La Conspiración de mayo”, un
libro definitivo sobre el 23-F en el que
cuento con pelos y señales la conjura
que prepararon para el 2 de mayo de 1981
los capitanes generales franquistas, que
tachaban al rey de traidor. Éste, para
defenderse y salvar su corona montó el
numerito ese de la “intentona
involucionista” que no fue tal sino una
maniobra subterránea suya. Eso sí, no
tuvo ningún reparo en traicionar a sus
fieles cortesanos (los generales Armada
y Milans) y en mandarlos a galeras 30
años.
-------------
Fuente: http://www.vegamediapress.es/noticias/index.php?option=com_content&task=view&id=11703